Construiremos un futuro aún más glorioso que el que previeron nuestros ancestros
| Viernes 28 agosto, 2009
Construiremos un futuro aún más glorioso que el que previeron nuestros ancestros
(extractos)
“Nuestros funcionarios públicos viven atemorizados ante la posibilidad de que alguien los denuncie penalmente, sin pruebas; o emplee mecanismos legales para solucionar vendettas personales, como denuncias ante la Procuraduría de la Ética Pública, ante la Contraloría o ante los numerosos tribunales de ética que dominan nuestro escenario político. Y ese mismo temor es el que alimenta la actitud de los famosos “mandos medios” de la Administración Pública, que prefieren decir siempre que no, a correr el riesgo de decir que sí a un proyecto estatal. Prefieren que el proyecto no se ejecute, o que la cuestión la decidan instancias en teoría técnicas, como la Contraloría o la Sala Constitucional, a defender sus posiciones frente a los ataques de la oposición y de la prensa.
Y menciono aquí la prensa porque creo que ella juega un papel fundamental en promover o impedir que ciertos objetivos públicos sean alcanzados. Antes que nada, quiero expresar mi absoluta convicción en que una prensa libre y pluralista, es condición esencial para la existencia y permanencia de una democracia. Se tiñen de vergüenza los gobiernos que, movidos por su ideología o por su temor, clausuran medios de comunicación y prohíben la formación de nuevos espacios periodísticos.
Ahora bien, también creo que para que la democracia realice su verdadero potencial para la construcción de sociedades más libres y más desarrolladas, no sólo se requiere de una prensa libre, sino también de una prensa clara de su papel en la sociedad, y sobre todo responsable. No podemos seguir operando sobre la ficción de que los medios de comunicación simplemente informan a los ciudadanos. Nos guste o no, la prensa contemporánea hace mucho más que eso: no sólo informa sino también influye, decisiva y casi siempre deliberadamente, sobre las opiniones políticas de las personas. Lo hace a través de su línea editorial, del tratamiento que da a las noticias, y principalmente con la inevitable selectividad de la cobertura noticiosa.
Hay que reconocer que en nuestra época, la prensa es un actor político fundamental. Ello no sería ningún problema, de no ser porque nada nos hace suponer que los medios de comunicación responden única, o siquiera fundamentalmente, al interés público. Los medios de comunicación son, ante todo, empresas, corporaciones que buscan producir utilidades. Y a diferencia del poder de los funcionarios políticos, el de los medios de comunicación no está sujeto a término, ni está sometido a las estrictas reglas de transparencia que les son demandadas a los políticos. Es urgente que entendamos que debemos ser muy cuidadosos con la pretensión de algunos medios de arrogarse la representación del interés público, y de sustituir en esa función a los representantes electos democráticamente. No olvidemos que la misión de representar el interés público se delega por medio del sufragio en instituciones creadas al efecto. La prensa no gobierna, ni siquiera cogobierna, en una democracia.
Aún así, existe una inclinación por parte de algunos medios de comunicación a considerar sus opiniones y recomendaciones, como imperativos ineludibles para la Administración. Yo lo viví particularmente en mi primer mandato como Presidente de la República, en que la mayoría de la prensa objetaba la búsqueda de una solución pacífica a la guerra en Centroamérica. Recibimos editoriales adversos, acusaciones de ser lacayos de los Estados Unidos, acusaciones de ser lacayos de la Unión Soviética, y otro sinfín de apelativos. Yo escuché las opiniones de todos, pero al final decidí con base en lo que creía correcto. Y la verdad es que no hay otra forma de gobernar. Quien ejerce la Presidencia de la República, o aspire a ejercerla, deberá entender esto si desea darle estabilidad y coherencia a su Gobierno. Deberá sostenerse firme en sus convicciones y en sus ideales, no importa cuán fuerte sea la presión para que las abandone. Ésa es la soledad del poder. En una democracia la prensa nunca se someterá al Gobierno, ni tiene por qué hacerlo. El Gobierno tampoco debe someterse a la prensa. Si lo hace, es menos democrático, es menos libre y es menos Gobierno.
¿Por qué es esto importante de cara a los desafíos del desarrollo nacional? Porque debemos entender que también los medios de comunicación, como contralores, están sujetos a límites. Deben entender que con sus potestades, viene también su responsabilidad. Viene la responsabilidad de ser firmes, pero mesurados en la crítica del sistema político; la responsabilidad de denunciar la corrupción, pero haciendo siempre la distinción entre el funcionario que ocupa transitoriamente un cargo, y la institución que permanece en el tiempo; la responsabilidad de no sólo criticar lo malo, sino también reconocer lo bueno; la responsabilidad de no sólo destruir las malas prácticas políticas, sino también de estimular las buenas prácticas cívicas.
Todas las instancias de control, públicas y privadas, deben entender su papel dentro de un guión con muchos otros protagonistas, su lugar dentro de un engranaje superior. La vigilancia es una función más dentro de las funciones públicas. Es una función importante, pero no es la única ni es la principal. Un Estado esclerótico, hipertrofiado e incapaz de ejecutar sus decisiones, vulnera tanto el interés público como un Estado que abusa de su poder. En la medida en que sigamos siendo un país de contralores y no de emprendedores, veo muy difícil que alcancemos nuestras metas, sean las que sean.
Reformar este panorama será el gran reto costarricense en los próximos años.”
Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Discurso en la Jornada por Costa Rica: Debates sobre los desafíos del desarrollo nacional
Salón de Expresidentes, Asamblea Legislativa
26 de agosto de 2009
(extractos)
“Nuestros funcionarios públicos viven atemorizados ante la posibilidad de que alguien los denuncie penalmente, sin pruebas; o emplee mecanismos legales para solucionar vendettas personales, como denuncias ante la Procuraduría de la Ética Pública, ante la Contraloría o ante los numerosos tribunales de ética que dominan nuestro escenario político. Y ese mismo temor es el que alimenta la actitud de los famosos “mandos medios” de la Administración Pública, que prefieren decir siempre que no, a correr el riesgo de decir que sí a un proyecto estatal. Prefieren que el proyecto no se ejecute, o que la cuestión la decidan instancias en teoría técnicas, como la Contraloría o la Sala Constitucional, a defender sus posiciones frente a los ataques de la oposición y de la prensa.
Y menciono aquí la prensa porque creo que ella juega un papel fundamental en promover o impedir que ciertos objetivos públicos sean alcanzados. Antes que nada, quiero expresar mi absoluta convicción en que una prensa libre y pluralista, es condición esencial para la existencia y permanencia de una democracia. Se tiñen de vergüenza los gobiernos que, movidos por su ideología o por su temor, clausuran medios de comunicación y prohíben la formación de nuevos espacios periodísticos.
Ahora bien, también creo que para que la democracia realice su verdadero potencial para la construcción de sociedades más libres y más desarrolladas, no sólo se requiere de una prensa libre, sino también de una prensa clara de su papel en la sociedad, y sobre todo responsable. No podemos seguir operando sobre la ficción de que los medios de comunicación simplemente informan a los ciudadanos. Nos guste o no, la prensa contemporánea hace mucho más que eso: no sólo informa sino también influye, decisiva y casi siempre deliberadamente, sobre las opiniones políticas de las personas. Lo hace a través de su línea editorial, del tratamiento que da a las noticias, y principalmente con la inevitable selectividad de la cobertura noticiosa.
Hay que reconocer que en nuestra época, la prensa es un actor político fundamental. Ello no sería ningún problema, de no ser porque nada nos hace suponer que los medios de comunicación responden única, o siquiera fundamentalmente, al interés público. Los medios de comunicación son, ante todo, empresas, corporaciones que buscan producir utilidades. Y a diferencia del poder de los funcionarios políticos, el de los medios de comunicación no está sujeto a término, ni está sometido a las estrictas reglas de transparencia que les son demandadas a los políticos. Es urgente que entendamos que debemos ser muy cuidadosos con la pretensión de algunos medios de arrogarse la representación del interés público, y de sustituir en esa función a los representantes electos democráticamente. No olvidemos que la misión de representar el interés público se delega por medio del sufragio en instituciones creadas al efecto. La prensa no gobierna, ni siquiera cogobierna, en una democracia.
Aún así, existe una inclinación por parte de algunos medios de comunicación a considerar sus opiniones y recomendaciones, como imperativos ineludibles para la Administración. Yo lo viví particularmente en mi primer mandato como Presidente de la República, en que la mayoría de la prensa objetaba la búsqueda de una solución pacífica a la guerra en Centroamérica. Recibimos editoriales adversos, acusaciones de ser lacayos de los Estados Unidos, acusaciones de ser lacayos de la Unión Soviética, y otro sinfín de apelativos. Yo escuché las opiniones de todos, pero al final decidí con base en lo que creía correcto. Y la verdad es que no hay otra forma de gobernar. Quien ejerce la Presidencia de la República, o aspire a ejercerla, deberá entender esto si desea darle estabilidad y coherencia a su Gobierno. Deberá sostenerse firme en sus convicciones y en sus ideales, no importa cuán fuerte sea la presión para que las abandone. Ésa es la soledad del poder. En una democracia la prensa nunca se someterá al Gobierno, ni tiene por qué hacerlo. El Gobierno tampoco debe someterse a la prensa. Si lo hace, es menos democrático, es menos libre y es menos Gobierno.
¿Por qué es esto importante de cara a los desafíos del desarrollo nacional? Porque debemos entender que también los medios de comunicación, como contralores, están sujetos a límites. Deben entender que con sus potestades, viene también su responsabilidad. Viene la responsabilidad de ser firmes, pero mesurados en la crítica del sistema político; la responsabilidad de denunciar la corrupción, pero haciendo siempre la distinción entre el funcionario que ocupa transitoriamente un cargo, y la institución que permanece en el tiempo; la responsabilidad de no sólo criticar lo malo, sino también reconocer lo bueno; la responsabilidad de no sólo destruir las malas prácticas políticas, sino también de estimular las buenas prácticas cívicas.
Todas las instancias de control, públicas y privadas, deben entender su papel dentro de un guión con muchos otros protagonistas, su lugar dentro de un engranaje superior. La vigilancia es una función más dentro de las funciones públicas. Es una función importante, pero no es la única ni es la principal. Un Estado esclerótico, hipertrofiado e incapaz de ejecutar sus decisiones, vulnera tanto el interés público como un Estado que abusa de su poder. En la medida en que sigamos siendo un país de contralores y no de emprendedores, veo muy difícil que alcancemos nuestras metas, sean las que sean.
Reformar este panorama será el gran reto costarricense en los próximos años.”
Óscar Arias Sánchez
Presidente de la República
Discurso en la Jornada por Costa Rica: Debates sobre los desafíos del desarrollo nacional
Salón de Expresidentes, Asamblea Legislativa
26 de agosto de 2009