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De Zonchos y Zonchiches

Abel Pacheco apacheco@larepublica.net | Lunes 07 febrero, 2011



PARLATICA
De Zonchos y Zonchiches

En su adorable escote, la elegante dama lucía orgullosa una original (?) pieza aborigen de oro.
“Es el águila de los borucas” decía, mientras yo pensativo contemplaba la dorada ave y los espléndidos montes que sobrevolaba. No quise contradecirla pues para nada le hubiera gustado saber, que la muy lisa y sin cresta cabecita de su bello colgante, lo identificaba como un humilde buitre, gallinazo, aura tiñosa, zoncho, jote, o bien zopilote, como aquí generalmente lo llamamos al castellanizar el vocablo nahuatl “tzopilotl”, para identificarlo.
También podría representar al zonchiche, primo más voluminoso, migratorio, acanelado y cabecirrojo del “zopi”, cuyo nombre, también azteca, nos viene de “tzontli”, cabeza y chichiltic, colorado (a).
Por eso los ticos le decimos la “zoncha” (de tzontli), a la cabeza, particularmente cuando está rapada según don Carlos Gagini.
Y es que en los tiempos precolombinos los zopilotes y similares gozaban de mayor prestigio, pues las creencias religiosas de entonces decían que las negras aves habían sido escogidas por Sibü (Dios), para llevar al cielo las almas de los difuntos. De ahí su tan frecuente representación áurea aborigen.
De manera injusta según creo, estos enlutados pájaros vinieron muy a menos en nuestra cultura criolla y algunos han llegado a llamar “zonch” a lo cursi o vulgar, dándole un feo giro anglo a la palabra.
En su excelente libro “A lo Tico”, Alf Giebler define zopilote como una manera despectiva de llamar a los curas. Me parece injusto e infamante para los sacerdotes, y da además idea de nuestro desprecio por esta beneficiosa criatura.
Zopilota llamamos también a una culebra por ser negra, y así también llamamos a la oscura y quemante avispa chía.
Sin embargo, creo que sí les reconocemos su gran eficiencia para desaparecer carroña (mucho más eficientes que la mayoría de las municipalidades).
Y dado su oficio de ocasionales sepultureros, lógico es que luzcan respetuoso luto y que sean silentes, salvo algún sutil graznido apagado. Nadie va a los entierros vestido de colorines como una guacamaya ni chiflando a lo yigüirro, o cantando cumbias chachalaqueras.
Es tan profesional enterrador, que hasta se para en los troncos haciendo con sus alas la señal de la cruz.
En fin... aunque no se le quiera mucho por su aspecto tristón y su relación con la muerte, debemos al menos agradecer su acción limpiadora.
En lo personal, admiro su vuelo sereno, elegante y parapéntico, que no se arredra ante los furibundos vendavales y más bien los aprovecha para encumbrarse hasta increíbles alturas.
Quizá deberíamos prestar más atención a las virtudes del zoncho.

Abel Pacheco

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