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El condominio

Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 29 septiembre, 2007


El condominio es toda propiedad compartida que tiene una entrada común, un salón de fiestas común, uno o dos puestos para automóviles, con suerte una pequeña piscina cuyo usufructo en los alrededores es preciso solicitar con antelación y que se caracteriza por la absoluta indiferencia con que nos tratan los que son nuestros vecinos.

Allí viven los que ya no tienen servicio doméstico, los de familias reducidas, los que vendieron la casa grande, los que quieren limpiar poco, los que se resignan a vivir sin perro o gato que son prohibidos en la mayoría de estas casitas de juguete y los que nunca vivieron en un barrio.

Porque también son condominios las casitas de cartón y lata de los barrios pobres en las grandes ciudades, precariamente amontonadas, con la esperanza de que un político les cumpla alguna promesa preelectoral tan efímera como las campañas que les financian los poderosos.

Volviendo a los condominios que se anuncian por doquier, el deporte favorito de sus habitantes son las computadoras y la música con audífonos, para no molestar a los vecinos y un guarda con cara de pocos amigos que sirve de filtro para cobradores, visitantes inoportunos, vendedores ambulantes, caminadores domingueros que tratan de venderte un cambio de religión y otras faunas indeseadas.

Se supone sea una fortaleza inexpugnable también para ladrones y atracadores aunque cada vez se vive más aislados y ajenos al mundo circundante y es que las casas, los departamentos y las viviendas en general, permanecen sin gente las más de las veces, con todos fuera —ya sea trabajando o estudiando, ocupando calles, avenidas y autopistas a reventar, sitios donde la perdida solidaridad se va convirtiendo en odio, bronca y alteración en grado de psicosis al transitar por las otrora agradables vías de la ciudad y sus alrededores.

A la hora de la verdad, cada casa es equivalente a la porción de un postre, pero ya cortado y aislado por lo que el guarda es el único que permanece, con la ventaja de no tener nada que hacer. En cuanto a los propietarios, secretamente presienten que la propiedad, de tan compartida, no les pertenece y el espacio se reduce cada vez más, lo que hace que compartamos todo lo mencionado, pero además, la intimidad, la cercanía, la aglomeración.

Para colmo, cuando uno lo ve en los planos y cuando nos lo entregan vacío, nos da la efímera ilusión de parecernos grande por lo que les agregamos un mueble tras otro y una pantalla de plasma y entonces, el patio vacío que nos pareció tan pequeño apenas llegamos, ahora se nos hace amplio y acogedor salvo cuando miramos la pared del fondo que de tan alta y con alambre navaja nos hace pensar que después de todo, los constructores no lo ven tan seguro como lo anuncian.

En cuanto a las visitas, sea para una fiesta, un cumpleaños o un almuerzo, hay dos espacios de carros para cada unidad de vivienda, en razón de lo que hay que dejar los vehículos afuera del condominio y es en ese momento en el que aparecen los cacos y se llevan algún carro o se levantan el mp3 que tanto cuidamos. Y todavía hay quienes preguntan cuál es la razón por la que fiestas de cumpleaños, graduaciones y matrimonios se celebren (si se consigue fecha) en lo grandes hoteles de la ciudad o en salas habilitadas con suficiente parqueo.

Tal vez sea esa la razón por la que los ticos, al igual que los bogotanos, cuando te encuentran dicen: Tanto tiempo que no te veía, mae (los rolos o cachacos dicen mi chino), déjate ver, ¿cuándo vienes a casa? Pero no te dan la dirección, porsiaca.

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