Productividad y gasto público
| Miércoles 27 junio, 2012
Productividad y gasto público
Cuando era estudiante y me esforzaba por entender la ecuación de equilibrio macroeconómico (Producción = Consumo + Inversión + Gasto de Gobierno + Exportaciones netas), mi profesor nos advertía con insistencia que dentro del gasto de gobierno no debíamos de incluir los subsidios ni las transferencias.
A diferencia del gasto que genera la construcción de una carretera o la contratación de un nuevo maestro decía, los subsidios que se entregan, por ejemplo a un desempleado, son solo una transferencia de recursos de un sector de la población a otro menos afortunado. Se hacen para buscar una mejor distribución del ingreso, pero no tienen como contrapartida la creación de un bien o la prestación de un servicio, razón por la cual no deben considerarse dentro de la producción del país.
Han venido a mi memoria las enseñanzas de mi profesor a raíz de la discusión sobre el déficit fiscal, pues esta se ha enfocado en el monto del gasto público y la insuficiencia de los impuestos que lo cubren, pero ha dejado por completo de lado el cuestionamiento de la productividad de ese gasto. Para muestra un botón: la CCSS contrató 10 mil nuevas plazas, pero a pesar de ello, la longitud de las colas y la duración de los tiempos de espera no mejoró. Si utilizamos este parámetro como una medida de su productividad, podríamos decir que esta fue mínima o quizás nula.
Está demostrada la conveniencia de aumentar el gasto público como una medida contra cíclica para aumentar la producción en tiempos de recesión, pero este y otros casos de gasto público que han salido a la luz recientemente, con independencia de la partida contable en que se hayan registrado, se parecen menos a un gasto y más a una transferencia, a un subsidio, pues tienen como contrapartida poca o ninguna producción.
El asunto está pues en la calidad del gasto y no solo en su cantidad.
Más que enfrascarnos en una discusión sobre si reducir el gasto público o aumentar los impuestos, deberíamos preocuparnos por mejorar la productividad del gasto actual, mejorar la calidad de nuestra administración pública y la medición de sus resultados, estimular la rendición de cuentas en sus funcionarios y en que existan consecuencias reales de un buen o mal desempeño.
De hacerlo así, todos tendremos más bienes y servicios a nuestra disposición, esto significará mayor bienestar para la población y a la vez esa mayor producción generará mayores impuestos que, a la postre, podrían reducir o incluso hasta cerrar la preocupante brecha fiscal.
Dennis Salas
Consultor de empresas y profesor universitario
Cuando era estudiante y me esforzaba por entender la ecuación de equilibrio macroeconómico (Producción = Consumo + Inversión + Gasto de Gobierno + Exportaciones netas), mi profesor nos advertía con insistencia que dentro del gasto de gobierno no debíamos de incluir los subsidios ni las transferencias.
A diferencia del gasto que genera la construcción de una carretera o la contratación de un nuevo maestro decía, los subsidios que se entregan, por ejemplo a un desempleado, son solo una transferencia de recursos de un sector de la población a otro menos afortunado. Se hacen para buscar una mejor distribución del ingreso, pero no tienen como contrapartida la creación de un bien o la prestación de un servicio, razón por la cual no deben considerarse dentro de la producción del país.
Han venido a mi memoria las enseñanzas de mi profesor a raíz de la discusión sobre el déficit fiscal, pues esta se ha enfocado en el monto del gasto público y la insuficiencia de los impuestos que lo cubren, pero ha dejado por completo de lado el cuestionamiento de la productividad de ese gasto. Para muestra un botón: la CCSS contrató 10 mil nuevas plazas, pero a pesar de ello, la longitud de las colas y la duración de los tiempos de espera no mejoró. Si utilizamos este parámetro como una medida de su productividad, podríamos decir que esta fue mínima o quizás nula.
Está demostrada la conveniencia de aumentar el gasto público como una medida contra cíclica para aumentar la producción en tiempos de recesión, pero este y otros casos de gasto público que han salido a la luz recientemente, con independencia de la partida contable en que se hayan registrado, se parecen menos a un gasto y más a una transferencia, a un subsidio, pues tienen como contrapartida poca o ninguna producción.
El asunto está pues en la calidad del gasto y no solo en su cantidad.
Más que enfrascarnos en una discusión sobre si reducir el gasto público o aumentar los impuestos, deberíamos preocuparnos por mejorar la productividad del gasto actual, mejorar la calidad de nuestra administración pública y la medición de sus resultados, estimular la rendición de cuentas en sus funcionarios y en que existan consecuencias reales de un buen o mal desempeño.
De hacerlo así, todos tendremos más bienes y servicios a nuestra disposición, esto significará mayor bienestar para la población y a la vez esa mayor producción generará mayores impuestos que, a la postre, podrían reducir o incluso hasta cerrar la preocupante brecha fiscal.
Dennis Salas
Consultor de empresas y profesor universitario