VERICUETOS
En casita más bonitos.
(la verdad no peca pero incomoda).
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 10 septiembre, 2009
Patético. Así es el estado de nuestra Selección de Fútbol.
Los resultados de los dos últimos partidos no admiten discrepancia. Estamos pa'l tigre. Y lo más dramático: vamos de mal en peor. Con las dos salidas que nos tocan a El Salvador y Estados Unidos, el panorama no es muy promisorio.
No soy entrenador, futbolista ni periodista deportivo, por lo que me cuesta entender el porqué de la debacle. En un país de 4 millones de técnicos con licencia B (de bateadores), cualquiera se atreve a opinar. Que si la línea de 4, que si la lesión de Paté, que si un maleficio, que si Kenton, que si la cancha, etcétera.
Dado que no tengo los conocimientos “técnico-tácticos” (ah caray) que se necesitan para hablar con cierta propiedad, por lo menos con palabras que impresionen (profundidad, volumen de juego, etc.), me limitaré a lo que puedo entender mejor: tener vergüenza.
No se me califique como “mal hijo de la Patria”, “ignorante” o “amargado”, por decir que el episodio de Italia 90 no fue otra cosa más que una aguja en un pajar, una combinación de dos buenos resultados obtenidos en un Mundial al que llegamos de regalado, solo porque nuestro rival más importante no pudo participar. Dos resultados. Ganamos dos partidos con lo cual dimos una enorme sorpresa. Dicho de otra manera, lo que dio de qué hablar no fue el altísimo nivel futbolístico que ofrecimos, sino que siendo el equipito por el que nadie daba ni tres pesos, tuvimos la osadía de ganarles a dos europeos. Y eso es mucho decir. Claro que ante el estupor mundial, los ticos dejaron con la boca cerrada a más de uno que apostaba cien a uno a que nos liquidaban en el primer minuto.
Por supuesto que Gabelo, el verdadero héroe de la roja, fue quien puso el condimento y quien dio de qué hablar porque si no hubiera sido por sus voladas y lances indescriptibles y suicidas, quizás otro gallo nos hubiera cantado.
Vinimos con aires de superpotencia de Italia, atreviéndonos a retar a cualquiera. El Gobierno repartió carros y placas de taxi, nos tiramos a las calles en turbas enloquecidas, algunos consiguieron contratos en el exterior y el país entero se olvidó de todas sus penas para exaltar sus humildes seis puntitos traídos del mundial. Subdesarrollo total.
Nuestras otras dos experiencias mundialistas son de tragicomedia. De Corea y Japón vinimos con el rabo entre las patas, y de Alemania ni hablar. Hasta el rabo dejamos allá. Episodios para olvidar.
Para la inmensa mayoría de nosotros, el simple hecho de izar la bandera de Costa Rica en un mundial es motivo de gloria. Escuchar el Himno Nacional en un estadio de campeonato mundial nos pone la piel de gallina; pero tengo que confesar que esas satisfacciones nacionalistas no me compensan la vergüenza del ridículo de quedar en un último lugar después de ser bailados una y otra vez al ritmo que nos imponga el rival de turno.
¿Para qué queremos ir al próximo mundial? ¿Queremos ir a Sudáfrica para que los muchachos consigan jugosos contratos en equipos europeos? ¿Queremos ir para que la Federación reciba una millonada que no se sabe en qué se gasta? ¿Nos creemos de verdad que con lo que tenemos podemos hacer un papel medianamente decoroso?
Somos lo que somos. Por ahora, en casita más bonitos.
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