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COLUMNISTAS


Vicky y muchas otras mujeres transgénero

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Martes 06 julio, 2021


Vicky Hernández era una mujer trans, trabajadora sexual y reconocida activista del “Colectivo Unidad Color Rosa” en Honduras. El 28 de junio de 2009 fue hallada sin vida con heridas por arma de fuego. Su muerte todavía permanece impune.

El caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, organismo que constató que “existían varios indicios de la participación de agentes estatales que apuntan a una responsabilidad del Estado por la violación al derecho a la vida y a la integridad de Vicky Hernández, ocurrida en un contexto de violencia contra las personas LGBTI, y en particular contra las mujeres trans trabajadoras sexuales”.

Pero no es la resolución de la CIDH sobre este caso y el voto disidente de una de las juezas de este organismo, Elizabeth Odio, a lo que quiero referirme, sino a la discriminación rampante que vive día a día las mujeres trans.

El Informe sobre Personas Trans y de Género Diverso y sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, realizado por la CIDH en el 2020, sostiene que existen datos alarmantes sobre la reducida expectativa de vida de las personas trans y de género diverso y los altísimos niveles de violencia y discriminación que sufren en la región.

Costa Rica no es la excepción, y todos los años se reportan diversos actos de agresión contra este grupo. El año pasado -tomando un solo ejemplo-, un medio de comunicación nacional publicó el video de un grupo de hombres instando a otro a darle una golpiza a una mujer trans. La mujer insiste en que la dejen en paz, mientras se oye la voz “Péguele Wally, péguele”. Y Wally le lanzó patadas y puños en la vía pública, sin que ella pudiera defenderse.

Analizo la situación y me pregunto: ¿qué daño le hace una mujer trans a la sociedad?; ¿roba?, ¿viola?, ¿agrede?, ¿es corrupta?, ¿es narcotraficante?, ¿evade impuestos?

Como la respuesta en general es negativa, entonces todo se trata del rechazo categórico e inhumano a una vivencia interna y personal del género, libremente escogida, que no corresponde al sexo asignado al nacer, y que se manifiesta en expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar, la forma de caminar y ademanes.

Esa selección personal, como no es aceptada socialmente, y es considerada aberrante y en contra del “orden moral”, entonces es repudiada, ridiculizada, castigada y proscrita, al punto de que la marginación les impide el empleo digo y las lleva a la prostitución, pobreza extrema, maltrato y baja esperanza de vida.

Es tanta la indignación que siento cuando maltratan a una mujer trans que pienso, por qué no aplicamos esa mano dura a los delincuentes y nos unimos a los ignorantes e indolentes aplicando la frase:

“Péguele Wally, péguele” …a los corruptos que se enriquecen con el dinero de los contribuyentes

“Péguele Wally, péguele”… a los que evaden impuestos y crean grandes capitales

“Péguele Wally, péguele”… a los feminicidas

“Péguele Wally, péguele”… a los narcotraficantes

“Péguele Wally, péguele”… a los que maltratan y abusan de menores de edad

“Péguele Wally, péguele”… a los que trafican órganos y personas

“Péguele Wally, péguele”… a los que agreden y hacen sufrir a los animales

Sabemos que pegar no es la solución, todo lo contrario, es el efecto de la intolerancia, pero permítanme desahogarme por unos minutos y convertirme en la voz enmudecida de Vicky y muchas otras mujeres trans, cuyo único “defecto” es actuar en contra de la moral establecida por una sociedad predominantemente cristiana, que presuntamente ama al prójimo como a sí mismo.



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