Bo Xilai v. Wen Jiabao
Bruno Stagno bstagno@gmail.com | Lunes 21 mayo, 2012
Bo Xilai v. Wen Jiabao
Desde su aplastante victoria sobre el Kuomintang en 1949, el Partido Comunista de China (PCC) ha sufrido varias purgas, frecuentemente en detrimento de aquellos dirigentes con mentes más reformistas y más dados a cuestionar las consignas ideológicas. Basta recordar las purgas orquestadas por Mao Tse-tung que les costaron la vida a los venerados Chen Yi y Liu Shaoqi.
Otras figuras, como Deng Xiaoping o Chen Yun sobrevivieron a Mao, aunque el primero fue purgado en dos ocasiones (1967-1973, 1975-1977) y el segundo pasó un largo exilio (1962-1978) antes de ser resucitado por Deng tras la muerte de Mao.
Desde el pasado 6 de febrero, cuando surgieron los primeros indicios de serios problemas en el municipio de Chongqing (casi 29 millones de habitantes), feudo del otrora todopoderoso Bo Xilai, hemos presenciado la más reciente purga interna del PCC. Afortunadamente, en este caso, es un equivalente contemporáneo a las rectificaciones iniciadas en contra de Lin Biao y el propio Mao tras sus respectivas muertes en 1971 y 1976, así como tras el arresto de la temible Banda de los Cuatro.
Es a primera vista la caída de un “príncipe” —hijo de Bo Yibo, uno de los “ocho inmortales” del PCC—, quien a base de un neo-maoísmo populista se había erigido en una de las figuras más extravagantes y ascendentes de la China actual. Pero es también, aparentemente, la victoria del actual Primer Ministro, Wen Jiabao, y sus aliados sobre los elementos más recalcitrantes del PCC.
Parece ser, finalmente, el renacimiento de una corriente de pensamiento defendida con valor hace dos décadas por el diminuto Hu Yaobang (ningún parentesco con el actual presidente Hu Jintao), quien resultó ser demasiado adicto a la democracia para el gusto de Deng. Hu fue purgado en 1983 después de haber ejercido el puesto de secretario general del PCC desde 1980 y de haber implementado fielmente las ideas aperturistas de Deng. Los trágicos eventos de Tiananmen en 1989 fueron un violento intento por suprimir a los miles y miles de admiradores de Hu que espontáneamente desafiaron al sistema al rendir un merecido tributo póstumo a quien se había erigido como el más tenaz portavoz de la causa democrática.
La espectacular caída de Bo ofrece una interesante ventana a las enemistades personales y diferentes visiones que existen dentro del PCC. Dichas tensiones son perfectamente normales y ningún partido político está exento de tales divisiones.
Debemos estar contentos al constatar que, al menos en esta ocasión, han ganado Wen y aquellos que han desafiado al “establishment” al resucitar la memoria aún incómoda de Hu y contrarrestar las vertientes más ortodoxas del PCC. Parece que Wen aún se acuerda vívidamente de su recorrido entre los manifestantes de Tiananmen el 19 de mayo 1989 junto al entonces secretario general Zhao Ziyang. Hoy, gracias a Wen, el PCC tiene una nueva oportunidad para abrirse, cautelosa y progresivamente, a la democracia interna.
Bruno Stagno Ugarte
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