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COLUMNISTAS


Vida en democracia

Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 19 agosto, 2022


Sinceramente

Primero la Constitución de los Estados Unidos de América luego de la independencia de ese país, así como después la Revolución Francesa, materializaron las instituciones básicas de la democracia en el mundo occidental. Atrás quedó la democracia aristocrática de la Grecia Clásica y la República Romana que por antigua era referencia, pero era muy difícil de comprender e imaginar para los ciudadanos que buscaban libertad del monarca absoluto. El Rey en las monarquías occidentales emitía leyes, administraba su reino y juzgaba y condenaba de manera casi que unipersonal.

En las Islas Británicas la monarquía era constitucional desde 1215 tras La emisión de la Carta Magna que había establecido que no habría impuestos sin la aprobación parlamentaria. Esta enorme revolución en la actualidad está desafiando a muchos presidentes que, electos democráticamente, desean como los monarcas de otrora, imponer impuestos, cargas y leyes por decreto sin participación del parlamento.

La Revolución Gloriosa que aconteció en Inglaterra en 1688 estableció en definitiva límites al poder real y sirvió de ejemplo para muchos otros países que tendieron a imitarla. Esta revolución acaba con la monarquía absoluta e inaugura la monarquía parlamentaria que hasta hoy vive ese país y muchos otros siguiendo su ejemplo. Nadie iba a tener el poder absoluto. Nadie iba a poder mandar sino en un área de los quehaceres nacionales claramente delimitada y sujeta a la acción del parlamento y a la acción de la justicia independiente del poder monárquico. Un iluminado no mandaría. El pueblo elegiría y los poderes divididos serían la expresión de la libertad del pueblo.

En España y sus colonias americanas esa revolución marcó la Constitución de 1812, aunque luego Fernando VII restableciera el absolutismo impidiendo la evolución democrática hacia una monarquía parlamentaria y la modernización de las relaciones con el imperio español y sus colonias.

En Costa Rica, desde la promulgación del Pacto de Concordia como nuestra primera constitución, se estableció la democracia que nos ha regido desde entonces de manera constante. Las características primigenias de la división de poderes, la elección popular de los titulares del poder ejecutivo y del legislativo y una justicia no supeditada a ninguno de esos poderes todavía rige afortunadamente.

La opinión pública, la prensa, las discrepancias de los administrados con los poderes constituidos surgieron activamente en nuestra sociedad y don José María Castro Madriz celebró la oposición que los periódicos y ciudadanos hacían a su administración unos años después.

Durante el siglo XIX la prensa de oposición hizo lo propio contra quienes discrepaban de sus tesis e impulsaban reformas y cambios que algunos consideraban inconvenientes. Esa era la sangre del sistema de oposición democrática y la forma de los ciudadanos no electos de externar sus preferencias y sus discrepancias con las iniciativas e ideas del poder.

El discrepar unos de otros es la norma en sociedad, la unanimidad ni en el hogar se da. Cada ciudadano tiene normalmente su propia opinión sobre los problemas y soluciones. La imprenta y los diarios empujaron justamente esa opinión pública, como lo hizo la aparición de la radio y los discursos y mensajes radiados por oficialistas y opositores. El advenimiento de la televisión potenció justamente esas libertades de todos de decir lo que pensábamos y deseábamos para nosotros y para el país. La llegada de las redes sociales incrementó de manera muy sensible la posibilidad de los individuos de decir y transmitir su pensamiento, saliéndose del cerco de los medios impresos, radiados y televisivos. Claro está, la ignorancia de algunos, la existencia de troles o perfiles falsos a sueldo de quienes desean destruir a los mensajeros que les llevan la contraria a sus tesis, el insulto y la descalificación han salido a relucir de manera clara y amenazan la libertad de expresión y de comunicación. En los años 30 los matones con un blackjack en mano aterrorizaban a quienes se manifestaban, cuando las manifestaciones eran contrarias a políticos, gobiernos e intereses. Hoy el blackjack ha sido sustituido por el trol, el perfil falso y el terror en las redes. Hoy la veracidad ha sido vulnerada por la post verdad y las noticias falsas.

No debe temerse a la prensa de oposición. Todos, incluso la prensa, tienen derecho a sostener sus tesis. Aunque no nos guste lo dicho en la radio, en la televisión y en los medios escritos, no hay objetividad cuando se tiene una opinión sobre un problema o una solución. No hay más que compromiso y parcialidad en los medios cuando se oponen a un proyecto o impulsan una solución. Esa es la esencia de la democracia. El definir una posición es dividir las opiniones, la democracia nos lleva a tener que escoger. No se debe de reprimir, descalificar ni desconocer la opinión de terceros ni la de la prensa de oposición.

No hay que ver al parlamento como un atraso ni como un gasto sin sentido sino como el mecanismo para que el que gobierna no tenga todo el poder. Ese es un elemento central de la democracia. Es más importante el impedir el autoritarismo y el absolutismo que buscar velocidad y aprobación para las tesis del gobernante de turno. No siempre la velocidad de decisión nos lleva a resultados positivos. La maduración de ideas y el escuchar a quienes no están de acuerdo generalmente nos iluminan nuestras omisiones y yerros. No hay dictadura ni gobierno de fuerza buenos. Ante la desesperación de los ciudadanos por leyes mejores y procedimientos más rápidos cuanto queda es elegir mejor y dejar atrás a los viejos exponentes de un sistema rebasado en la práctica. La excelencia debe reponer a la imposición. La capacidad debe ser reemplazo de la ocurrencia. La arrogancia debe de ser superada por el diálogo sereno y racional, con ideas y argumentos cuando del quehacer político y administrativo se trate.

No temamos a la libertad ni rechacemos la división de poderes. No busquemos el autoritarismo porque luego volver a un régimen de leyes, de opinión y de sereno juicio de cuanto nos afecta y rodea sería trabajo de titanes. Dividir para vencer sobre los administrados también tiene un alto y perdurable costo para la sociedad. Las cicatrices perduran más de lo que cualquiera de nosotros querría.

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