Vida publicada: vida pública
| Sábado 21 febrero, 2009
Vida publicada: vida pública
Inundaron mi correo electrónico con invitaciones para unirme a alguna de las comunidades virtuales que proliferan en Internet. Al principio las miré con desconfianza; suficiente tengo con las empresas que comercializan mi información personal y que tienen a un pelotón de vendedores de tarjetas de crédito llamándome a diario, como para que por mi propia mano quede a disposición de todos mis gustos, intereses, fotografías, contactos y hasta el color de mis ojos.
Hice un breve y experimental intento de unirme a una de estas comunidades, que dio como resultado varias insinuaciones impropias, comentarios desatinados y debates lamentables, así como algunos reencuentros agradables tanto como inesperados. Renuncié a estos contactos virtuales para volver a mis siempre seguros y tradicionales encuentros cara a cara, pero no he dejado de observar —de lejos— cómo esta nueva forma de hacerse conocido, y conocerse, se ha desarrollado.
El fenómeno adolescente es uno de los más interesantes; la popularidad hoy día va asociada a la construcción de los mejores perfiles, con las fotos más atrevidas y el mayor número de contactos. La primera acción luego de conocer una persona es revisar su perfil y es incluso sospechoso quien no se encuentre registrado en la comunidad de moda, pues algo ha de estar escondiendo.
Pero la cosa no termina allí, las personas de mayor edad no escapan al fenómeno, pues muchas son las que se han incorporado a las comunidades más usuales, así como a otras especializadas según sean sus intereses, hay comunidades de arte, deportes o disciplinas científicas, por ejemplo. Algunas compañías incluso, están agregando la revisión de perfiles virtuales como una práctica común para la selección de personal.
Ciertamente, ahora todos tenemos igual oportunidad de acceso a un toque de reconocimiento público, tanto como a la vulnerabilidad asociada ante personas malintencionadas y delincuentes que comparten con nosotros la red. Como dirían de algunos que se dejan ver por televisión: es el precio de ser figuras públicas, es el precio de la fama.
Rafael León Hernández
Psicólogo
Inundaron mi correo electrónico con invitaciones para unirme a alguna de las comunidades virtuales que proliferan en Internet. Al principio las miré con desconfianza; suficiente tengo con las empresas que comercializan mi información personal y que tienen a un pelotón de vendedores de tarjetas de crédito llamándome a diario, como para que por mi propia mano quede a disposición de todos mis gustos, intereses, fotografías, contactos y hasta el color de mis ojos.
Hice un breve y experimental intento de unirme a una de estas comunidades, que dio como resultado varias insinuaciones impropias, comentarios desatinados y debates lamentables, así como algunos reencuentros agradables tanto como inesperados. Renuncié a estos contactos virtuales para volver a mis siempre seguros y tradicionales encuentros cara a cara, pero no he dejado de observar —de lejos— cómo esta nueva forma de hacerse conocido, y conocerse, se ha desarrollado.
El fenómeno adolescente es uno de los más interesantes; la popularidad hoy día va asociada a la construcción de los mejores perfiles, con las fotos más atrevidas y el mayor número de contactos. La primera acción luego de conocer una persona es revisar su perfil y es incluso sospechoso quien no se encuentre registrado en la comunidad de moda, pues algo ha de estar escondiendo.
Pero la cosa no termina allí, las personas de mayor edad no escapan al fenómeno, pues muchas son las que se han incorporado a las comunidades más usuales, así como a otras especializadas según sean sus intereses, hay comunidades de arte, deportes o disciplinas científicas, por ejemplo. Algunas compañías incluso, están agregando la revisión de perfiles virtuales como una práctica común para la selección de personal.
Ciertamente, ahora todos tenemos igual oportunidad de acceso a un toque de reconocimiento público, tanto como a la vulnerabilidad asociada ante personas malintencionadas y delincuentes que comparten con nosotros la red. Como dirían de algunos que se dejan ver por televisión: es el precio de ser figuras públicas, es el precio de la fama.
Rafael León Hernández
Psicólogo