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El terror del extremismo

| Jueves 02 octubre, 2014


La disputa entre las dos comunidades musulmanas es por el origen del “sucesor”, para los chiitas, este debe ser un descendiente directo de Mahoma…


El terror del extremismo

El terrorismo está compuesto por actos violentos para infundir terror con fines políticos.
Es lo que el “Estado Islámico” (EI), compuesto por sunitas, ha hecho desde el pasado 24 de junio, día de su proclamación como Califato: territorio liderado por el califa o “sucesor” de Mahoma, y quien establece una teocracia rigurosamente regida por la “Sharia” o Ley Islámica.
Según organismos internacionales, como Human Rights Watch, al EI se le atribuyen más de 6 mil crímenes, con métodos tan violentos como el de la crucifixión de sus víctimas.
En detrimento de Al Qaeda, el emir Abou Bakr al-Baghdadi se proclama califa bajo el nombre de “Ibrahim”, para reivindicar el Califato, habiendo desaparecido este último en 1924, tras la destrucción del Imperio Otomano y la “repartición colonial” —entre franceses e ingleses— del Oriente Medio. Se creó el Estado de Irak, obligando a chiitas y sunitas a cohabitar como nación, sin considerar sus grandes divisiones de identidad religiosa.
Se anteponen aquí los conceptos “Estado-Nación” del alemán Fichte y el del francés Renan. Para este último, el Estado debe estar compuesto por la “voluntad”, el “consenso” de sus miembros; y no solo por aspectos étnicos, históricos y lingüísticos como defiende el primero.
Chiitas y sunitas fueron obligados a vivir en un territorio común y a formar parte de una “nación” de la que no se sentían partícipes. Es un ejemplo de lo que Kant denomina la “insociable sociabilidad”, en la que un grupo se “inclina” por integrar una “sociedad”; con la “repulsión general de sus miembros”. Por eso, la única manera de mantener al país bajo control, era implementando un régimen déspota, lo que Saddam Hussein entendió a la perfección en 1979, cuando asumió la presidencia iraquí.
La disputa entre las dos comunidades musulmanas es esencialmente por el origen del “sucesor”, para los chiitas, este debe ser un descendiente directo de Mahoma; mientras que los sunitas no comparten esa creencia.
La comunidad sunita, de la que Hussein hacía parte, concentró todo el poder, lo que implicó la marginalización absoluta de los chiitas, agudizando la violencia sectaria en Irak. En palabras del filósofo francés Julien Freund, se trataría de la “no repartición” del poder con un “tercero”, dando cabida a la hipótesis de “frustración – violencia”, como explicación “conflictual”.
En términos sociopolíticos, la proclamación de un nuevo Califato es un conflicto de identidad: la reducción de un estatuto adquirido (Califato hasta 1924) por otro prescrito. Tareq Oubrou, autor de “Un imán con cólera”, habla incluso de “esquizofrenia de identidad” musulmana.
En este sentido, el escritor considera al Califato incompatible con el Estado-Nación, no solo por ser este último un concepto moderno, sino porque el primero es un sistema clásico del “Derecho Canónico Musulmán”.
Lo cierto es que será poco probable suprimir la violencia con violencia. Al contrario, la justificamos por el solo hecho de utilizarla también.

Ricardo Sossa

Periodista/Politólogo






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