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La realidad de la vida

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 27 septiembre, 2010




La realidad supera a la ficción, es cierto. Pero ni la ficción ni la realidad superan a los realities en la estupidez
La realidad de la vida

¿Qué es la realidad? ¿Lo que vemos? ¿Lo que sentimos? ¿O lo que ven y sienten los demás? O, tal vez, lo que otros nos imponen como real.
La filosofía se ha dedicado a este tema como a tantos otros, yendo y viniendo de una corriente a otra, debatiéndose entre la percepción subjetiva de la realidad y la definida por la ciencia.
Nuestra noción de la realidad puede estar suscrita a grupos (sociales, económicos, ideológicos, religiosos, de género); depender de nuestra salud mental (los paranoides o esquizofrénicos tienen la suya particular); o estar influenciada por diversos grupos de poder.
La realidad “objetiva” o probada científicamente puede variar de acuerdo con el desarrollo del conocimiento.
En los campos que no pueden ser probados científicamente (la ética, el arte, la sicología, la espiritualidad, las tendencias sociales) la realidad objetiva no existe: tiene que ver con la conciencia personal, por lo tanto es subjetiva.
En realidad, la realidad personal es siempre subjetiva: depende de lo que veo y en lo que creo. Hay tantas realidades como individuos percibiéndolas. Cada uno de nosotros la construye según sus propias necesidades con el objetivo de sobrevivir.
Establecemos una realidad particular, determinando —tal vez de manera simplista— qué es lo bueno y lo malo, qué lo correcto y lo incorrecto, qué nos sirve o no nos sirve.
Los que nos dedicamos a la ficción, a la construcción de personajes diversos, a la elaboración de distintas realidades, tenemos la obligación de no juzgar, de comprender, de justificar, de saber que “no hay verdad, ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”, diría el poeta español Ramón de Campoamor.
Todo bien. Definamos la realidad como indefinible; aclaremos la percepción de esta como subjetiva. ¿Qué nos queda? ¡Los realities shows!
Desde que en 1948 surgiera el programa de televisión Candid Camera —que como su nombre lo indica era cándido— hasta ahora, los realities shows han incursionado en todo tipo de formatos, temas y excesos, pretendiendo ser una realidad cuando no lo son.
En 1991 el programa holandés Encierro dio paso a los famosos Big Brother que invadieron los canales de televisión del mundo entero. Pocos años después, en 1998, Peter Weir realizó un largometraje excepcional, “The Truman Show”, en el cual el protagonista, cuya vida ha sido filmada desde su nacimiento, ignora esta situación y al descubrirla se siente desamparado.
Y en verdad quienes participan en este tipo de programas, deseando salir del anonimato, aceptando mostrar su vida, cuando no logran convertirse en “estrellas” pasan por depresiones que en muchos casos los llevan al suicidio.
Hace algunos días una emisora de radio muy popular entre los jóvenes, concluyó un concurso de reality en el que sus participantes debían permanecer dentro de un automóvil para poder ganárselo. Les concedían pocos minutos para sus necesidades básicas. O sea, ¡un asco!
El ganador declaró que tuvo que soportar el mal olor, el mal dormir, el mal comer, pero gracias a Dios (sic) lo logró. Dios de verdad está en todas partes porque una de las presentadoras de un reality nacional cuando fue escogida para tal tarea, declaró que Dios se detuvo a escuchar sus deseos. ¡Tan desocupado Dios que tiene tiempo para tanta tontería!
La realidad supera a la ficción, es cierto. Pero ni la ficción ni la realidad superan a los realities en la estupidez.

Claudia Barrionuevo
claudia@barrionuevoyasociados.com

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