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La compleja aceptación de “Los otros”

Alberto Salom Echeverría albertolsalom@gmail.com | Martes 16 marzo, 2021

Alberto

Dr. Alberto Salom Echeverría

albertolsalom@gmail.com

La existencia de “los otros” ha producido con frecuencia extrañamiento en la especie humana. No nos ha sido nada fácil reconocer en un plano de igualdad y apertura a las personas que son diferentes a nosotros. En la propia tradición judeocristiana la relación entre los géneros fue imaginada desde el inicio con artilugios; aunque la mujer Eva, habría sido extraída de una costilla de Adán, ella fue imaginada induciendo al hombre al magno error. En efecto, lo engañó a pesar de la advertencia de Dios de no comer del fruto prohibido; ambos le habrían desobedecido cayendo por lo tanto en el pecado original. Es el inicio dentro de esta tradición religiosa de una relación controversial entre los géneros, en la que en la cultura occidental (y no solo ella), el hombre ha asumido casi siempre un papel dominante y por ende se asentó una distribución inequitativa de los roles dentro de la sociedad. La subyugación de la mujer por el hombre conforma una relación con la otra que constituye el más alto grado de complejidad dado el sometimiento de que son víctimas las féminas.

La propia Biblia, en el Éxodo relata la profunda rivalidad entre hermanos, Caín por celos ante Dios mató a Abel (ver Génesis 4:3-5); otro conflicto se constata entre los hermanos mellizos hijos de Isaac, Jacob y Esaú; Esaú nació primero, pero perdió la primogenitura porque se la vendió a su hermano por “un plato de lentejas”. Aunque la Biblia testifica que Moisés, Aarón y Mirian se llevaron bien la mayor parte del tiempo, deja constancia de que tuvieron momentos muy difíciles entre ellos. Moisés se enardeció con Aarón por lo que éste había hecho con el becerro de oro, cuando aquél bajó de la Montaña. Aarón y Miriam tenían problemas con la autoridad de Moisés e inquirieron molestos quién había hecho jefe a Moisés. Además de que renegaban de la esposa de Moisés por su origen étnico; ella provenía de los cusitas no israelíes. O sea, era una persona perteneciente a las naciones Bactrianas que habían ocupado regiones en Asia y África, llegando a dominar Susiana y Caldea en Babilonia, ubicadas en la Baja Mesopotamia.

Es posible imaginar ahora lo difícil que ha sido a lo largo de los milenios la relación entre etnias, (incluidos los linajes dentro de ellas), o entre castas y estamentos en la edad media; ya no digamos en la lucha entre clases sociales en la llamada edad moderna y en la contemporaneidad. Hasta hace muy poco tiempo las personas que se dedican a la ciencia antropológica y a la historiografía, suponían que las guerras estaban vinculadas a sociedades sedentarias, productoras y jerarquizadas. Es decir, las guerras se habrían producido hace unos 4.000 ó 6.000 años en las primeras civilizaciones (Sumeria, Antiguo Egipto, India y la China antiguas); se les conoce como “guerras históricas”, porque pueden estudiarse mediante documentos escritos. Se trataba en efecto de sociedades jerarquizadas y por lo tanto poseedoras de ejércitos (aunque en un inicio algo primitivos), controlados por élites militares dominantes. Pero un estudio publicado en la Revista “Nature” en 2016, da cuenta de encuentros violentos en sociedades todavía recolectoras y cazadoras hace unos 10.000 años aproximadamente. Las pruebas se encontraron en la actual Kenia, tras encontrar restos fósiles en las orillas del lago “Turkana”, de unos 27 individuos con evidencias de haber sido objeto de “violencia perimortem”; dice el estudio: orificios en los cráneos de uno de los grupos, fracturas y algunos perecieron con las manos atadas.

Lo anterior es muy importante y marca un hito en la ciencia antropológica, porque aunque se puede especular que el encuentro fue producto de una disputa por recursos territoriales o alimenticios, también se sugiere la posibilidad de que los grupos se enfrentaron por razones estrictamente culturales, no económicas ni territoriales, sino pura y simplemente porque se extrañaron unos a otros al encontrarse, lo que intentaron resolver mediante el uso de la fuerza y con ayuda de algunos instrumentos primitivos útiles para la caza como las flechas. En el documento se reseña que hasta un feto encontraron en la cavidad abdominal de los restos óseos de una madre; lo que constituye una muestra deleznable de una atrocidad y crueldad sin límites en la especie humana.

No hay que ir muy lejos, en la época contemporánea, en pleno siglo XX y XXI tenemos el registro de crueldades mayúsculas entre los grupos humanos. Contabilizamos en ello desde las dos guerras mundiales, pasando por las guerras locales, incluidas las que se produjeron en Europa, donde tuvo lugar a finales del siglo pasado una de las guerras más cruentas de la historia, acontecida en la antigua Yugoeslavia; una de las más inhumanas ha dicho José María Laso Prieto. (Laso Prieto, J.M. Universidad Complutense, Madrid, 2000) De estos enfrentamientos tan violentos no se escapa por cierto sistema social alguno.

La violencia empero, como maltrato a los demás no tiene por qué ser exclusivamente física. En ocasiones, se puede producir un daño moral a otra persona, hasta más grave, hiriendo con la palabra o, algunas veces interrumpiendo de manera consciente la comunicación en forma abrupta, fingiendo ignorar al interlocutor. Cuando esto ocurre, el perjuicio moral puede ser más grave al infligirlo contra alguna persona conocida en nuestra intimidad con quien mantenemos una relación estrecha o de afecto. La violencia y otros comportamientos humanos son el resultado de una interacción compleja entre la sociocultura y factores hereditarios, los cuales se estudian por medio del ADN.

En este artículo se ha puesto énfasis en la conducta de extrañamiento entre los seres humanos; naturalmente que la evolución de las sociedades ha conducido también a la socialización, a manifestaciones de altruismo, amor y solidaridad. Se ha desarrollado el tema de la no aceptación de la otra y el otro, porque hoy es muy recurrente ese comportamiento intolerante, violento en la relación entre naciones o entre grupos sociales con sus gobiernos y entre personas; también es frecuente la estigmatización de los demás por medio de las redes sociales, son prejuicios que impiden la comunicación y el diálogo con el ánimo mínimamente de tratar de entender el punto de vista de la otra persona.

La humanidad está necesitada por desarrollar una cultura de paz, de solidaridad, de diálogo y comunicación, sobre todo entre los que son diferentes, en un momento de tanto apremio por conseguir un desarrollo sostenible con la Naturaleza que procure bienestar con equidad y justicia social. Es un desafío mayúsculo, en vista de la “cultura” del desperdicio que campea, del desdén por los demás, de la violencia y los prejuicios que se insiste en anteponer en el trato que muchas personas ofrecen a sus congéneres. El reto está planteado, la humanidad debe asumirlo. Comienza por cada uno de nosotros.


























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