San José no merece cobardes
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 20 agosto, 2010


San José no merece cobardes
San José es un reflejo del desorden, de la improvisación, pero sobre todo de nuestra falta de coraje para pensar en grande.
Bien hizo el escritor León Pacheco, en señalar entre nuestros males, “la mente cajuelera del tico”.
Si Costa Rica pretende ser, como bien lo propuso la presidenta Laura Chinchilla, un país desarrollado para el bicentenario, debemos abandonar esa mezquindad, cobardía y empezar primero por ordenar nuestra casa.
La capital, como el centro del poder democrático debe tener un orden, un sentido lógico que permita anteponerse a la cultura de la improvisación y caos que actualmente predomina.
Decía el intelectual peruano, Augusto Salazar, que un estado mental de subdesarrollo es un modo de expresión, una perspectiva y una personalidad colectiva marcada por dolencias crónicas y formas de inadaptación.
Pretender que el Estado siga alquilando edificios y que el Primer Poder de la República compre improvisadamente un inmueble donde quedarían por fuera más de 500 empleados, es simplemente una expresión del subdesarrollo.
Una ciudad desordenada promueve el crimen, la suciedad, el estrés, la frustración, la ansiedad y la confusión entre sus habitantes.
Los espacios públicos nos definen e inciden en nuestros pensamientos. Este es el papel cardinal que juegan el urbanismo y la arquitectura, socorrer ante la falta de identidad y del sentido colectivo para alcanzar metas.
Pareciera que esta forma irreflexiva de vivir fuera parte inherente de nuestra historia, sin embargo esta afirmación es por mucho incorrecta y temeraria.
La idea propuesta desde 1955 de desarrollar un Centro Cívico Nacional, tiene un sentido racional y profundo para los rasgos y temperamentos que nos definen como pueblo.
Concentrar los cuatro poderes democráticos en el centro de la capital, no solo es una expresión de orden, sino que implica un deseo de abandonar la mediocridad y el continuo desprecio a la planificación, desarrollo y reforma del país.
Las razones que hoy se oponen a este proyecto, son las mismas fuerzas que nos han condenado a la barbarie urbana que sufrimos. Por supuesto que pensar en grande no es barato, sin embargo las mejores ideas merecen ser concretadas.
Si el dinero, los terrenos y los planos están aguardando, ¿por qué no romper ya la mente cajuelera que nos condena a seguir viviendo en esta inadaptación crónica que llamamos San José?
Luis Alberto Muñoz
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