Salidas
Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Lunes 29 septiembre, 2008

Marcello Pignataro

Desde hace meses se habla, en corrillos y fuera de ellos, que doña Laura Chinchilla podría tomar la decisión de convertirse en candidata a la Presidencia de la República por el Partido Liberación Nacional. De sobra son conocidos las capacidades, el talento, la energía y las calidades de doña Laura para un cargo de ese tipo (de hecho hago pública en este momento mi adhesión a ella, e incluso trabajaría en su campaña si me lo pidieran) pero, ¿por qué la ley de este país no le permite seguir cumpliendo con sus obligaciones como vicepresidenta —que para eso la escogió la mayoría— hasta, digamos, un par de semanas antes de las elecciones?
El ministro de Hacienda, don Guillermo Zúñiga, también dejó entrever sus intenciones de candidatearse y, por ende, de renunciar a su cargo que, al igual que doña Laura, también ha venido cumpliendo de una forma extraordinaria. Tenemos un superávit por primera vez en mucho tiempo; el plan fiscal, aunque importante, no ha sido necesario implementarlo, por cuanto la recaudación de impuestos ha subido a niveles insospechados. En el caso de don Guillermo no podría darle mi apoyo público si le tocara competir contra doña Laura, pero la pregunta es la misma que hago al final del párrafo anterior.
En Estados Unidos, Barack Obama sigue ocupando su cargo como senador por Illinois y lo hará hasta el día de las elecciones, en noviembre. Igual ocurre con John McCain, senador por el estado de Arizona. Una vez pasado el temblor, uno de los dos asumirá el rol de “hombre más poderoso del mundo” y el otro regresará a su trabajo. Hillary Clinton comparte su tiempo entre el Senado y la campaña de Obama, sin que nadie ose tan siquiera pensar en algo malo.
No voy a pedir que doña Laura o que don Guillermo renuncien a sus aspiraciones simple y llanamente porque yo considero que están haciendo una excelente labor. Los sueños hay que perseguirlos hasta donde se pueda. Si nada se hace, simplemente seguirán siendo sueños y estarán muy lejos de convertirse en realidades.
Lo que sí me gustaría es analizar la posibilidad de cambiar la Ley Electoral que obliga a ciudadanos de altísimo calibre a renunciar a cargos públicos seguros y cambiarlos por incertidumbre.
A uno siempre le dicen, cuando piensa cambiar de trabajo, que “no suelte la rama hasta que no tenga la otra bien agarrada”. Esto quiere decir que no debemos dejar nuestro trabajo, estabilidad e ingresos actuales hasta tanto no estemos mil por ciento seguros de que una mejor oportunidad está, valga la redundancia, segura en otro lado.
¿Por qué no pensar en eso, también, para quienes quieren optar por la Presidencia de la República?
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