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“Llegué a tener solo ¢200 en el bolsillo”

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Sábado 17 agosto, 2013


Esteban Monge/La República


Daniel Del Barco

“Llegué a tener solo ¢200 en el bolsillo”

Tras casi quedar en quiebra retomó su marca de zapatos y la llevó a nivel internacional


“Cuando le vaya mal, tenga claro que este día va a pasar”

Con la humildad que no le permite reconocer que es diseñador, pues no estudió esa profesión, Daniel pide que le llamen aspirante.
Este costarricense logró lo que pocos artistas de la moda conquistan en el país, una marca de zapatos reconocida, con diseños propios que trascienden las fronteras.

Esteban Monge/La República

Abogado de profesión, pero diseñador por convicción Del Barco vive su sueño al ver en las vitrinas de las tiendas más exclusivas sus inspiraciones en forma de cuero y tacones.
Este hombre emprendedor cuenta su historia de luchas personales, burlas e incluso de quedarse casi en la calle por la recesión, para inspirar a los jóvenes que apenas inician el camino que él ya lleva adelantado.

¿Siempre supo que quería ser diseñador?

Ni siquiera sabía, yo entré a la universidad a estudiar ingeniería civil, porque deseaba cursar arquitectura, pero en esa época la escuela pública de esa profesión no era la mejor y una universidad privada era muy costosa, pero después de seis meses la dejé cuando vi las matemáticas tan puras, así que matriculé derecho, pues mi padre es abogado.

¿En qué momento inició su empresa?

En 1982 yo me iba a los barrios del sur en San José y buscaba los talleres de zapateros, llevaba una muestra y ellos hacían los zapatos, así que yo me iba para el centro a venderlos.

¿Cómo fue su primer taller?

En el primer año de derecho, a los 19 años, contraté dos personas y nos fuimos para la casa de una de ellas, y en San Sebastián, hicimos un planché y con unas latas usadas hicimos las paredes y un techo. Cuando llovía se nos metía el agua, era “Zoila”, por que iba a estudiar hasta la una de la tarde, me iba a vender zapatos hasta las siete de la noche, hacíamos 40 pares por semana.

¿Dónde vendía los zapatos?

En tiendas en la avenida segunda y primera, yo andaba con unos maletines verdes, uno en cada hombro, entregando zapatos de tienda en tienda, fue una época muy dura, pero nunca perdí una materia en la universidad.

¿Cuándo empezó a crecer su marca?

Logramos pasar del planché de mi amigo a una bodega en San Francisco de Dos Ríos y con préstamo bancario pude comprar las primeras máquinas, empecé a viajar para ver moda y diseño internacional, siempre me gustó tener diseños más industrializados.

¿Cómo comercializó su marca?

En aquellos tiempos, los zapatos se entregaban en una bolsa plástica, sin nombre porque no había competencia.

¿Cuándo fue que casi desaparece su empresa?

En 2000 descuidé un poco el diseño de zapatos, porque me había montado en una nube rosada, incluso escogía a mis clientes y pensé que eso iba a durar para siempre, en eso entró al país el calzado chino y casi nos dejan hablando solos.

¿Cómo fue esa época?

Yo no tenía a quien más deberle dinero, todo lo debía, a mi familia, a mis hermanas, a todo el mundo le debía, las tarjetas de crédito las tenía en el tope. Era un zapato sin marca, en una bolsa que competía con zapatos que eran bonitos y baratos en cajas, puse todo en venta: la casa, el carro, porque estaba fatal.

¿Se reinventó?

Sí, viajé a México y busqué nuevos proveedores, pieles, tacones; un primo me ayudó mucho en ese momento, pasé dos años trabajando como nunca, sufrí tanto que dije ‘apenas salga de esto y pague lo que debo, me salgo del negocio’, pero aquí sigo.

¿Cuáles experiencias guarda con más dolor de esa época?

Yo sé lo que es morder el polvo, tuve proveedores que me dijeron ‘ya no le puedo despachar más’, porque mis cuentas estaban muy atrasadas. Yo le pedía a Dios que no llegaran los viernes, porque había que pagarles a todos. Una noche salí con mis amigos a comer, con ¢200 en la bolsa, y me preguntaban qué quería comer, yo decía que no tenía hambre, pero era mentira porque no había comido en todo el día.

¿Cómo hacía para pagar sus deudas?

Aprendí que si uno pagaba con un cheque el viernes en la tarde y lo cambiaban después del lunes tenía tiempo para recoger dinero y que el cheque no fuera rebotado. Así que les decía a los proveedores que me habían cerrado el banco, que si me hacían el favor de cambiarlo la otra semana. Corría el sábado a cobrar para tener el dinero el lunes en la mañana.

¿Cuándo cambió todo?

Un día dije ‘se acabó’, muchas veces tuve el deseo de renunciar a todo, pero transformé todo en prosperidad y le puse a trabajar muy duro, así que lejos de cerrar, empecé a exportar a El Salvador, Trinidad y Tobago.

¿Cómo fue el desarrollo de la marca?

Para 2008 nos pasamos a las instalaciones actuales a 500 metros cuadrados con un crecimiento del 300%, una de las plantas más grandes del área. Estamos listos para retomar las ventas fuera del país, ahora tengo un nombre que no tenía antes y la experiencia.

¿Vivió el rechazo?

Sí, claro, familiares, amigos, recuerdo una experiencia de un excompañero de colegio que me vio en la avenida segunda jalando los sacos, después me llamó a la casa y me dijo: ‘¿No le da vergüenza estar haciendo eso, si es casi abogado?’ Años después lo vi en una fiesta de reencuentro y me vio; ‘oiga lo vi en la televisión y con ese chuzo, ¿qué haces?’, me preguntó, y le dije ‘¿se acuerda aquella vez que me vio jalando maletines? Pues hago lo mismo’.

¿Qué opina del fracaso?

Es el éxito pero al revés, solo eso; no puede ser una limitante para lograr los sueños, hay que intentarlo cuantas veces sea necesario.

 

Angie Calvo
acalvo@larepublica.net







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