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COLUMNISTAS


Las descendientes de las brujas que no pudieron quemar

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Jueves 28 octubre, 2021


Se acerca el día de Halloween, una festividad culturalmente alejada a la tradición mexicana del día de Muertos (1 y 2 de noviembre), y a la celebración católica del Día de los Fieles Difuntos (1 de noviembre), pero que cada año toma más auge en los comercios y hogares latinoamericanos.

En este día las imágenes de calabazas, gatos, fantasmas, arañas, murciélagos, calaveras y lápidas pululan por doquier, pero es la bruja la reina de la fiesta pagana.

Unas de las primeras brujas que se tiene conocimiento de su registro aparece en la Biblia, en la historia del rey Saúl, cuando él consulta a la "bruja de Endor", una adivina, capaz de contactar con los muertos. En la mitología griega Circe es una semidiosa hechicera, hija del Sol, que con porciones mágicas convertía en animales a quienes la ofendían.

La historia confirma la mala fama de las presuntas brujas con la promulgación de leyes, normativas y acciones que las persiguen, castigan, censuran y proscriben. Clodoveo I, rey de los francos del año 481 al año 511, promulgó la llamada Lex Salica en la que condenaba a las brujas a pagar altas multas. Carlomagno, antes de convertirse en el primer emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, estableció en su código de leyes, establecido entre los años 780 a 782, la prisión para los adeptos a la brujería.

La Inquisición Medieval inició en 1184 en el sur de Francia; en el 1249 se instituye en el reino de Aragón. En1326, la bula pontificia del papa Juan XXII inicia la persecución de los hechiceros, especialmente a las mujeres. En 1478 la Inquisición real se implantó en la Corona de Castilla por la bula del papa Sixto IV Exigit sincerae devotionis.

La cacería de las “maleficae” (Maléfica), término que se utilizó para designarlas en Europa durante la edad media y moderna, se extendió -con el apoyo de los Reyes Católicos de España (1478-1834)- a los territorios conquistados en América.

El punto máximo de la caza de brujas se produjo entre 1550 y 1630, con juicios en toda Europa, que llevaron a la hoguera principalmente a las mujeres. A pesar de la discrepancia en los datos, se estima que el número de condenados por brujería oscila entre 50.000 y 100.000 personas, el 80% correspondiente a mujeres, la gran mayoría pertenecientes a las clases populares.

El 20% de los hombres condenados a morir por ser brujos eran predominantemente vagabundos, nómadas, judíos y homosexuales, de manera que fue una herramienta no solo aplicada con base a la discriminación de género, sino también a la exclusión de etnias, religión y conductas consideradas inmorales por la iglesia Católica. Para las autoridades eclesiásticas, cualquier idea o práctica contrarias a sus dogmas debían ser exterminadas con una muerte pública y despiadada.

Las ejecuciones de brujas se legitimaban por las confesiones que los inquisidores les arrancaban a las víctimas bajo innumerables torturas y engaños. En muchos casos, la condena a muerte incluía también a su descendencia, generalmente si eran niñas.

Pero no fue la Iglesia Católica y sus representantes divinos los que crearon el estereotipo espeluznante de las brujas que hoy vemos en infinidad de fábulas, cuentos, adornos y películas. La imagen de la mujer con cuerpo amorfo y flácido, de nariz grande, puntiaguda, cubierta de verrugas, montada en una escoba voladora, con cabello largo, suelto y enredado, se le adjudica al pintor alemán Alberto Durero (Siglo XV). Francisco de Goya (Siglo XVIII) fue el artista que creó las imágenes más potentes y terroríficas de las brujas.

Lo terrible, dramático y vergonzoso de esta etapa histórica de la civilización de occidente, es que muchas de las condenadas a muerte por brujería eran parteras y curanderas, que utilizaban brebajes para combatir enfermedades. La clásica olla con agua, hierbas y fragmentos de animales hirviendo, que hemos visto reproducida en imágenes coloridas, se trataba de pociones con base a ingredientes naturales para aliviar el dolor, combatir infecciones y mitigar los síntomas de muchas enfermedades. También era común utilizar estas ollas (tipo caldero) para cocinar.

Desde mujeres cultas, como la filósofa, astrónoma y matemática Hipatia (350-370 -415 dC), que fue apedreada y descuartizada por una turba de cristianos al considerarla una hereje peligrosa, hasta las humildes parteras y curanderas, masacradas como chivos expiatorios de inmoralidad y degradación social, las mujeres hemos sido víctimas del feminicidio desde siglos antes de la aparición de esta palabra en labios de Marcela Lagarde.

Después de la inquisición, el mundo ha contado con mujeres destacadas en las matemáticas como Maryam Mirzakhani, Donna Strickland en física, Dorothy Hodgkin en Química, Francoise Barré-Sinoussi en medicina, Margaret Hamilton ingeniería y Vera Rubin en astronomía, entre muchas otras, sin que hayan sido llevadas a la hoguera por el ejercicio de sus conocimientos.

La realidad es que la mayoría de las mujeres que estudiamos, trabajamos y ejercemos una profesión, si hubiéramos vivido en la época de la inquisición, probablemente nos llamarían “maleficae”, porque hacemos “magia” para sostener a nuestra familia, liderar empresas y cuidar a los demás. Es claro que somos las descendientes de las brujas que no pudieron quemar y sobrevivientes de la misoginia eclesiástica.

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