Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Jueves 13 junio, 2013

Terminaron los partidos.
En Panamá 2-2; en Costa Rica con Jamaica 2-0; en Estados Unidos 0-1; frente a Honduras en la Sabana 1-0; se termina la primera vuelta de la hexagonal en México 0-0.
Se va logrando el objetivo.
Los cinco silbateros centrales sonaron el pito que ponía fin al juego y fuera de la cancha, donde se instalan el cuerpo técnico, sus asesores y los futbolistas suplentes de la Selección Nacional, estalla la alegría.
Todos se abrazan: Marín con Wanchope, Gabelo con Pemberton, Calvo con Meneses, Giancarlo con Miller, Joel con Saborío. Se presenta la euforia, se expande la sonrisa, explotan las emociones, pero…
¿Y Pinto?
El director técnico de la Selección Nacional hace un gesto de alegría con sus puños, busca al colega rival para saludarlo, regresa al grupo y asemeja una cucaracha en un baile de gallinas. Va y viene, camina y se devuelve, deambula sin rumbo en ese mar de éxito y no hay manera de mirarlo “apretado” con otro miembro del equipo.
El principal responsable del éxito, el gestor del triunfo, el estratega y maestro que tiene a Costa Rica jugando un fútbol ordenado y moderno, no recibe o no busca ese reconocimiento que puede expresarse en un simple abrazo.
¿Se imaginan a Farinha o Badú en situación semejante?
El detalle, que parece o puede ser insignificante, tiene una respuesta para este columnista basada en el respeto.
Jorge Luis Pinto es un entrenador amigo de sus discípulos pero que procura mantener la distancia. Esa es la mejor forma de dar y pedir respeto.
¡Pobre del técnico que se va a beber guaro con sus jugadores!
Igual que en muchas familias, donde los hijos crecen con un respeto tan profundo hacia sus padres que en ocasiones les impide besarlos o abrazarlos; o los padres no son precisamente pegajosos, “besuqueadores” y entonces sus hijos crecen y se forman igual, me parece que en la Selección Nacional sucede algo similar y el matrimonio entre el director técnico y sus jugadores no provoca orgasmos, sino que cada grupo se satisface por aparte.
Cada vez que la Selección Nacional termina un partido con un resultado favorable a las pretensiones del grupo se presenta un éxtasis colectivo entre los jugadores y el 99% del cuerpo técnico y una enorme satisfacción personal en el 1% restante.
La paradoja es que ese 99% le debe al éxito al otro 1%, entonces es justo que empiecen a reconocérselo y lo metan en los abrazos. Amén.
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