Una defensa de la fría y lluviosa Bogotá, una ciudad que a veces cuesta querer
Daniel Pardo - Corresponsal de BBC Mundo en Colombia | Domingo 06 agosto, 2023
Criticar a Bogotá es fácil. La capital colombiana tiene uno de los peores climas y tráficos del mundo, según diferentes estimativos. Acá llueve dos de cada tres días y mucha gente pasa un tercio del día yendo y viniendo del trabajo.
Últimamente, la cosa ha empeorado: más de mil construcciones viales están en curso, el número de motocicletas se duplicó tras la pandemia y en el último año llovió más que en cualquier otro en cuatro décadas.
Criticar a Bogotá y a sus habitantes es, también, una costumbre en el resto del país. Que el bogotano es serio, hipócrita y arrogante, se dice. Que los bogotanos gobernaron Colombia omitiendo la diversidad y la autonomía de las regiones. Que, a diferencia de costeños o caleños, no saben bailar ni cantar. Que "la frontera entre Bogotá y la muerte —dice el actor Santiago Moure en un audio viral— es casi imperceptible".
Criticar a Bogotá es, también, una moda en redes sociales, sobre todo ahora, que estamos en campaña electoral.
Los videos de calles inundadas con carros y motos que flotan, los relatos de bogotanos histéricos en trancones y las imágenes de robos a plena luz del día son noticia todos los días.
La situación actual no es mucho peor que en el pasado, según indicadores sociales y económicos. En la capital hay menos pobres y desempleados que hace 10 años, así como más gente educándose. Y aunque este año han aumentado los hurtos y homicidios, la inseguridad está lejos de ser tan alta como en los años 80 y 90.
Sin embargo, encuestas reflejan que un 80% de los bogotanos se sienten inseguros.
Bogotá, en todo caso, es una ciudad hostil, brusca, grisácea. También es "remota y lúgubre", como la describió Gabriel García Márquez cuando la conoció en los años 40.
"Mi mayor impresión fue cuando me deslicé bajo las sábanas y lancé un grito de horror, porque las sentí empapadas en un líquido helado", escribió en sus memorias sobre esa metida a la cama, que tortura por fría.
Hay dos argumentos incontrovertibles, y de fondo, en contra de Bogotá: su manejo político de Colombia, con una mirada centralista y arbitraria, y la prepotencia con que algunos bogotanos —funcionarios del Estado, por ejemplo— viajan por el resto del país.
El centralismo en Colombia generó guerras y guerrillas.
En general, el bogotano ha visto al resto del país con desprecio y al mundo europeo como ideal. No es en vano que el origen de "cachaco", el apelativo para los bogotanos, sea "cachet coat", en inglés: un personaje "prestigioso" que lleva un "abrigo de marca" hecho en algún país europeo.
Por todo lo anterior, entonces, criticar a Bogotá es justificable.
Pero tan justificable como decir que Bogotá es "del putas", según sostiene un famoso cántico de la ciudad, creado en un legendario concierto en los años 80, que encapsula su identidad, su idiosincrasia. "Del putas" en bogotano coloquial es "excepcional", "excelente".
No digo que Bogotá sea mejor que otras ciudades. Tampoco busco ocultar las penurias —todolocontrario— de una ciudad desigual, arisca y, a veces, fea.
Pero la mala reputación de Bogotá es exagerada, o limitada.
Durante años hui de mi ciudad hasta que aprendí a quererla. Ahora vengo a defenderla.
Porque esa es parte de la gracia: Bogotá no es fácil de querer. Acá uno canta y baila bajo la lluvia, con los pies congelados y embarrados. El amor por Bogotá se trabaja, se cultiva, duele.
Así como el ciclismo, el deporte tradicional de este altiplano andino, este es un elogio de la adversidad, una oda al disfrute guerreado.
La personalidad bogotana: cortés, diversa, hospitalaria
No quise hacer esta defensa solo, sin embargo: entrevisté a dos extranjeros que viven acá hace décadas. Dos provenientes del mundo desarrollado que dejaron atrás situaciones cómodas para hacer una vida en la hostil capital, y que están escribiendo sus memorias en clave de carta de amor a Bogotá.
El británico Richard Blair es uno de los principales artífices de la internacionalización de la música colombiana: produjo a Carlos Vives, Sidestepper, Bomba Estéreo y Aterciopelados, entre otros exponentes de la diversidad sonora colombiana, que mucho le debe a la capital.
En los 90, Blair era ingeniero de sonido en el estudio de Peter Gabriel. Allí conoció a Totó la Momposina, una legendaria cantora colombiana. Tenía opciones de ir a Australia, África o quedarse en Londres gestionando el estudio de un músico consagrado.
Optó por la casa de Totó, en el sur de Bogotá. Porque me sentí "incondicionalmente bienvenido", según recuerda en un café de La Candelaria, el barrio colonial del centro.
"Andaba en un parche (grupo) de ocho personas, pa' arriba y pa' abajo, y me sentía protegido en una de las ciudades más violentas del mundo".
Mientras se toma un té, Blair aborda una de las principales críticas a los bogotanos: que son hipócritas, que no dicen las cosas.
"Hay una institución clásica bogotana que es huir a la cita", me dice. "Un juego de tenis a ver quién es el primero que cancela o se esconde para no concretar la reunión. Un europeo lo puede ver como pereza o hipocresía, pero yo lo veo como filosóficamente avanzado, porque evita el roce y garantiza el deseo de cada uno".
"Y eso se añade al formalismo, que a mí al principio me emputaba (daba rabia), porque no se dicen las cosas, pero luego me di cuenta de que es una manera de entendernos".
