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COLUMNISTAS


La clase política costarricense

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 07 agosto, 2019


¡Mentirosos! ¡Sinvergüenzas! ¡Cara barros! Así es como comúnmente se refieren los costarricenses a los políticos de su país. No importa la ideología, el partido político, la corriente de pensamiento; ninguno se escapa de esta evaluación negativa. ¿Cómo es posible que en la democracia más antigua de la América Latina se ha llegado a esta coyuntura?

Hay muchas explicaciones, pero la principal es que no han cumplido los políticos con sus votantes. Ofrecen de todo en campaña, pero al final de cuentas no “recuerdan” sus compromisos y mucho menos aceptan que hayan fallado. “Una promesa de un político es igual a una de cama” es un dicho común entre los pobladores.

Ninguna persona exitosa, comprendiendo el problema, se ofrece a los puestos de elección popular. Los puestos pagan mal (excepto el del director del BCIE), están sometidos a todo tipo de inspecciones de medios, de líderes gremiales y de la Contraloría. Antes de asumir hay que hacer declaración de bienes que incluye todo lo financiero y hasta un detalle de la ropa que tiene – cuantos calzones, camisas, zapatos y vestidos. Y después es muy difícil lograr cualquier objetivo porque al final de cuentas las decisiones importantes no las toman los elegidos.

Quien están manejando el país son los empleados públicos; poderosos, sumamente bien pagados, inmovibles y enemigos del cambio. Estos son representados en la opinión pública por unos líderes sindicales como “pobres,” “representantes de los más necesitados” y “víctimas de los ricos y poderosos del sector productivo.” ¡Por favor! ¡Nada que ver!

Para la elección de 2022 no hay duda de que el votante estará buscando una persona que por definición no es “política.” Promete “crear empleos.” ¡Mentiroso! Ofrece “reducir la delincuencia.” ¡Ingenuo o cínico! Dice que mejorará la calidad de educación en las escuelas y colegios públicos. ¡Increíble!

La clase política logró escapar este dilema de la credibilidad en 2018 convirtiendo la decisión sobre el matrimonio gay versus el hablar “en lenguas” como el tema que más importaba en la elección. Prevaleció el primero después de que un ex ministro de educación y otros decidieron que “la democracia estaba en peligro” si el candidato de “las lenguas” ganara. Ahora se paga el precio, no porque uno ganó sobre el otro, sino porque ninguno tenía la más mínima idea de como manejar el gobierno del país o los peligros que presentaba una burocracia incontrolable.

Ahora el 2 de febrero se celebrarán elecciones municipales. Estos son sumamente importantes porque después de todo, la población entera vive en algún cantón, pero se espera poca afluencia a las urnas en ese entorno. Una cosa es la calidad de vida en la comunidad donde vive el habitante, otra cosa es si un candidato habla en lenguas y el otro es ateo. Esto último sí provoca el interés.

¿Cómo se ganaría las elecciones de 2022? El costarricense tendrá que creer que la persona ostenta dos características—no ser político (o sea, genuino) y que realmente tenga un plan para sacar el país del hueco en que se encuentra.


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