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Devuelvan las cadenas

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 12 noviembre, 2009



Vericuetos
Devuelvan las cadenas

A la sazón de una conversación que sostenía con algunos amigos sobre el panorama político y electoral en el país, me contaron ayer esta anécdota. Dicen que ahí por la década de 1940, quizás para las elecciones de Leonardo Argüello, “El Breve”, uno de los militares destacado en algún lugar de la República, le envió un telegrama a Anastasio Somoza García, en el que decía algo así: “Mi General, ahí le mando estos setenta ‘voluntarios’ que van a votar por el Partido (el Liberal Nacionalista). Por favor no se le olvide devolverme las cadenas”.
Ahí les dejo a mis amigos nicaragüenses la versión con el ruego muy atento de que la confirmen o la desmientan.
Lo cierto es que más o menos así eran las cosas en la Nicaragua somocista del siglo pasado. Nada muy distinto a lo que son ahora en otros lares donde el voluntariado se adorna con bayonetas. Uno de los interlocutores que había vivido un buen periodo de años en un país ahí por el sur del nuestro, agregaba que en estos mismísimos tiempos, alguien cercano a él quiso renovar su pasaporte, un trámite por lo demás rutinario y que no reviste ninguna complejidad, pero que le fue negado porque su nombre aparecía en la lista negra de quienes habían votado en contra de este moderno “émulo” de Tacho en una especie de referéndum revocatorio o algo así.
“Emulo: adj. Competidor de alguien o de algo, que procura excederlo o aventajarlo” (DRAE).
La conversación giraba en torno a este tipo de comentarios, experiencias y anécdotas, de cuando el voluntariado es inducido por el líder, generalmente mediante algún tipo de “medidas disciplinarias” adoptadas sin remedio para asegurarse la lealtad o, al menos, la conformidad del sujeto. Dicho de otra manera, si abren la puerta el último apaga la luz. Algo similar a lo que pasa en Cuba con los viajes al exterior.
En este tipo de situaciones, lo que se evidencia es que el liderazgo es tan pobre, el discurso tan vacío, la confianza en el patrón tan endeble y su inseguridad tan manifiesta, que se debe recurrir a las cadenas de Somoza para mantener devota a la gente.
Me da mucha tristeza este cuento de que algunos candidatos tienen que firmar contratos y letras de cambio en blanco para garantizar que no se van a convertir en despreciables tránsfugas con pretensiones de independencia de criterio. En primer lugar, porque evidencia una total inseguridad de la jerarquía en que la bondad de sus planteamientos logre mantener la fidelidad de sus ungidos. A este me lo amarran de cualquier manera porque si lo dejan pensar mucho es capaz de que se nos va (como se nos han ido otros muchos); y en segundo lugar, porque demuestra que el proceso electoral interno es capaz de poner en la lista a cualquiera, sin verificar siquiera su compromiso con el discurso del Jefe ni con el ideario del Partido.
O sea, que si querés tomar café y comerte las galletitas en la soda del Congreso tenés que tener muy claro que si discrepás te vas y, además, pagás.
¿Como se llamará eso: libertad de pensamiento, derecho a disentir, el patrón es infalible, o el que la hace paga?
Instructivo para algunos (poquitos) futuros diputados: Regla número uno: El jefe siempre tiene la razón. Regla número dos: si el jefe se equivoca, lea la regla número uno.

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