El 8% que nunca llegó a la educación
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Viernes 20 febrero, 2009
El inicio de clases este año puede haber traído las más diversas situaciones a muchos estudiantes. Para algunos, fue repetir lo que cada año se ha vuelto casi tradición ya en el país: no tener aula a la cual asistir o pasar por penurias como las que se evidenciaron más que con palabras, con la foto publicada en este medio el martes, niños y niñas cargaban pupitres de un aula a otra para paliar el faltante.
En otros casos, la desilusión por la vida ocasionada por la pobreza en el hogar, la falta de trabajo de los padres y el mal ejemplo en general de los adultos, genera deserción. Ellos ven que la astucia para obtener dinero fácil y privilegios a costa de los demás se suele premiar o admirar más que el esfuerzo y la dedicación al estudio y al trabajo.
Los adultos, que por acción u omisión hemos permitido que todo lo anterior suceda no tenemos hoy excusas ante la niñez que no cuenta con lo necesario para crecer ejerciendo su derecho a la alimentación, la salud y la educación.
La Costa Rica que tantos beneficios obtuvo de las acertadas políticas adoptadas a mediados del siglo XX para hacer de este un pueblo educado, no es capaz en la actualidad de mantenerlas. La anunciada elevación al 8% del presupuesto para educación no pasó de ser una promesa que no se acompañó de un verdadero empeño por cumplirla.
Se ha hablado y se continúa repitiendo que la educación es la única vía para la superación de las personas, pero esas palabras no educan a los niños. A ellos es necesario asegurarles un aula con pupitres y computadoras, docentes capacitados y con la mística necesaria para despertar el interés por el conocimiento y una vida sin carencias para ambos, de manera que puedan dedicarse con entusiasmo a ese intercambio productivo que genera la adecuada práctica educativa.
Los costarricenses no solo se merecen eso sino que viven en un país que puede llevarlo a cabo. La diferencia entre lo que hoy tenemos y esa realidad que merecemos es la voluntad política.