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Segundas oportunidades

| Viernes 27 junio, 2008




Segundas oportunidades


German Retana
german.retana@incae.edu

“El hombre que ha cometido un error y no lo corrige, comete otro mayor”. Estas sabias palabras de Confucio calan profundo en la conciencia de quienes tienen el valor de rectificar y, por ello, merecer una segunda oportunidad. Retrasar la confrontación de una realidad que hay que cambiar, solo conduce al inevitable fracaso. Por eso, hay que aplaudir a quienes no se dejan abatir por sus errores y cambian de rumbo. Sin embargo, hay un requisito para tener éxito: ser absolutamente auténticos en el propósito de enmienda.
Reconocer el error y rectificarlo es evidencia de sabiduría. Lo triste es que a veces no se tiene una segunda oportunidad para cambiar una primera mala actuación. No obstante, si esta llega debe hacerse en compañía de otro compromiso, que ya no es solamente reparar el error, sino ratificar que se es creíble, que se posee congruencia entre las palabras y las acciones. De lo contrario, quienes conceden la nueva oportunidad se sentirán defraudados y hasta manipulados.
Es imposible mejorar sin cambiar la interpretación de los hechos que originan ese cambio y sin admitir que habrá que aceptar una nueva visión de lo que es verdad. Martin Luther King afirmaba que la verdad aumenta en la medida en que se sepa escuchar la verdad de los otros. En las organizaciones hay líderes que cometen más errores por no escuchar que por hablar, por eso algunas veces no tienen conciencia de la necesidad de cambio. Según Séneca, es preferible ser molestado con la verdad que complacido con adulaciones.
Para que la rectificación sea duradera debe surgir desde las raíces más profundas, desde los valores. Entre estos hay dos que enfatizar. Primero, el respeto a uno mismo y a lo que decimos que haremos a partir de ahora. Así se engendra el respeto de y hacia los demás. Segundo, la tolerancia, pues sin ella no es posible progresar en ningún campo de la vida.
Las personas intolerantes no dan ni reciben segundas oportunidades porque sencillamente temen la inteligencia ajena. Su visión es tan pequeña que viven encerrados en lo conocido, en lo seguro y no se atreven a cambiar ni a permitir que los otros lo hagan.
La autenticidad de la nueva intención debe evidenciarse en decisiones concretas y conductas visibles. Se es digno de confianza cuando los miembros de un equipo pueden creer en su palabra, cuando las promesas que se hacen se convierten en acciones. Mientras no se negocie la dignidad propia ni se irrespete la de los otros con falsos ofrecimientos, se llegará a buen puerto.
Si esa dignidad personal está presente en el nuevo rumbo, entonces, como dice Charles Colton: “el mayor amigo de la verdad es el tiempo; su más encarnizado enemigo, el prejuicio; y su constante compañera, la humildad”.






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