Qué cambió en Colombia (y qué no) en los 12 años que viví en el exterior
Daniel Pardo - Corresponsal de BBC Mundo en Colombia | Miércoles 30 diciembre, 2020
Hay una primera impresión, apenas uno vuelve a Colombia después de vivir por fuera, de que nada cambió.
Los políticos son los de siempre, los problemas de fondo están intactos, las masacres continúan, el tráfico es igual o peor y en televisión transmiten literalmente las mismas telenovelas que en los años 90.
Pero si uno se toma una pausa y observa de cerca no tarda mucho en descubrir los cambios que ha habido.
Entre 1990 y 2010, unos 5 millones de colombianos nos fuimos en lo que fue una de las olas migratorias más grandes de la historia. Partimos en busca de un país normal. Huimos de la violencia, la corrupción y las discusiones estancadas sobre "por qué Colombia es inviable".
Muchos se fueron por amenazas, la mayoría por falta de oportunidades.
Mi salida no tuvo que ver con ninguna de esas, afortunadamente, sino con la simple curiosidad por lo que había fuera de un entorno marcado por el clasismo, los privilegios y la dicotomía comunistas-capitalistas.
Desde el exterior seguí las noticias de Colombia con desdén y, casi siempre, resignación. Pero cada tanto se asomaba la tímida sensación de que algo estaba cambiando.
Volví 12 años después en un año atípico y aterrador: este 2020 pandémico.
Han pasado 10 meses y he viajado menos de lo deseado, pero suficiente para tener atisbos de la Colombia de hoy.
Un largo camino
De las cosas que cambiaron, algunas aún tienen un largo trecho por recorrer.
Según cifras del Banco Mundial, entre 2006 y 2018 el poder adquisitivo de los colombianos aumentó (25%) y bajaron la desigualdad (5%), la pobreza (45%) y los homicidios (40%).
Aun así, Colombia sigue ocupando lugares distinguidos en los rankings internacionales de la tragedia: es el quinto país más desigual, el mayor productor de cocaína y el decimoséptimo más violento del mundo, según datos la ONU; es el octavo más corrupto de América Latina, reporta Transparencia Internacional; y uno de los peores lugares del planeta para defender los derechos humanos y ambientales, no importa a quién preguntes.
El cambio más importante en dos décadas fue la transformación de la guerra.
El debilitamiento de las guerrillas durante los gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010) y la desmovilización de las FARC con Juan Manuel Santos (2010-2018) abrieron las puertas para un país distinto.
Sin embargo, millones de colombianos aún sufren un hostigamiento diario que solo recuerda los peores momentos del conflicto. Este año, estima el centro de estudios Indepaz, hubo 90 masacres.
Aparte de esto, Colombia todavía es un país extraordinariamente clasista, Bogotá sigue siendo la única metrópoli latinoamericana sin metro y la sección de "entretenimiento" de muchos noticieros parece una imagen de archivo, con su presentadora en minifalda, la publicidad de una bebida gaseosa y la promoción prolongada de las empresas del dueño del canal.
Un país por descubrir
Dicho esto, Colombia es un país distinto al que dejé en 2008.
Empezando porque en el exterior ya es menos usual que nos relacionen con Pablo Escobar y la cocaína, y cada vez es más popular la idea de que Colombia es un país con naturaleza exuberante y artistas, géneros musicales y movimientos culturales que van más allá de Shakira.
El primer síntoma de cambio lo vi a finales de 2019, cuando se confirmó mi vuelta al país.
Las protestas del Paro Nacional, si bien hoy diluidas y desprestigiadas, revelaron la emergencia de una generación preocupada por temas casi prohibitivos en el contexto, aparentemente archivado, de la guerra: el derecho al aborto, la igualdad de género, la legalización de las drogas, la viabilidad del modelo capitalista.
Durante la ola de protestas noté que no solo hay medios tradicionales, sino también una amplia oferta de portales independientes con intereses y métodos frescos y relevantes.
Una de sus preocupaciones es, por ejemplo, el medio ambiente, un tema que dejó de ser conversación de nicho y se convirtió en una inquietud de gran parte de la población. La mayor riqueza del país, la biodiversidad, está amenazada por la deforestación y el cambio climático.
Durante los años 80 y 90 viajar por Colombia era prácticamente imposible. Por la violencia, pero también por la falta de infraestructura. Generaciones enteras crecimos sin conocer nuestras maravillas naturales.
En los últimos 15 años, sin embargo, la violencia menguó y el Estado hizo lo que era urgente desde hace cinco décadas: construyó puentes, túneles y carreteras.
Aunque los derrumbes, los atascos y el aislamiento de ciertas regiones siguen siendo rutinarios y los casos de corrupción que generó la llamada "revolución de infraestructura" están impunes, Colombia es hoy un país menos fragmentado. Y los resultados apenas empiezan a verse.
Bogotá, por ejemplo, es una urbe multicultural. Muchos de los inmigrantes internos llegaron por la violencia y buena parte de los externos por la crisis en Venezuela, pero hoy la ciudad es una amalgama de acentos, costumbres y colores que recuerda a Buenos Aires o Sao Paulo.
Esa inyección de diversidad también se dio en Medellín, Barranquilla y Cali. Y, como en la capital, allí el proceso fue acompañado por alcaldías entregadas a potenciar la cultura ciudadana.
Comer en Colombia antes era divertido, pero monótono. Hoy es una experiencia lujuriosa. La interconexión ha generado un movimiento gastronómico en todo el país que mezcla productos y métodos del Pacífico, los Andes y el Caribe.
Es como si los colombianos estuviéramos descubriendo un país: hay más relación con lo autóctono, menos miedo a lo desconocido, una obsesión a veces descabellada con llegar al lugar más remoto.
Cuando me fui, nuestro deporte más tradicional, el ciclismo, había sido relegado por el fútbol y mermado por el narcotráfico y el desinterés estatal y empresarial.
Hoy uno recorre las carreteras y es inevitable —no importa la hora, la inclinación o la temperatura— encontrarse un ciclista dándolo todo por conquistar montañas y valles con el poder de sus piernas y su idiosincrasia perseverante.
Un colombiano que intenta reconectarse con su esencia, la naturaleza, sin el uso de trampas ni atajos. Es una imagen que al menos yo, que nací en los 80, nunca había visto.
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