Los musulmanes
| Martes 08 diciembre, 2015
No cometamos el error de generalizar, pues eso nos radicaliza, como el enemigo que precisamente queremos extirpar
Los musulmanes
La vida a veces nos da oportunidades que uno nunca imaginó que tendría. Este año me presentó dos, personal y profesionalmente fabulosas. Me fui a trabajar una temporada en Egipto y otra en China.
Si viajar de por sí es enriquecedor, sumergirse como el único extranjero, a trabajar de lleno con culturas desconocidas lo es muchísimo más. Siempre he pensado que trabajar con alguien es una oportunidad para conocerlo a fondo. Se puede mirar como trata a sus subordinados, como reacciona ante sus jefes, ante la presión, si se arriesga y sacrifica para o por los demás o si solo piensa en él.
A través de las exigencias de un negocio comienzan a aflorar los valores que definen la persona: su lealtad y nobleza, su solidaridad, su egoísmo o generosidad, su humildad o arrogancia. Y así uno llega a conocer muy bien a los que tiene a la par.
Esta, ni más ni menos, fue la experiencia que tuve al ir a Egipto y a China. Es anecdótico, pero al final fue una ocasión para conocer de cerca culturas que solo dimensionaba a través de mis paradigmas, etiquetas y preconcepciones.
Les cuento hoy sobre Egipto y otro día los canso con China:
El “¿cómo amaneciste?” de cada día no era una pregunta retórica, de verdad les interesaba saber cómo estaba. Si había dormido bien o no, si me gustaba el desayuno, si prefería té o café. Aprendí a no carraspear, pues a la segunda vez ya me estaban buscando miel e infusiones para ayudarme.
Me hablaban de su fe con orgullo, como una religión de amor y solidaridad. Manifestaban repudio y vergüenza hacia los fundamentalistas del Estado Islámico, al que consideraban que torcía y malinterpretaba las escrituras para justificar sus abominaciones.
Son muy apegados a su familia. Piensan mucho en el futuro de su país y de sus hijos. Les preocupa su carrera profesional, y quieren darles a sus hijos una buena educación a través de ella.
Les encanta compartir sus comidas, con largas sobremesas en las que hablan de política, de su familia, su trabajo y las próximas vacaciones. No toman licor, pero no les importaba en lo absoluto que yo me tomara una cerveza o una copa de vino con la cena.
Se detienen dos y tres veces a rezar durante el día y lo hacen con mucha fe. Tienen un gran sentido del humor y un gran orgullo por su país y su historia milenaria, que tratan de compartir.
Su música recuerda, sin ninguna duda, el lamento del flamenco, del cante jondo, peteneras y fandangos. Los 800 años del califato en España no nos los podemos brincar. Su comportamiento, lo ocurrentes e ingeniosos también… y aunque no entienda nada, el árabe es un idioma muy suave, agradable al oído y de gran musicalidad.
Después del primer día de trabajo, todavía con el horario desfasado por el largo viaje, cometí el error de dormirme durante el regreso. No sé cuánto tiempo pasó, pero en cierto momento me di cuenta que el carro llevaba un buen rato detenido. Desperté sobresaltado y allí los vi, estacionados frente a mi hotel, con el aire acondicionado puesto, esperando que me despertara solo, pues les parecía desconsiderado hacerlo ellos.
Me manifestaron que la inmensa mayoría de ellos son así: optimistas, agradables y moderados. Les creo. Y creo también que cometeríamos un grave error si extrapolamos y culpamos a todo el mundo musulmán, por lo que esta horda de salvajes e ignorantes del EI ha cometido. El problema es complejo, pues nos enfrentamos a un enemigo difuso y escondido entre otros que son semejantes en la superficialidad. Pero en el fondo son muy distintos.
No cometamos el error de generalizar, pues eso nos radicaliza, como el enemigo que precisamente queremos extirpar.
Alberto Ulloa
Ingeniero químico