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Un camino por recorrer

Jurgen Ureña - Futuris Consulting jurgen@futurisconsulting.com | Martes 10 marzo, 2020


El siglo XX se inauguró en Costa Rica con la publicación de El Moto, la novela costumbrista de un jovencísimo Joaquín García Monge, y el nacimiento de figuras claves de la primera mitad de ese siglo como los expresidentes Rafael Ángel Calderón Guardia y Teodoro Picado. 1900 es también el año de la llegada del primer automóvil a nuestro país.

Cuentan los historiadores que ese primer vehículo fue traído de los Estados Unidos por el Dr. Enrique Carranza con el propósito de atender a domicilio a una mayor cantidad de pacientes. Siete años después, ya se vendían en San José asfalto y llantas de caucho; en 1950 circulaban en nuestras calles alrededor de 25 mil automóviles y hacia finales del siglo XX ese número había crecido más de diez veces.

El automóvil es una parte esencial de nosotros: aumentó nuestra capacidad para transportarnos en el espacio físico y, ante todo, nuestra capacidad para creer que nos transportamos en el espacio social. Durante décadas, nuestros automóviles recorrieron distancias conforme alimentaron nuestro deseo de una vida más confortable, segura y feliz. El siglo XXI ha traído consigo la necesidad de modificar esa idea.

Del sueño a la pesadilla

En 1966, el escritor argentino Julio Cortázar señaló el lado oscuro del tráfico vehicular en La autopista del sur: un cuento en el que algunos conductores quedan atrapados en un embotellamiento que se extiende durante varios meses. Ese relato anticipa la experiencia cotidiana de cualquier conductor contemporáneo que cuente con la mala fortuna de hallarse dentro de un automóvil, durante una hora pico en la Gran Área Metropolitana costarricense.

Según el Programa Estado de la Nación, que dedicó en el 2018 un capítulo especial al transporte y la movilidad, Costa Rica es el tercer país con mayor densidad vehicular de Latinoamérica. Tres años antes habíamos ingresado en la lista de los peores países del mundo para conducir, de acuerdo con el índice de satisfacción del conductor de la aplicación Waze.

El transporte motorizado en nuestro país es la principal fuente de gases de efecto invernadero y el mayor obstáculo que enfrentamos frente a la crisis climática. La solución propuesta por el actual Gobierno a ese problema es un tren eléctrico interurbano, cuya concesión arrancaría en el segundo semestre de este año. El inicio de su construcción está previsto para el año 2021.

Según datos de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés), el tren eléctrico es uno de los elementos centrales de una economía con una baja huella de carbono: mientras que el 8% del transporte mundial se hace por tren, el volumen del gas de efecto invernadero que produce es apenas del 3,5%. El beneficio adicional del tren consiste en que abarca un espacio mucho menor: la capacidad de una vía doble de ferrocarril es igual a la de una autopista de 16 carriles.

Se estima que nuestro tren eléctrico desplazará diariamente a unas 220 mil personas, lo que desahogará el tránsito vehicular y disminuirá las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, ¿podemos asegurar que dejaremos la comodidad estática de nuestros automóviles para utilizar el transporte público? ¿Qué se requiere para garantizar que muchos nos subamos al tren?

Lindberg y Lindberg

En Suecia, un movimiento creciente invita a los pasajeros a no volar y a elegir medios alternativos de transporte. Se conoce como Flygskam, que podría traducirse como la vergüenza de volar. Al su lado han aterrizado en el país escandinavo términos asociados como Tagskryt, que se refiere al orgullo de viajar en tren, y Smygflyga, que se utiliza para señalar a quienes vuelan en secreto.

Se considera que el Flygskam surgió en 2017, cuando el cantante sueco Staffan Lindberg se comprometió a dejar de viajar en avión. Entre aquel Lindberg famoso llamado Charles, que en 1927 condujo un avión entre Nueva York y París y se convirtió así en un héroe mundial, y el Lindberg que nueve décadas después se niega a volar, se cuenta una historia que tiene algo de curiosidad y mucho de aprendizaje.

Charles Lindbergh es un nombre obligatorio en los libros de historia. A sus 25 años cruzó el océano Atlántico en un vuelo sin escalas y en solitario que inauguró la aviación comercial, tal como la conocemos hoy. Lindbergh se convirtió entonces en asesor de aerolíneas comerciales y pilotó el primer vuelo oficial de la línea aérea Mexicana de Aviación.

¿Por qué contar una historia que va del Flygskam al Tagskryt y de Lindberg a Lindberg? Porque las gestos renovadores y las figuras ejemplares han sido fundamentales para la transformación del transporte público. Porque cuando hablamos de nuestro tren eléctrico interurbano no solamente se habla del tiempo y el dinero que nos ahorraríamos sino, ante todo, de energía no contaminante, del consumo responsable y las medidas necesarias para combatir el cambio climático. Al menos de eso debería hablarse con mayor frecuencia.

Bajo la gestión de Elizabeth Briceño, la actual presidenta ejecutiva del Instituto Costarricense de Ferrocarriles (Incofer), se han concluido los estudios de factibilidad del proyecto y se ha considerado la opinión de líderes municipalidades y jerarcas institucionales de los 15 cantones que atravesaría el tren. Eso representa, sin duda, un gran avance.

Quedan por delante varias tareas. Una de las más ambiciosas consiste en invertir la tradicional pirámide de la movilidad, de manera que el transporte público y masivo se ubique sobre el individualizado. Esto se conseguiría a partir del momento en que la población se enamore del proyecto del tren eléctrico interurbano. Además, de esa forma se garantizaría su continuidad de un gobierno a otro.

Se espera que alrededor de 150 mil personas dejen diariamente sus automóviles para desplazarse en tren a sus trabajos, de acuerdo con los cálculos de la propia presidenta ejecutiva del Incofer. Esa expectativa supone un cambio cultural en relación con el automóvil y una eficiente comunicación sobre la perspectiva ambiental del proyecto. Esa es otra de las grandes tareas pendientes.

El siglo XXI es un vehículo de alta velocidad que se abordará cuando hayamos conseguido dejar atrás los esquemas de transporte tradicional en nuestro país, el deseo de beneficio inmediato y la simple fascinación por el cambio tecnológico; cuando nuestras preocupaciones salten de lo individual a lo colectivo y de nuestro tiempo al de nuestros hijos y nietos. Ese es el camino que aún debemos recorrer.

Jurgen Ureña

Futuris Consulting







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