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Sin tregua

La locura en el poder

El costarricense tiene que ser más crítico, más exigente, debe reclamar más a quienes gobiernan

Claudio Alpízar redaccion@larepublica.net | Jueves 16 julio, 2015


Me atrevo a tomar prestada la frase con que la escritora Vivian Green intituló su reconocido libro, en el cual describe las locuras, excentricidades y escándalos históricos de reconocidos gobernantes de la historia del mundo.

Yo no aspiro a tanto, tan solo lo tomo para referenciarlo en nuestro país, tratando de redimir el cierre que ella hace en su libro cuando escribe “que un electorado atento y educado sea capaz de cuestionar el idealismo falso de ciertos políticos egocéntricos y de evitar que esos políticos, que no merecen ocupar puestos de gobierno, engañen a los pueblos con los artilugios de su retórica florida”.

Mucha de la culpa de tener gobernantes con locura la tienen los ciudadanos como electores, que ven en los procesos de elección más un reinado de simpatía que un concurso de capacidades. Gobernar exige destrezas especiales y no es cualquiera el que puede tener éxito en este encargo ciudadano. Tanto así, que en el mal utilizado mercadeo político se promueve más una sonrisa que una idea.

La diarrea digestiva ha encontrado su competencia en la diarrea mental de los pseudopolíticos, que acostumbrados a hacer política con “p” minúscula, promueven ideas sin lógica de razonamiento y mucho menos con efectos prácticos.

Por ejemplo, hablan de eliminar la pobreza y promover la generación de empleo, pero desestiman el crecimiento económico y desaniman a los generadores del empleo, toda una contradicción. Las diarreas mentales no tienen ideología, son más “evacuaciones intestinales” que salen tanto desde la derecha como de la izquierda, y he de decirles que apestan igual. Las ideas son evacuadas con una torpeza que en ocasiones parecieran que más salen del vientre que del cerebro.

El mayor problema está en que el ciudadano-elector no mide las consecuencias de sus apasionadas o resentidas decisiones, poniendo al país y a su sociedad en manos de quienes en el ejercicio del poder se muestran como un fiasco, que se engolosinan con el poder y las “mieles” pasajeras que se le permiten durante cuatro años. ¡Por dicha solo cuatro años!

La locura en el poder puede hacer pensar a un gobernante que la idea de ser el “comandante en jefe” le acredita para obviar los objetivos encomendados, dando espacio a una disonancia cognoscitiva que le hace pensar que todos, menos él, están equivocados. Que él es el centro del universo y seguro merecedor de todas la indulgencias y atenciones, más con tanto adulador alrededor.

El costarricense tiene que ser más crítico, más exigente, debe reclamar más a quienes gobiernan; no ha de permitir que la mediocridad carcoma su parámetro de medición. Con su voto e impuestos avala y mantiene a sus gobernantes, no puede ser el espectador que aplaude las locuras e inconsistencias de quien detenta el poder.

No crea usted que por ser periodos de gobierno perentorios —cuatro años— nuestros gobernantes están exentos de padecer el síndrome de la locura en el poder, ya lo han hecho, con los consecuentes daños que se le provocan a la estructura democrática y a la credibilidad ciudadana en un sistema que con todo y sus defectos sigue siendo el mejor.

El poder puede provocar desequilibrios mentales —livianos o agudos— maquillados de gran teatralidad, pero en todo caso en detrimento del razonamiento requerido para dirigir a una sociedad al éxito.

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