Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 28 mayo, 2013
Soy testigo de primera mano del gran esfuerzo que viene haciendo la Unafut para organizar las ceremonias de entrega de trofeos con la solemnidad y festividad que merecen los campeones que en ella serán galardonados.
Muchas horas de trabajo en reuniones con los dirigentes de clubes anfitriones, cuerpos de seguridad públicos y privados; inversiones millonarias para construir la estructura idónea para el evento; compra de medallas y trofeos, convencimiento a los patrocinadores para que inviertan en el programa; tarimas portátiles, vallas, decenas de voluntarios, vestuario adecuado, animación; en fin, un sinnúmero de detalles que solo a niveles internos se conocen.
Lo que la Unafut desea es que en el fútbol costarricense la ceremonia de entrega de trofeos se vista con idéntica solemnidad y sobriedad a como sucede en otros países, y el último ejemplo lo tuvimos el domingo en la final entre América y Cruz Azul en el Estadio Azteca.
Lamentablemente, Costa Rica no tiene cultura deportiva para que esto sea posible.
Nadie puede imaginarse, la ilusión y esperanza que guardaba Osvaldo Pandolfo, presidente de la Unafut y su cuerpo de dirigentes, para que la ceremonia de entrega de trofeos la noche del sábado en el estadio Eladio Rosabal, se vistiera con esas galas mencionadas.
Pero no se pudo.
Apenas Minor Díaz metió el quinto penal y le dio el título al Herediano, una masa loca, desaforada, incontrolable, apasionada, mezcla de chusma, fervor, fanatismo y amor por los colores rojo y amarillo, inundó la grama del estadio y la ceremonia de entrega de premios se fue directo al cajón de la basura.
De nada valieron las prevenciones; el personal de seguridad fue doblegado por la bola de nieve; las solicitudes continuas y decentes de los animadores para abrirle espacio a la ceremonia cayeron en oídos sordos. Los fanáticos del Herediano se tragaron sin eructar la ceremonia y todo el esfuerzo y la ilusión de la Unafut terminó en ese mamarracho de evento que fue la entrega de premios, en medio de un caos y desorden mayúsculo que duele, aunque en el fondo dado el fervor colectivo, se entiende.
Pareciera que existen pueblos que no están preparados para cosas limpias, dignas, artísticas y solemnes. Estamos atrapados en la cultura del reggaeton.
Postdata: el guaro se agotó en todas las cantinas aledañas al estadio.
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