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Día cuatro: 21 de abril. ¡Cese!

Arturo Cruz redaccion@larepublica.net | Miércoles 21 abril, 2021

Arturo Cruz

Arturo Cruz

Precandidato

Nicaragua

Tercer artículo de la serie Siete días que estremecieron Nicaragua.

Esta es la cuarta crónica de la serie: Siete días que estremecieron Nicaragua, donde seguimos relatando los sucesos de aquella semana trágica de abril. Así, llegamos al 21 de abril de 2018, cuando ya quedaba claro para todos, lo que realmente estaba en juego en nuestro país. Si continuar aprisionados por ese pasado violento que nos persigue, o si era hora de dar vuelta a esa página de nuestra historia. Ese día, todavía la tempestad estaba lejos de aplacarse. Menos, al ver uniformados en nuestras plazas, rumores de saqueos, más tótems del poder cayendo, micrófonos ensangrentados y unos chavalos que ya no estaban luchando solos.


OCTAVO ACTO: SATURNO DEVORANDO A SU HIJO

En una de las paredes del famoso Museo del Prado en Madrid, se encuentra una pintura del gran Goya. En esa obra podemos observar a la mitología romana en su máximo esplendor. El dios Saturno devora a su propio hijo, por temor a ser destronado. De repente, bajo el primer albor de sábado, en la comunidad de Monimbó, se recibe una noticia fatídica. El universitario Álvaro Gómez, estudiante de Banca y Finanzas de la UNAN Managua, había recibido un disparo de fusil AK en el pecho, mientras protestaba. Su padre, profesor y exguerrillero sandinista, y quién lleva su mismo nombre, recibió la trágica noticia. En ese momento, es cuando la naturaleza nos recuerda, que son los hijos los que deben enterrar a sus padres, y no al revés. Repentinamente, un presagio nos invade la memoria, aquel que dice que las revoluciones, al igual que el dios romano Saturno, siempre terminan devorando a sus hijos.

Los sonidos de las piochas, tubos o palas arrancando los adoquines, se multiplican a lo largo y ancho del país. Las barricadas se levantan nuevamente, excepto que ahora, no están los muchachos con pañoleta roja y negra, sino en varios casos, sus hijos y sus nietos. Además, usan pañoletas azul y blanco, y la gran mayoría de ellos, dicen ser autoconvocados, porque ningún partido ni organización les promueve. Al filo del mediodía, desde el palacio real, entra en escena, por primera vez la pareja imperial. Los acuerpan banderas, flores, y por supuesto, los uniformados. No hay sorpresas, se encierran en su laberinto y llaman delincuentes a los manifestantes. Y mientras las voces de condena siguen en aumento alrededor del mundo y la diáspora nicaragüense se activa, la Policía se despoja de su uniforme nacional, para abastecer de piedras a las “turbas divinas” de un FSLN en decadencia. El fantasma del terror ronda por las calles, por las avenidas, por los pueblos y ciudades. Todos estábamos expectantes porque no sabíamos cuando volvería a entrar en escena.

El corazón de abril, reside en el pueblo, no hay dudas. Vemos a los más humildes, a los más pobres, a los descamisados, siendo protagonistas, siendo la voz del cambio social. Eran los más desfavorecidos, reclamando su lugar central, en la mesa de discusión de los grandes temas nacionales, como bien dice con su voz potente el Obispo Rolando Álvarez. De nuevo, se hace realidad aquella frase del evangelio: “No solo de pan vive el hombre”. Pero estábamos frente a un régimen al que le parecían insolencias temporales las más profundas aspiraciones sociales, económicas y políticas de la gente.


NOVENO ACTO: EL EPICENTRO

En la Catedral de Managua, se escucha una frase: “Yo quisiera agradecerles en nombre de la Iglesia, porque ustedes son la reserva moral que tenemos”. Es el Obispo Silvio Báez, quien a la par del Cardenal Leopoldo Brenes y rodeado de varios sacerdotes de la Arquidiócesis de Managua, se dirigen a cientos de chavalos que recogen víveres y se refugian en los templos católicos, de la barbarie desatada. De pronto, una reflexión nos asalta la mente en estos momentos tan álgidos, la de un país al que la clase política le ha fallado tanto, que ha sido la gente la que ha tenido que tomar las riendas de su propio destino. Pero este va a ser un parto difícil, doloroso, sin embargo, necesario.

Por la noche, el epicentro de este terremoto social se encuentra en la Universidad Politécnica, dónde parece no haber tiempo para el luto, por la sangre que ya se ha derramado. La UPOLI ya es el bastión de los chavalos, el buque insignia de la indignación. En el corazón de los barrios orientales, rodeada de una maraña de andenes y callejones, se vuelve el lugar donde confluyen los jóvenes de las distintas universidades y barrios. Desde los muros exteriores de la universidad, se leen carteles que enternecen el alma. “Cese la represión”, “Somos estudiantes, no delincuentes”. Son palabras que se vuelven demandas nacionales.

En tanto, al otro lado del país, donde nuestra nación muestra la diversidad que la compone, se escucha un grito desgarrador en una transmisión en vivo: “noooo, Ángel cayó”. Era el periodista Ángel Gahona, quién caía frente a la Alcaldía de Bluefields. Había recibido varios disparos de arma de fuego, mientras documentaba la represión policial en la zona. Por su muerte, hubo condenas, nunca aceptadas por la familia. Al final, estamos en un país que cómo diría Orwell: “El partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerle”. Finalmente, el país hizo bien la suma y nunca les creímos. Otra vez cae la noche, bajo un cielo nublado que anuncia un aguacero, un mal augurio. Esta vez, es una lluvia tormentosa de balas, que continúan cayendo sobre las vísperas de un nuevo país, que insiste en nacer, aún en medio de la oscurana.






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