Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Sábado 02 junio, 2012

Tuve la dicha de presenciar entre el 15 y 25 de mayo, ocho juegos de los Indios de Cleveland en su estadio Progressive Field.
Quiero agradecer las finas atenciones de los jóvenes doctores, Manfred Baumgartner y su esposa, Mariela Herrera, brillantes galenos costarricenses que trabajan en la Clínica de Cleveland, uno de los hospitales más famosos y reconocidos del mundo.
Los habitantes de Cleveland sienten mucho orgullo de dos de sus instituciones más emblemáticas: su hospital y su orquesta sinfónica, pero también son fanáticos devotos y apasionados de sus tres máximos representativos deportivos: Indios, Cavaliers y Browns, en béisbol, baloncesto y fútbol americano respectivamente, ninguno por cierto portador de grandes hazañas, salvo en etapas bien precisas.
Para un apasionado del deporte rey como lo soy, a nivel de Grandes Ligas, tener la oportunidad de ver a la Tribu, por ejemplo, arrasar en tres juegos seguidos a los Tigres de Detroit, no tiene precio. Solo entre dos jugadores de los felinos, Miguel Cabrera y Prince Fielder, se paga la planilla completa de la Tribu, y no solo los barrimos en la serie, sino que le ganamos un juego al mejor lanzador de toda la Gran Carpa, Justin Verlander, en partido electrizante que terminó 2-1 en favor de los indígenas.
Los Indios les ganaron dos juegos a los Marineros; sacamos a palos al rey del ponche, Félix Hernández y estar sentado mirando eso, te llena, te llena.
Se perdió la serie contra los Marlins de Miami, dos juegos por uno y en esta confrontación, vi jugar al binomio latino de los Marlins, José Reyes en el short y Hanley Ramírez en tercera. También los Indios le dieron palo al oso Zambrano, el belicoso exlanzador de los Cachorros, ahora discípulo de Ozzie Guillén.
Cuando dejé Cleveland el viernes 25, mi equipo estaba en la cima de la clasificación y los Tigres a seis juegos de diferencia. Los Medias Blancas a dos.
Esa noche de viernes la Tribu empezó una serie en Chicago que se convirtió en un infierno. Por diferentes razones y en circunstancias distintas, se lesionó el corazón de la artillería de la Tribu, tercero, cuarto y quinto bate: Cabrera, Santana y Hafner y la novena se desplomó.
Perdió cinco de seis partidos, perdió el primer lugar, hoy propiedad de los Medias Blancas; tienen a Detroit en la nuca y el asunto se complicó.
Pero en todo caso, lo bailado, nadie me lo quita.
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