El proteccionismo en las sociedades. Ayer y hoy
Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 25 mayo, 2018
Sinceramente
El proteccionismo en las sociedades. Ayer y hoy
Durante la segunda mitad del siglo XIX se discutió intensamente el concepto del “Free Trade” y el “Fair Trade”. La discusión fue superada con la demostración palmaria de que era el “Free Trade” o libre comercio el modelo que más convenía a las sociedades.
En una comunidad donde las grandes empresas agrícolas eran propiedad del “landed gentry” o de los terratenientes que ostentaban apellidos e influencias políticas y económicas significativas y que además eran barones, marqueses, condes o duques, no sorprendía que ellos quisieran la protección del Estado y no la competencia de los extranjeros con menores costos. Ellos sentían que el país era de ellos.
El argumento que la nobleza terrateniente daba era aparentemente contundente: ellos estarían protegidos por aranceles y por normas no arancelarias rigurosas que impedirían recibir el embate de la competencia extranjera. En retribución al país ellos generarían la seguridad de que la comunidad tendría granos y productos agrícolas de manera estable y segura. Además y este era el argumento definitivo, los productores protegidos generarían empleo y pagarían salarios a los campesinos. Caso contrario la producción no sería británica y debería zocarse la faja en los costos y procesos, así como en las escalas.
El argumento de los economistas era muy simple, pagar precios más altos a la producción agrícola y eventualmente a la industrial haría al país muy poco competitivo y eventualmente quedaría reducido a su mercado doméstico. Una gran potencia industrial y agrícola matriculándose con el proteccionismo firmaría su sentencia de reducción a una pequeña economía. A su vez ese sobreprecio pagado a estos productores obligaría a los consumidores a reducir el consumo en unidades de los productos agrícolas y eventualmente los industriales producidos en las Islas Británicas. El alto costo de los productos empujaría al alza a los salarios y estos a su vez tendrían rebote serio en la competitividad plena del país y eventualmente del imperio. La escogencia era clara, siempre las Islas Británicas y su imperio serían menores en tamaño y en consumo que todo el mundo, por lo que la producción orientada al mundo sería de más provecho a todos.
En 1906 Joseph Chamberlain, ministro de Colonias de Gran Bretaña, señaló que era indispensable imponer las “Imperial Preferences” para que la producción imperial mantuviera su participación en los mercados del Imperio. Estas Preferencias Imperiales consistían en una barrera arancelaria y no arancelaria para garantizar que la producción del Imperio Británico —que dejaba de ser competitiva— se sostuviera. La decadencia se profundizó desde entonces y los argumentos de seguridad en el suministro de productos agrícolas y la modernidad en el suministro de bienes industriales se hizo cada vez más seria y evidente en su falta.
Durante la crisis de 1929 se pondría de manifiesto cómo el proteccionismo generó la destrucción de centros de producción, cadenas de distribución y produjo un enorme desempleo en el mundo.
Argumentos de entonces dados por quienes consumían: “los consumidores tenemos el deber de comprar donde en igualdad de condiciones podamos comprar más cantidad o gastar una menor proporción de nuestros ingresos”. “Los productores deben vender donde mejor les paguen por sus productos”. “Si gastamos en precios altos nuestros ingresos, quedará menos para el ahorro o bien aumentarán nuestras deudas si queremos seguir consumiendo las mismas cantidades”. Los productores también protestaron del proteccionismo señalando que los altos precios en los alimentos obligarían a subir los salarios y que esto les sacaría de la competencia internacional del carbón y del acero así como del resto de la producción derivada.
Es claro que obligar a los consumidores a pagar más caros los productos para que los nobles dueños de las fincas tuvieran ganancias era una revolución social inversa. Es claro que proteger a los nobles dueños de la tierra en sus productos de siempre no los motivaría a buscar otros de mayor rendimiento y más competitivos. Era una medida para hacer que las gentes pobres mantuvieran a las gentes terratenientes en su tradicional producción. Lo lógico habría parecido que los pobres recibieran un incentivo para mejorar su calidad de vida, no que esas grandes mayorías fueran dirigidas por la ausencia de competencia a comprar lo que una minoría terrateniente producía y además con grandes utilidades para los terratenientes.
Pensando en el proteccionismo para la producción costarricense, creo que el proteger la producción nacional de enfermedades y pestes provenientes de otros países es lo lógico, pero no debe ser un subterfugio. Creo que hacer un plan, para una vez determinadas las causas generadoras de la falta de competitividad del agro o de un sector industrial, resolver estas causas es lógico y conveniente, pero esa protección no puede ser para siempre.
Creo que proteger la producción nacional del dumping o de la competencia desleal extranjera es perfectamente lógico. Estoy seguro que promover formas asociativas de producción que coincidan con la escala de producción óptima para producir es lo señalado. Creo que la supresión de las causas de la falta de competitividad nacional es el camino y la solución definitiva. El proteccionismo por el proteccionismo y para siempre sería un error garrafal.
Todo esto es gobernar y gobernar es lo que a veces hemos visto que nos hace falta. Creo que promover la competencia en nuestros mercados beneficia a los productores en primer lugar al forzarlos a ser competitivos y no complacientes. Creo que importar los productos de consumo nacional de donde los vendan en las mejores condiciones favorece a las grandes mayorías. Creo que educar a los productores en la sustitución de productos marginales por otros de mayor rendimiento, produciría el nacimiento de una gran agricultura el cambio y es un objetivo compatible con los objetivos sociales y económicos de Costa Rica.
Espero sinceramente que la experiencia y coyunturas de las Islas Británicas de mi ejemplo ayuden a comprender problemas y soluciones y que la seriedad prime en un asunto de estrategia nacional que podría desembocar en una catástrofe para Costa Rica.
Recordemos que el beneficio nacional y popular siempre es prioritario.
ebruce@larepública.com
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