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Elecciones 2010 (II)

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 19 febrero, 2010



Elecciones 2010 (II)


El facto negativo de nuestro fulminante crecimiento electoral y desbordante entusiasmo en amplios sectores, se dio en el hecho de que los adversarios ideológico-electorales se dieron cuenta muy pronto de que debían unirse en torno a la candidata que tenía las mayores posibilidades de ganar; por lo que dieron la espalda a Guevara, lo que lo obligó a cambiar su discurso, inspirado en antecedentes crudamente neoliberales por uno de mayor contenido social.
Habíamos con ello logrado un triunfo político en el campo ideológico al obligar, incluso a los partidos neoliberales, a cambiar de agenda y de énfasis tiñendo de promesas populares toda su propaganda. Ya no se habló, como en campañas anteriores, de reducir el Estado o de privatizar, sino de fortalecer los servicios públicos como la Caja Costarricense de Seguro Social, de mejorar la educación pública en todos los niveles, de dar créditos para la producción, etc.
Es decir, la derecha se vio obligada a asumir tópicos propios de nuestro discurso aunque fuera con un tono electorero. Lo anterior explica en buena medida el resultado final de las elecciones.
El otro factor que incidió en forma decisiva en el triunfo oficialista tiene que ver con las deficiencias organizativas, desde el punto de vista electoral, de los grupos que conformaban la alianza.
Estas elecciones demostraron que, en la práctica, solo existe en Costa Rica un partido sólidamente organizado en todo el territorio nacional: el ganador. Los otros dos, especialmente el PAC, siguen siendo un movimiento. Carecen de una fogueada organización, a pesar de que tengan una concepción ideológica más definida (aunque no en todos los campos, pues hay graves contradicciones en la política internacional, especialmente latinoamericana).
El PAC demostró ser el más coherente partido de la clase media que ha tenido este país en las últimas décadas. Por eso su énfasis en lo ético; lo cual lo enaltece, porque se convierte en el gran defensor de nuestros mejores valores cívicos.
Pero la política no se reduce a eso, como si fuera una religión. La filosofía nos enseña que lo político se conforma por tres elementos fundamentales: el análisis científico de la realidad que posibilita un diagnóstico tan realista como racional, los principios éticos que dan sustento a una actitud crítica y, finalmente, una propuesta a futuro consistente en presentar un plan alternativo como proyecto viable para mejorar las cosas a corto y largo plazo.
Lo anterior es lo que podríamos llamar la política concebida como ciencia. Pero la política también posee una dimensión no menos esencial que podríamos calificar de arte y consistente en lograr, mediante la persuasión, que un sector mayoritario de la población acepte esta propuesta y, con ello, reconozca el liderazgo de quien la propone.
Esto último no lo hemos logrado en los sectores mayoritariamente populares, donde el clientelismo oficial provoca que se pongan oídos sordos al clamor de indignación frente a la nauseabunda corrupción imperante y que día a día llena los espacios de los medios informativos.
Lo anterior adquiere ribetes de dramatismo si pensamos en el significativo grupo de los que se abstienen. Ciertamente hemos de celebrar que el abstencionismo se redujo esta vez, pero todavía sigue acaparando un tercio del electorado, peligrosamente cercano a la mitad en regiones enteras como son las provincias costeras; por lo que no sería exagerado hablar de dos Costa Ricas geográfica y políticamente cada vez mas distantes.
¿A qué se debe este inquietante fenómeno? ¿Ancestral retraso económico-social? ¿Menosprecio por parte de una población mayoritaria, que considera que solo la gente del Valle Central son ciudadanos de primera categoría? ¿Crisis del Estado Nación incapaz de alcanzar con sus servicios y su jurisdicción real todos los rincones de nuestra geografía?
Hay que emprender ya un estudio para saber exactamente qué está pasando en nuestras provincias de la costa. Porque el repudio radical al sistema político vigente abarca, no solo un tercio de la población, sino cerca de la mitad de la geografía nacional.

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