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¿Fin de las fronteras?

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 22 julio, 2016


Hoy Occidente representa tan solo un 15% de la población mundial y el descenso vertiginoso de la población continúa indetenible, mientras los países periféricos crecen exponencialmente

¿Fin de las fronteras?

La globalización está acabando con las fronteras. Este fenómeno solo es comparable con lo que le sucedió a la Roma Imperial en su último siglo de existencia (siglo V) y que culminó con su caída.
Roma no pudo sostener sus fronteras; estas fueron pulverizadas por pueblos circunvecinos cuyos (re)sentimientos inspiraban ansias de venganza y voluntad de lucha por preservar su soberanía.
Solo quedó entonces una institución en pie: la Iglesia de Roma, guardiana de la cultura clásica y jerárquicamente organizada según el derecho romano. Al siglo siguiente surgiría una nueva era: la Edad Media. El enfrentamiento actual entre naciones occidentales y periféricas reviste no pocas similitudes. En lo que a Europa se refiere, basta ver lo que está pasando en el Mediterráneo, donde en el último año más de seis mil desesperados emigrantes encontraron en sus aguas la sepultura. El triunfo del Brexit se originó en el temor de los ingleses a una supuesta e incontrolable ola migratoria; pronto se arreglarán con la Unión Europea en materia financiera pero manteniendo cerradas las fronteras a la migración.
La historia demuestra que eso es un intento tan inútil como criminal. Los pueblos periféricos son mayoría; nada ni nadie los detendrá; pulverizarán las fronteras, como hicieron los pueblos germánicos en el último siglo del Imperio Romano, como lo hicieron los árabes en el siglo VII, o las invasiones del Gengis Khan más tarde. Simplemente por una razón demográfica. Hoy Occidente representa tan solo un 15% de la población mundial y el descenso vertiginoso de la población continúa indetenible, mientras los países periféricos crecen exponencialmente. La diferencia con Roma está en que la insurrección de los sectores marginados se da también al interior de los propios países metropolitanos. Los afrodescendientes que en Dallas o Baton Rouge liquidan a policías blancos, lo mismo que el franco-tunecino que en Niza perpetró una masacre, se sienten marginados. Hablan el idioma local, han frecuentado sus escuelas y colegios, poseen los mismos derechos ciudadanos que los blancos, pero se sienten repudiados, viven en el mismo país pero en dos mundos diferentes.
Sin embargo, la situación en Francia y Estados Unidos es diferente. En Francia los musulmanes (10% de la población) no tienen un proyecto político definido. Por el contrario, los afrodescendientes en Estados Unidos tienen un mentor: Malcom X, quien les proponía tomar el poder.
Para lograr su propósito deben forjar alianzas con otros sectores marginados, como los latinos. La demografía los favorece. Hoy los latinos son el 17% de la población y los afrodescendientes el 13%; juntos constituyen un tercio de la población; en la segunda mitad de este siglo serán la mayoría. Cada bala de un policía blanco que asesina a un negro o a un latino desarmado, está asesinando el “sueño” de Martin Luther King y dándole la razón a Malcom X. La histérica reacción de fanáticos blancos en el campo político (los republicanos en Estados Unidos y el Frente Nacional en Francia), no hace sino reforzar a los extremistas de la acera de enfrente.
La intervención militar con fines geopolíticos y comerciales de las potencias occidentales en Oriente Medio nutre el fanatismo islámico.
La caída de Roma dio origen a una nueva era en la historia: el Medioevo. Pero entonces no había armas nucleares ni amenaza de destrucción ecológica. ¿Qué futuro espera hoy a la especie dudosamente autocalificada de “sapiens”?

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