La masacre de Tucson
Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 14 enero, 2011
La masacre de Tucson
La masacre perpetrada en días pasados por un jovenzuelo de clase media (white-anglosaxon), en la sureña ciudad de Tucson en el estado de Arizona fronteriza con México, no es la primera de esta naturaleza. Por tratarse de un atentado político, pues el principal objetivo de ese crimen masivo era acabar con la vida de la congresista (miembro de la Cámara Baja del Capitolio) dama joven aún, figura política muy activa y reconocida del ala “liberal” (centro-izquierda) del Partido Demócrata y de confesión judía, Gabrielle Giffords, nos recuerda el asesinato del presidente J.F. Kennedy en octubre de 1963 y que tuvo como escenario a otra ciudad tejana, Dallas. El autor de este abominable crimen político no hizo sino perpetuar lo que ya es tradicional en la historia política de los Estados Unidos, cual es la de asesinar en actos públicos a sus máximos dirigentes, como fue el caso de Abraham Lincoln, los hermanos Kennedy y Martin Luther King, por no citar sino a los más connotados. Chomsky, el connotado profesor de Harvard, afirma no sin ironía que en los Estados Unidos no hacen falta los golpes de Estado, pues para eso asesinan a los dirigentes que no son del agrado de los sectores dominantes.
Lo novedoso y más preocupante de este caso es que se trata de una masacre, pues su autor tiró a matar indiscriminadamente a una muchedumbre que se congregaba para escuchar a la mencionada dirigente, logrando asesinar a seis personas (entre ellas una niña y un juez) y dejar heridos a catorce. Se trata, en consecuencia, de un acto terrorista planificado y llevado a cabo por un fanático (¿actuaba solo?) de extrema derecha inspirado en la retórica guerrerista usual en organizaciones políticas como el Tea Party, que han logrado un avance, tan creciente como preocupante, en las elecciones de medio periodo recién pasadas.
No es de extrañar que este infame crimen se haya cometido en uno de los estados del Sur de ese inmenso país, pues es la región en que más sangre se derrama actualmente en el mundo, y justo en la frontera con México, donde docenas de pequeñas y medianas ciudades de ambos países especialmente del lado mejicano, están en manos de los carteles del narcotráfico y en donde el tráfico de armas se lleva a cabo de la manera masiva y con la plena tolerancia de no pocos miembros del poder político y policiaco. Ya el propio presidente mejicano, Felipe Calderón —y la Secretaria de Estadio Hillary Clinton lo ha reconocido— se ha quejado de que el trasiego de armas en los Estados Unidos era una de las principales causas de la violencia en la región. Las cifras son de tal magnitud (solamente durante el gobierno de Calderón han muerto de manera violenta cerca de 30 mil ciudadanos) que ya debemos hablar de una verdadera guerra civil que se extiende a ambos lados de la frontera. El Estado Nacional en uno y otro país ha colapsado. Lo cual no es de extrañar, pues el tráfico de armas es tan lucrativo como el de drogas (se habla de que el narcotráfico produce cerca de 500 mil millones de dólares al año).
Para entender una crisis de esta magnitud no podemos dejar de mencionar el contexto económico, social y político que viven los dos países. El mundo vive la mayor crisis financiera después de 1929. Los dogmas neoliberales no han hecho sino socavar la función social del Estado. Pero la debilidad del Estado es tal que incluso no puede cumplir la función esencial de preservar la integridad física de los ciudadanos. La violencia campea impunemente. Ya no hay autoridad porque ha sido copada por bandas de facinerosos. Por eso hablar de hacer respetar la ley es convertirse automáticamente en candidato a morir en cualquier lugar y en cualquier momento. El desempleo llega a niveles récords y afecta especialmente a los jóvenes. En México la aplicación del TLC con los países del Norte ha causado la ruina de cerca de 10 millones de campesinos. Todo este contexto sociopolítico es el caldo de cultivo para que florezcan las más infames corrientes ideológicas. Así surgió Adolfo Hitler en la Alemania de la primera postguerra. Inmediatamente después de enterarme del resultado de las últimas elecciones norteamericanas, que no fueron solamente una debacle para Obama, como destacaron los medios, yo dije que ahora se cernía sobre el mundo la mayor amenaza a la paz con el ascenso de la extrema derecha fascistoide en ese país. Es allí donde los auténticos demócratas de allí y de todas partes del mundo debemos buscar la mayor amenaza del terrorismo y no en Teherán o en las estepas controladas por los talibanes en Afganistán y el Norte de Paquistán. No hay que ir muy lejos. En los desiertos de los estados sureños hay miles de veteranos que se entrenan, hay un trasiego abierto de armas, impera el narcotráfico y toda clase de contrabandos, no hay orden ni ley, el Estado dejó de existir. Vistas así las cosas, lo acaecido en Tucson no es más que un llamado de alerta, un bombillo rojo que se enciende porque allí se incuba la mayor amenaza a la paz mundial.
Arnoldo Mora
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