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100 días de soledad

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 13 agosto, 2010



100 días de soledad


Al repasar la vida de las figuras poderosas, me decía un ser querido que “cuanto más se sube, más solo se está”, y no se refería a la compañía de familiares o “amigos”, sino a la verdadera soledad que acompaña el poder.
Tomar la primera silla de un país, sin importar el género, no implica una excepción. Por más vasta que haya sido la experiencia pública, ahora toca asumir los yerros, la pereza, la mala fe, las omisiones y la mezquindad de los demás, mientras otros intentan aprovechar resbalones, infortunios y a la vez afinan puntería para clavar indecisión, intriga y decepción.
La política es un fango lleno de injusticias, donde no hay descanso de recriminaciones, y el hedor de la envidia no desaparece, incluso luego de haber dejado el trono.
Si a la Presidenta le va mal, a todos nos va mal, e incluyo a los calculadores que pretenden capitalizar de su desdicha.
Para evaluar la gestión presidencial de manera justa se deberían tener presentes estas tribulaciones, y 100 días de soledad no son suficientes.
Sin embargo, la política vive de apariencias, de lo que parece ser, y por ello cada vez se trata menos de justicia, sino más de inocuidad.
En este sentido, la tibia popularidad de la Presidenta, aunque se intente publicar con guantes de seda, está relacionada con decisiones que amenazan o dañan temas que los ciudadanos consideran prioritarios.
Minería, salarios públicos, colapso de puentes y vías, dengue, inseguridad, violencia en las escuelas; la crítica a la función pública no solo resulta necesaria, sino que protege del daño que produce la adulación y que lleva a asumir una falsa realidad.
En cuanto a encuestas, resulta contradictorio que los ciudadanos destaquen el liderazgo presidencial mientras por otro lado aseguran que no creen que gobierne para ellos. ¿Entonces de quién es líder?
Este “discurso informativo”, aparenta dispuesto y alineado a un contubernio con el oficialismo, tan dañino como el halago, pues adormece sobre los problemas concretos del país, y cuyo fin es la ya conocida dependencia y posterior manipulación. Mejor, cuidar ciertas “amistades”.
Por ello, la verdadera crítica aunque incómoda, ha de ser directa, sincera y reiterada.
Primero, se sabía que la expectativa clara era el continuismo. Segundo, amigos y hasta enemigos han visto que está mal asesorada, por lo que vale revisar su gabinete. Tercero y último, no hay dudas de que haya buenas intenciones, sin embargo estas deben pronto transformarse en soluciones cercanas a los problemas de la gente y no quedar en abstracciones.

Luis Alberto Muñoz

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