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EDITORIAL


Chavela Vargas

| Martes 07 agosto, 2012





Nunca fue lo que de ella hubiera esperado la tierra que la vio nacer, sino la artista que hoy todo México despide con tantos honores, orgulloso de haberla adoptado

Chavela Vargas

La muerte de la artista Chavela Vargas desató en muchos, una vez más, el odio hacia ella. No el amor hacia Costa Rica —que sería tan bueno que se desatara— sino el odio hacia una persona.
Más allá de que cayera en el alcoholismo y luego se volviera sobria —acto que en otros consideramos casi heroico— o de que su preferencia sexual fuera diferente a la de la mayoría —por lo cual no se condena a nadie aquí—, pareciera que lo que no se le perdona a Chavela es esa firme decisión de no dejarse atropellar por el serrucho que en territorio nacional no perdona a nadie que sobresalga bastante del denominador común.
Si no, que lo digan el máximo escultor nacido aquí, que tuvo que irse a México para poder desarrollar su arte, Francisco “Paco” Zúñiga, o las escritoras Yolanda Oreamuno y Eunice Odio, para nombrar a los más recordados entre los que no se resignaron a dejarse asfixiar en la patria donde había que seguir sumisamente mandatos que no lograban superar la mediocridad.
Unos más dedicados al ejercicio intelectual y otros —como el caso de Chavela— unidos indisolublemente al alma popular y a los sentimientos, cantándole a la vida.
Pero les tocó nacer en una época y en una Costa Rica que teniendo tantas virtudes y riquezas como para sentirse muy bien consigo misma, fue tierra de paso de mucha gente y muchas culturas y quizás por ello buscó recubrirse de una especie de coraza que la defendiera de cualquier viento portador de peligros foráneos.
Una coraza que luego sirvió a los intereses de quienes se autodenominaron “dueños de la verdad” en materia de definir lo que era arte y lo que no lo era, a quién había que patrocinar y a quién no.
Fue en ese contexto en el que nació Chavela, pero su espíritu no pudo resignarse. No quiso encerrarse a vivir pasivamente el problema de ser diferente. Quizás su cuerpo —el de carne y huesos— lo hubiera soportado, pero no su alma. No fue capaz de abrazar los oficios domésticos o alguna otra cosa “bien vista” para las mujeres en aquel momento, en vez de la música, el canto y el arte que anhelaba.
Quizás una de las características de su personalidad que pagó más cara fue el de esa sinceridad que jamás quiso domeñar. A esa no estamos acostumbrados y ella no aprendió nunca el guion de la hipocresía. Quizás jamás llegó a darse cuenta la cantante de que nada de lo que de ella se dijera en Costa Rica merecía su odio, ni siquiera su repudio. Le hubiera bastado con la indiferencia.
Quizás lo que no logró Chavela Vargas fue que ese huracán de amor que la sacudió siempre se tornara en viento apacible. Ella nunca fue lo que de ella hubiera esperado la tierra que la vio nacer, sino la artista que hoy todo México despide con tantos honores, orgulloso de haberla adoptado.






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