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COLUMNISTAS


El “Big Chief” y el daño moral al país

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 17 octubre, 2017


Reflexiones

El “Big Chief” y el daño moral al país

La corrupción es un mal endémico muy difícil de parar sin una verdadera y fuerte participación ciudadana. Los eventos de corrupción empañan el accionar de muchas organizaciones, empresas, gobiernos e inclusive grandes corporaciones u organizaciones internacionales. Desde la FIFA, la ONU, hasta los escándalos destapados por los papeles de Panamá. La situación de corrupción afecta igual a españoles, brasileños, mexicanos, hondureños, norteamericanos y por supuesto a los costarricenses. No estamos vacunados contra la codicia o de la pérdida de valores y principios en el accionar de lo público y de lo privado. La carrera más sencilla, más fácil, más simple es la del vivo, el astuto, el más abusado y así, le dejamos a la sociedad una larga herida que será cada día más difícil de cerrar. Ni leyes más fuertes o controles de controles pueden evitar, la cada día más ingeniosa forma de evadirlos. Lamentablemente, las personas que utilizan el poder político para beneficiarse y que violentan su juramento máximo, aquel que hicieron a favor de la patria y de los ciudadanos a los que representan, seguirán haciendo un daño profundo a la democracia.

La honestidad no es algo que se puede negociar por un “whats up”, no se trata de quedarle bien o mal a alguien, aunque ese alguien sea tu “Big Chief”. Siempre tenemos la posibilidad de decir que no, que no hacemos algo que consideramos equivocado, que podemos poner la frente en alto y decir, prefiero renunciar a un puesto, de director, de vicerrector, de ministro o de magistrado. Nunca deberíamos ceder ante la presión de un tercero, para quedar bien, para sumar puntos o simplemente para complacer los caprichos del poder. Si nuestra selección a un puesto está en función de cumplir los deseos o mandatos contrarios a la moral y al buen juicio, entonces quizás no somos la persona competente para ejercer dicho puesto. Es mil veces preferible nunca ser autoridad a tener ese puesto a cargo de cumplir con deshonestidad los mandatos del “Big Chief”.

Cuando decimos la verdad no tenemos que temer, Dios siempre nos recompensa. Cuando decimos y actuamos con la mejor de las intenciones, podemos equivocarnos, como seres humanos que somos. Pero cuando la mentira, el engaño, la doble moral se apoderan de nuestra vida y de las decisiones cotidianas, hemos cambiado y traspasado la barrera de la confianza, de la esperanza, de la honestidad. Mi papá, que en paz descanse, me hizo una vez devolver una bola de fútbol al patrón, en ese entonces vivíamos en una hacienda de café propiedad de un hacendado del centro de Grecia y como jugábamos mejengas con sus hijos, una vez el hijo del dueño me regaló su bola usada y yo llegué con ella a la casa muy feliz. En aquel entonces, jugábamos con bolas de trapo, de madera e inclusive con una bolsa plástica llena de trapos de los sobros dejados por la máquina de coser de mi madre. Devolví la bola al patrón con toda la vergüenza del caso, a pesar de que su hijo me la había regalado. En la Navidad siguiente, la familia del patrón me regaló una bola nueva, número 5 y con los colores de mi equipo favorito. Ahí comprendí que siempre la honestidad y el decir la verdad paga dos o tres veces en la vida.

El daño moral que la mentira y la deshonestidad hacen a la sociedad es profundo, de grandes dimensiones y afecta esencialmente, la identidad y el ser del ciudadano. Golpea nuestro ánimo para trabajar y cumplir como lo han hecho los colaboradores de la Cruz Roja, del Cuerpo de Bomberos o de las instituciones de apoyo ante la emergencia. Podemos pedir impuestos o pedir un préstamo y recuperar la infraestructura del país, pero será muy difícil reconstruir la confianza, la esperanza de nuestros ciudadanos, abatidos por este sinsentido del poder que afecta a nuestra sociedad.

Hoy que muchos insultan, critican o inclusive se dan el lujo de etiquetar a quienes pertenecen a una u otra agrupación política les digo: Qué pasaría en este país si la gente honesta, las buenas personas, los que no se saltan la fila, los que no cobran una mordida, los que no se aprovechan para usar el poder a su favor o para beneficiarse o beneficiar a sus allegados, los que no mienten, los que dicen las cosas como son, los que no se dejan sobornar. El día que la política sea tomada por esos otros, los que se acomodan, los que callan, los que temen a su “bigchief”, los que mienten, los que aceptan un soborno. Ese día, el país habrá perdido su rumbo y estará sin duda, a la deriva.

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