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COLUMNISTAS


Costa Rica: En procura de la ilusión perdida

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 14 julio, 2020


A la deriva, se encuentra nuestra barca como sociedad, navegando en medio de la tormenta y enfrentando vientos fuertes, de un lado y del otro. La economía y la salud nos azotan con fuerza. Al parecer, alguien olvido que cada cierto tiempo deben de nacer los líderes que den sustento a las naciones en los momentos de tempestad, hemos perdido el rumbo, no sólo por la caída de la economía, por la falta de resultados de nuestras políticas públicas en lo social, sino y sobre todo, por la caída moral de nuestra sociedad.

Cuando imagino nuestra sociedad en el próximo julio 2021, tan sólo a un año de este momento, pienso si seremos conscientes que habrá mucho que lamentar por nuestra miopía política de corto plazo. ¿Cuántas familias tendrán que sufrir el hambre o la angustia de haber perdido a sus seres queridos? ¿Cuántos empleos y personas habrán desaparecido? ¿Cuántas empresas habrán cerrado sus puertas y liquidado sus activos? La verdad, es que al país le llegó la pandemia más temida de todas, el miedo y la desesperanza.

La angustia de los titulares de los medios, los llamados a la acción de quienes piden a gritos la apertura de la economía, la necesidad operante de que el Estado pueda subsistir ante la emergencia. Despidos, reducción de jornada, cierres, disminución de ventas y por supuesto, la angustia de si tendré lo suficiente para vivir mañana. Todos estamos ya, tirando la toalla, esperanzados en que el día de mañana, como por arte de magia, se resuelva el volver a nuestra confortable zona de normalidad, aquella que teníamos en febrero del 2020, zona que aún hoy sigue siendo, solo una ilusión.

Hoy estamos a tiempo de poner los pies en el suelo y actuar con visión y temple ante nuestro destino. Hoy debemos actuar, si queremos que el barco no encalle o se hunda en medio de la tormenta en plena mar. Realismo, que cada uno debe de interpretar en su entorno familiar, empresarial, comunitario y nacional. La necesidad de llegar a buen puerto en medio de esta crisis debe de motivar un gran sentido de identidad nacional y de confianza y esperanza, en que juntos podemos avanzar y retomar el rumbo. Es hora de darnos la mano y de apuntalar lo mejor de cada uno para enfrentar lo peor de la pandemia sanitaria y asumir, con inteligencia y realismo, el salvamento de nuestro ecosistema social y productivo, para el día después del COVID-19.

¿Qué debe ser prioritario y permanecer en este barco para el día después del COVID-19? Empecemos por decir que debemos proteger nuestra institucionalidad social. No podemos tirar del barco a la seguridad social, salud y pensiones, que deben seguir siendo un pilar de nuestra diferencia país ante la sociedad global. Tal vez, nos hemos equivocado con pensar mal de nuestros médicos y enfermeras, de nuestro personal de apoyo sanitario y, sobre todo, nos hemos equivocado al decir que la seguridad social sea una carga para nuestras empresas. Algunos empresarios y adinerados del país deben de valorar mejor sus decisiones y posiciones respecto de la seguridad social. Ahora bien, tal vez deberíamos pensar en otras fuentes de ingreso para hacer más fuerte nuestro compromiso público con la salud y la protección social. Ha llegado el momento de sostener nuestra seguridad social con hechos, no con frases gastadas o discursos progresistas sin propuesta ni sustento.

Un segundo pilar para blindar es nuestro sistema educativo, dejar de invertir en educación sería dispararse al pie como sociedad. Es una falsa premisa el pensar que la educación es un gasto, la educación es una inversión y su rédito, es muchas veces mayor que las erogaciones realizadas. Eso sí, tal vez será necesario repensar la forma y preguntarnos por los efectos e impactos de lo que hacemos con mayor frecuencia, dejando de lado tanto formalismo. LA educación pública en sus tres estamentos, primaria, secundaria y universitaria deben de salir fortalecidos después de esta pandemia. No se vale poner el ajuste en el sistema educativo, será el peor error de nuestra historia.

Un tercer elemento que debemos salvar es el papel estratégico de la banca y su función en el desarrollo. Este tema requerirá de pensamiento, cuántos y cuáles bancos deberíamos salvar, serán todos necesarios o será conveniente capitalizar a uno de ellos y soltar a los otros. Tal vez sea necesario salar un solo banco público y capitalizarlo, es el momento de una reforma sustantiva de la banca usurera y de fortalecer el financiamiento del emprendimiento, la producción y los ecosistemas productivos.

Un cuarto factor clave es el empleo y el valor agregado de las PYMES costarricenses, no podemos salvar a todas y mucho menos a todos. Pero tenemos que decidir que sectores y cuales empresas merecerían sobrevivir para el día después del COVID-19. Un programa de salvamento que debe basarse en capitalización de las empresas, más no en endeudamiento. Apostar a entregar a los bancos la plata, será para salvar a los banqueros de la ruina, no necesariamente a los empresarios y su empleo. El dinero para salvar al sector financiero ante la crisis deberá ser un fondo de capital y no seguir abaratando el crédito o apostando por ceder flujo de efectivo para los bancos, sin ningún compromiso. Debemos salvar a los bancos, no a los banqueros.

En quinto lugar, el país ha venido realizando una política social asistencialista basada en un conglomerado de instituciones y programas que se han vuelto un fin en si mismos y que debemos repensar de cara al desafío del día después del COVID-19. Es urgente pensar en un ingreso mínimo vital para la población que en cerca de un tercio del total no podrá sobrevivir sino cuenta con un subsidio público. Sustituir la institucionalidad requerirá reconvertir el aparato público de asistencialismo en un mecanismo ágil, directo y sencillo de apoyo a los ingresos de las familias pobres, de tal forma que le demos a todos los medios de subsistir. No podemos seguir financiando una burocracia a favor de la pobreza que se traga más de la mitad de los recursos de los pobres. Me parece que la mejor forma de financiar esta transferencia desde el resto de la sociedad a los más débiles del ecosistema social es a través de un impuesto pequeño y generalizado a las transacciones financieras.

Es claro que el Estado deberá seguir haciendo lo pertinente en seguridad, justicia, administración y gestión de lo público y por supuesto, deberá reinventarse para hacerlo más y mejor de cara a los desafíos de la sociedad costarricense posterior al COVID-19. La pandemia nos obliga pensar, si la carga que hemos venido llevando como seres humanos debería ser igual o más liviana, si todos deberíamos ocuparnos un poco más por nuestra familia, nuestra calidad de vida y sobre todo, nuestra salud física y mental.

Quizás el país no necesite el BMW, ni tampoco necesite las compras excesivas en navidad, tal vez, lo que necesite nuestra desgastada agenda y mochila, es mayor ocupación en lo importante, nuestras buenas y sanas amistades, nuestra solidaridad con los demás y un poquito menos de angustia y de estrés. Podemos vivir con menos y ser más felices como seres humanos, disminuyendo nuestra huella de carbono y teniendo mejor salud mental y un mayor compromiso social. Aún estamos a tiempo de cambiar, mientras tengamos vida existe la esperanza, mientras el barco este a flote podemos navegar, hoy cada uno tiene la posibilidad de decidir, de cambiar, de ser el que suma y no el que resta, el que une y no el que divide, el que ama y no el que odia. Los invito a que pensemos en el julio 2021 y que soñemos para Costa Rica en un mejor futuro, entre todos lo podemos hacer realidad.

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