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La permanencia de la geografía

Bruno Stagno bstagno@gmail.com | Lunes 14 enero, 2013


La estrecha geografía del istmo nos condena, literalmente, a no tener espacio para errores. Porque si bien los designios de Managua no eran pronosticables, sí eran previsibles antes y después del 8 de mayo 2010


La permanencia de la geografía

En varias columnas anteriores me he referido a la agresión de Nicaragua al ocupar Isla Portillos. He atribuido ese ataque a un deleznable sentido de oportunidad de Managua al percibir debilidad en la administración Chinchilla Miranda y así paliar, además de extraer otros réditos más inmediatos, una insatisfacción más existencial que ha agobiado a Nicaragua desde la anexión del Partido de Nicoya en 1824.
Alfred Thayer Mahan, el padre indiscutible de la estrategia naval, acertadamente manifestó en 1890 que “la insatisfacción fácilmente toma la forma de agresión”. La incursión armada en Isla Portillos no fue la primera prueba, y probablemente no será la última, de la mala fe de Nicaragua y su irrespeto casi instintivo hacia las reglas de buena vecindad.
Pero para eterna desgracia de la administración Chinchilla Miranda, es la primera agresión, en su sentido más estricto conforme al artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, que ha perdurado en el tiempo.
Desde una perspectiva geográfica, la agresión contra Isla Portillos es doblemente trágica porque se materializó en una parte de la frontera no solo establecida por tratados y laudos, sino que también fácilmente identificable al estar trazada por la naturaleza misma de la mano del Río San Juan.
No se perpetró en la parte más intangible de nuestra frontera común, que va del mojón 2 donde se adentra siguiendo el Río San Juan y el Lago de Nicaragua al hito XX en Bahía Salinas, donde sería un debate de geodesia. Se optó por una agresión a vista y paciencia de todos para que tuviera el necesario efecto redentor sobre la insatisfacción de Nicaragua.
Como acertadamente manifestó Nicholas J. Spykman en 1942, “la geografía es el factor más fundamental en la política exterior porque es el más permanente”. En nuestro caso, nuestra permanente vecindad con Nicaragua nos obliga a tener una política exterior de permanente escepticismo hacia los cantos de sirena provenientes de Managua.
La estrecha geografía del istmo centroamericano nos condena además, literalmente, a no tener espacio para errores. Porque si bien los designios de Managua no eran pronosticables, sí eran previsibles antes y después del 8 de mayo 2010.
Ahora que hemos vivido una agresión, espero que nuestras autoridades, presentes y futuras, hayan desarrollado lo que algunos expertos han llamado una “sensibilidad trágica” que sea conducente a una política exterior anclada en realidades y no ilusiones.
En vez de tantear respuestas una vez perpetrada la tragedia, necesitamos una política exterior que disponga de antemano de planes de contingencia para hacer frente a los peores escenarios y que sea proactiva en busca de oportunidades de contención, en el sentido que le atribuyó George F. Kennan en 1947, de nuestro vecino más incómodo.
Mahan postuló que si un gobierno “tendrá la visión, la aguda sensibilidad a la posición nacional, es una pregunta abierta”. Ya uno nos falló. Los futuros no deben olvidar.

Bruno Stagno Ugarte

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