La Iglesia católica y su blindaje de acero
Alejandro Madrigal alejandro.madrigalrivas@gmail.com | Martes 14 abril, 2015
La Iglesia católica y su blindaje de acero
La polémica suscitada por la crítica que Julia Ardón lanzó la semana anterior abre el espacio para analizar un tema sumamente tabú en nuestra sociedad: ¿pueden las religiones, o aún más, las estructuras religiosas formales, ser objeto de debate, análisis y crítica? La respuesta se encuentra tanto en los libros de historia como en la manera de comportarse de nuestra gente.
Durante siglos, las religiones se han blindado de toda crítica, creando una serie de prohibiciones culturales, legales o incluso llegando a perseguir y callar a toda voz disidente que busca externar sus críticas racionales al dogma y las posibles contradicciones que puede haber en todo fundamento religioso. No, esto no pasa solo en Oriente Medio o en África del Norte. En Occidente, donde las iglesias católica y protestante tienen gran poder e influencia, también sucede. Y si bien ya difícilmente se persiguen o se asesinan personas, existen otros mecanismos para silenciar cualquier mensaje de crítica.
Para muestra, un botón: Julia Ardón debe disculparse o renunciar por señalar la actitud cuestionable de los jerarcas de la Iglesia en Costa Rica. ¿Es esto justo? Sobre el inusitado respeto a la religión, el biólogo y activista Richard Dawkins comentó:
“Yo no estoy a favor de ofender o herir a alguien solo por hacerlo. Pero estoy intrigado y mistificado por los desproporcionados privilegios que se confieren a la religión en nuestras sociedades seculares. Todos los políticos están obligados a acostumbrarse a caricaturas irrespetuosas de sus rostros, y nadie se amotina en su defensa. ¿Qué hay de especial en la religión que nosotros le concedemos tan privilegiado e único respeto? (…) Es bajo la luz de la presunción sin paralelo de respeto hacia la religión que hago mi propia negación sobre este libro. No saldré de mi camino para ofender; pero no usaré guantes de seda para manejar a la religión en una forma más delicada de lo que manejaría cualquier otra cosa”.
Actualmente la iglesia ha logrado permear en el inconsciente colectivo (aun en la gente no muy creyente) de que toda crítica a la religión o a las jerarquías eclesiásticas es objeto de censura, bajo el argumento (falaz, claro está) del “respeto” a las creencias de la otra persona. No estamos hablando de ofender, ni burlar, ni de irrespeto. Estamos hablando del derecho a disentir y cuestionar. A considerar que ciertos o todos los dogmas son falsos, erróneos o malinterpretados, de poder señalar los actos discriminatorios, cargados de odio y hasta delictivos del clero, y de tener la libertad para hacerlo sin mordaza alguna.
Eso no implica que la persona creyente deba renunciar a su credo, pero así como esta tiene total libertad para externar su fe, otra persona debe poder ser igualmente abierto con su duda o ausencia de fe. En este país es común pensar erróneamente que una persona que dude o niegue la muerte de Cristo; o que señale la pedofilia o discurso de odio de alguien con sotana, debe guardar silencio por supuesto respeto a quienes sí creen.
Ese es un mecanismo efectivo para construir una hegemonía injusta que se traduce en un poder e influencia política nada despreciables. Y por cosas como estas es que seguimos sufriendo la intromisión de la iglesia en temas políticos nacionales que no son de su jurisdicción, empezando por la fecundación in vitro. ¿Seguiremos por muchos años más bajo la sombra del duro brazo católico? El Estado laico es más necesario hoy que nunca.
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