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¿Qué le pasó a la avenida central?

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 03 febrero, 2011



Vericuetos
¿Qué le pasó a la avenida central?


Escuché comentarios tan positivos de un restaurante que decidí darme una vuelta a la hora del almuerzo de un día cualquiera de la semana pasada.
Después de muchos años de no caminar por la avenida central, pero con noticias abundantes sobre los riesgos que representa el centro de San José, preparé con unos colegas la expedición del caso. Deje el reloj en el escritorio, llevé efectivo en cantidad suficiente pero no en exceso y métase la cédula en la bolsa delantera del pantalón. Nada de billetera y las doñas sin bolsos ni carteras, mucho menos collares, pulseras u otro tipo de atavíos que puedan tentar a los dedos ligeros que pululan por Chepe, me aconsejaron.
Encontrar parqueo no fue tan complicado aunque, por supuesto, tuvimos que renunciar a la posibilidad de estacionar en media calle, como cuando nos íbamos a comer un lápiz, el mejor sánguche del mundo, a la Eureka, generalmente en la madrugada.
Si me hubieran llevado al bulevar (en español) con una bolsa en la cabeza y me hubieran soltado ahí, no habría sabido donde estaba.
Diay, ¿qué le pasó a la avenida central? No puedo ocultar que caminar entre ese inconmensurable tropel me pareció una experiencia desafiante y, por qué no admitirlo, hasta atemorizante. No sabe uno para donde coger con ese gentío que se mueve como hormigas en todas las direcciones.
Claro que aunque las circunstancias y, en especial, la falta de necesidad o el no tener nada que ir a hacer hayan sido la causa de mi abandono involuntario a San José, no debí alejarme tanto de esa zona que tan profundamente vivió mi generación en sus años de infancia y adolescencia.
Parecía un turista de quién sabe dónde, o más bien, el japonés aquel que estuvo escondido como 30 años sin saber que la guerra había terminado, o, más perdido aún, un habitante del Amazonas a quien llevan a la ciudad por primera vez. Todo me parecía nuevo y, debo admitir, no necesariamente agradable.
¿Qué pasó con la avenida de nosotros, la que caminábamos para arriba y para abajo desde el cine Capri hasta La Gloria, viendo y dejándonos ver (intentando que nos vieran)? Recordé con mucha nostalgia las sodas donde nos refugiábamos de carajillos a fumar: la Garza, Tom Boy, Malé, La Pizzería, aquella minúscula que estaba frente a Sears y a la Cerrajería Costa Rica, entre el Bazar la Casa y la Librería López, y que era famosa por las empanadas de pollo y de carne que se devoraban arrinconados contra la pared. ¿Qué habrá pasado con Diorvett y con Yans, las tiendas “de moda” donde gastábamos el producto de muchos días de ahorro? Recordé los ventanales de la Universal con sus exhibiciones de mecanos, trenes eléctricos y calderas de vapor, nuestros más sofisticados y “tecnológicos” juguetes.
Ni hablar de que encontrar a alguien con pinta de tico en la avenida central es como ganarse la lotería. Si no hubiera sido por los empleados del INS, de Hacienda y de los bancos, todos debidamente ataviados con sus gafetes colgantes, la verdad, podría haber pensado que San José es una ciudad extranjera cualquiera, más norteña o más caribeña de lo que era cuando me echaba esos inolvidables avenidazos.
Cambia, todo cambia…

Tomás Nassar

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