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Cantera

Macarena Barahona lmacarena62@hotmail.com | Jueves 10 enero, 2008


Cantera

Macarena Barahona

El “Hombre de Vitruvio”, de Leonardo da Vinci, encierra la perfección de todas las cosas, la autocontemplación de un sí mismo como centro del universo, el todo del macrocosmos y el microcosmos, el círculo como movimiento del cosmos y el cuadrado como lo humano, cuantificable y estático.
El ser humano en el centro casi dueño y señor.
La mitad del cuerpo sería la posibilidad, en su ombligo o pubis de unir lo terrenal con lo divino, y no en la parte superior, pues el círculo carece de superior e inferior; el centro, lo gravitante, la unión del cielo y el infierno, la unión de la tierra y el cielo en el perdido cordón umbilical.
Sin Leonardo de Vinci y sin el arquitecto romano Vitruvio, un ser humano, un hombre o mujer en las cordilleras de Talamanca y sin exploradores contemporáneos coronaría la esfera con el límite de su propio cuerpo, el dibujo humano sería la línea y solo la línea, de comprensión con los microcosmos de la tierra y el cosmos infinito de su comprensión. El dibujo humano sería como nuestra estética precolombina, y natural, rostro de guarumo, manos de iguanas, ojos de ocelote, pico de tucán, piel de tortuga, pechos de danta, brazos de almendros, y pies de zopilotes.
Costa Rica tiene hermosos y misteriosos hábitats, donde especies y plantas viven en su ardorosa armonía. Pero en Talamanca, el microcosmos frenético de su selva hace que la procreación se multiplique en especies diversas y maravillosas.
Nada que descubrir, pienso que cada una de las especies tiene su atávico dueño conjuntamente con los supervivientes de estas regiones, permitir corsarios o bucaneros modernos vestidos de safaris redescubriendo historias vivas, salamandras y terciopelos, ortigas y muérdagos, es permitir, disfrazado, el robo de sus calidades y vitales funciones en estas tierras con dueño.
No hemos ni siquiera iniciado el camino para valorar lo propio, permitimos que se inventaríe nuestro corazón de una tierra que ha visto a tantos desenfrenadamente codiciar: el oro de Talamanca, el petróleo de Talamanca, la biodiversidad de Talamanca. Como festín de guerras, nuestros mágicos tesoros se encuentran a simple vista, humildemente a simple vista.
No somos el centro del universo ni nuestra cuadratura solo se puede percibir en dólares.
Somos los límites de la supervivencia, nuestra naturalidad se encuentra en nuestras tierras y diversidades, y si lo sabrán los que vendrán a patentizar los valores intrínsecos de cada una de estas partes del círculo completo del ser humano de Talamanca.

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