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Reflexiones: Aprender es un juego

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 07 noviembre, 2017


Reflexiones: Aprender es un juego

El aprendizaje es esencialmente un proceso que requiere experimentación, requiere cierto nivel de seguimiento, pero sobre todo requiere de interés y entusiasmo de quienes participan. Podemos aprender de muchas formas, interactuando con el entorno o con otros, interactuando con la tecnología o con los procesos productivos, en el aula, la soda o la casa. Aprendemos en casi todas las actividades que realizamos cotidianamente. Se aprende de otros, pero por lo general se aprende con los otros. Es decir, el aprendizaje es esencialmente un proceso social.

Las distintas sociedades han utilizado modelos y formas para formalizarlo, además de convertirlo en una tarea esencialmente normada y regulada. En algunos países la regulación ha sido muy genérica y se ha reducido a los mínimos requeridos para que existan estándares, requisitos básicos y muy pocas pruebas o controles, para dar flexibilidad al aprendizaje. Por el contrario, existen sociedades donde se privilegia el conocimiento y no el proceso de aprendizaje, por lo que se mira la actividad de aprender como un proceso industrial y no necesariamente, como una actividad humanizada y placentera. No diré cuál es más o mejor, pero como ser humano prefiero la primera a la segunda.

Este tema no es nuevo en el debate pedagógico, de hecho es claro que la mayoría de los niños aprenden más rápido en entornos de aprendizaje donde se sientan motivados y no reprimidos o frustrados. Es por eso que existe tanto apego a los juegos de computadora o tabletas hoy en día, la mayoría de los juegos son diseñados para ayudar al proceso de descubrimiento de los niños y adolescentes, sin violentar el proceso individual o generar estrés con castigos excesivos. Este mismo modelo, se ajusta a las experiencias de aprendizaje colaborativo que se dan en las mejores empresas y más flexibles hoy en día, dónde se busca innovar y articular los procesos de innovación, sin prejuicios previos o demasiadas reglas.

Luego de casi 26 años de impartir clases en la universidad y valorando que cada día resulta más complejo competir con los distintos medios, tecnologías y opciones con que cuentan los muchachos para distraerse, resulta obvio para mí que la única forma en que podemos aprender los seres humanos es en un entorno flexible, un entorno de empatía y de sintonía entre el que colabora y el que asume su responsabilidad de aprender. Se trata entonces de un proceso que exige de ambas partes compromisos, pero que debe verse mediado por condiciones flexibles, relajadas y llenas de entusiasmo y comprensión.

El entusiasmo no es posible sin utilizar los sentimientos en el proceso, trasmitir empatía y sobre todo, evitar a toda costa el mediar el proceso con reglas demasiado estrictas o llenas de controles en ambas partes. Tal vez parece iluso lo que les digo, pero la verdad es que aprender lleva más del corazón y del sentir que del cerebro. Las posibilidades de abrirse a todo nuevo conocimiento requieren de querer aprender y de prepararse mentalmente para ello.

El aprendizaje ciertamente requiere disciplina y algunas reglas, pero llevar el control de manera detallada de lo que se aprende sería una forma ilusa en un mundo donde el aprendizaje se ha vuelto un tema permanente y continuo. Debemos aprender y olvidar rápidamente, actualizarnos y volver a aprender, cada cierto tiempo. Así las cosas, los procesos educativos se han vuelto obsoletos en la forma y en el contenido de los mismos, por la avanzada de la tecnología y el desarrollo de mecanismos alternativos para aprender. Empero, de una u otra forma debemos cambiar el sistema educativo para que se vuelva más acorde a los requerimientos de la sociedad, entender que muchas de las cosas que aprendimos en la escuela, el colegio y la universidad son inútiles, tener consciencia que la educación debe permitirnos más competencias, habilidades y destrezas, que un cúmulo de memoria de posibles conocimientos, por lo general obsoletos.

Así las cosas, aunque parezca trillado, el sistema educativo está generando menos y menos aprendizaje, más frustración y enojo, que aventura y entusiasmo. Yo no soy pedagogo ni lo pretendo, soy un profesor que entiende que la única forma para poder permanecer en la mente de mis estudiantes es hacer el proceso educativo cada día más divertido, generando preguntas antes que respuestas, motivando al encuentro, más que al desencuentro. Soy un profesor que ya casi no pone exámenes, a pesar de que mis alumnos dicen que tienen que hacer un gran esfuerzo en mi curso. La verdad, el aprendizaje es mejor si se toma como un juego y se reduce sustancialmente la carga emocional negativa del maestro y del aprendiz. Espero que si alguien lee con cuidado esta columna pueda reflexionar sobre sus maestros, sus alumnos o inclusive sobre sus hijos o hijas que están en el sistema educativo.

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