La cortesía es una institución bogotana, en efecto. Expresiones como "qué pena con usted" para lanzar un ataque o "me regala" para pedir que le vendan algo revelan cierto apego por los eufemismos.
El estereotipo del clásico cachaco, con su chaleco y zapatos lustrados, es un hombre "divinamente", bien comportado, no por eso confiable: es cortés pero vivaracho.
Detrás de la cortesía, sin embargo, hay una genuina búsqueda por la interacción civilizada entre opuestos. Bogotá es una ciudad hiperdiversa, con disputas latentes en cada esquina. La cortesía convierte la interacción rutinaria en cosa pueblerina, amena, plagada de diminutivos empalagosos, ridículos, hermosos.
Se dice que a Bogotá le dicen "la nevera" no por fría, sino porque "le da de comer a todo el mundo". En un país con ocho millones de desplazados internos, la capital ha sido receptora de todas las poblaciones de esta nación pluricultural.
"Colombia hoy es una potencia mundial de la música y esa potencialidad, que es producto de la diversidad del país, pasó por Bogotá", dice Blair. Es difícil pensar en un músico colombiano de renombre internacional que no haya iniciado su carrera en Bogotá; que no conozca el frío punzante de meterse a la cama.
Antonio Morales, un columnista y humorista, escribe en "Elogio de la altura" que la identidad bogotana "proviene de su no identidad, de su diversidad. La ausencia de homogeneidad se ha traducido en una permanente espontaneidad, manifiesta desde lo arquitectónico y el diseño, hasta lo artístico y cultural".
Las calles de Bogotá no tienen nombres, sino números. Otra faceta que muchos usan para justificar la idea de que los bogotanos son cuadriculados. Pero muchas calles numeradas de Bogotá tienen su propia identidad: La Séptima resume la historia del país, La Décima es folclor y caos, La Trece es comercio y emprendimiento creativo.
"El alma compleja bogotana —escribió el intelectual Raimundo Rivas en 1938— es amable a la par que irónica, pronta a los más fecundos entusiasmos y a los desfallecimientos aniquiladores, docta y hospitalaria, en cuya fisonomía se precisa un gesto que no se sabe si es contorsión de regocijo o huella de melancolía".
El clima bogotano: versátil y apto para el trabajo
El frío de Bogotá es peculiar: la temperatura no baja de los 5 grados centígrados, pero la ausencia de calefacción y ventanas gruesas, una orografía que favorece el viento, la alta pluviosidad y una altitud montañosa que concentra nubes hacen de este frío uno difícil de roer.
Contra el frío no hay remedio. Pero, para seguir con el tema de la música, eso no ha impedido que acá se hagan, entre el lodo, dos de los festivales más relevantes de América Latina: el Estéreo Picnic y Rock al Parque.
Blair, proveniente de la nubosidad casi permanente del Reino Unido (la cual, por cierto, no es peor que la bogotana, reporta Climate Data), recuerda que "el sol en Bogotá siempre está cerca", sea porque justo después de las lluvias suele salir el sol o porque a dos horas en carro están las tierras templadas de lo que sí parece un clima tropical.
"Bogotá es una ciudad en las montañas con el corazón en el trópico", escribe Morales. Eso se nota en la cultura, en la gastronomía y en el clima.
La geografía de Bogotá fue en parte la razón por la cual se estableció acá la capital del Virreinato de la Nueva Granda: está en el centro del país, situada en una inmensa meseta rodeada de dos cordilleras andinas con acceso a fértiles recursos naturales.
Muchos critican que la capital no haya sido establecida en alguna costa, cerca de los puertos, pero registros historiográficos revelan que un clima apto para la productividad estuvo entre las variables contempladas por los colonizadores. Dos siglos después, reputados estudios encontraron que el calor extremo, como el que predomina en este país tropical, afecta el trabajo.
Bogotá es hoy uno de los principales motores de la economía colombiana: representa un cuarto del producto total, casi todos los años crece más que el resto del país y genera más empleos que cualquier otra ciudad.
Bogotá vibra
Esta llovizna, esta humedad, este gris eterno no han impedido que Bogotá sea una ciudad vibrante.
Acá hay 400 restaurantes por cada 100.000 habitantes: es el doble que Buenos Aires o México, según las cámaras de comercio. Acá se ven restaurantes de todas partes del país, y muchos del mundo. A 2.600 metros del nivel del mar se consigue pescado de sal fresco, sin congelar.
Los colores de las frutas y verduras en los mercados populares —donde te atienden a punta de "mi amor", "mi niño", "mi cielo"— son prueba de que este es el segundo país más biodiverso del mundo.
En Bogotá hay bailaderos de salsa, cumbia, merengue, bachata, champeta, reggae, calipso, dance hall, hip hop, metal y jazz. Abren todos los fines de semana, a veces hasta la madrugada.
Hay baños turcos cual país árabe. Hay espectáculos de peleas de peces. Hay puertas misteriosas que llevan a rocolas, karaokes y discotecas para todo tipo de recónditas subculturas. Se le tiene oferta para todos los públicos, y más que organizada por respetados museos y fundaciones, la mayor parte de la cultura bogotana es gestionada por grupos independientes, clandestinos.
Solo cuatro o cinco ciudades de América Latina —y una veintena en el mundo— se pueden jactar de ser megalópolis. Bogotá es una de ellas.
Ciudad pensante
Florence Thomas es probablemente la feminista viva más reconocida de Colombia. A sus 25 años dejó la París de los 60, el epicentro mundial de la contracultura, porque estaba enamorada de un colombiano, pero después de separarse se quedó en Bogotá porque acá encontró una escena intelectual tan rica como la parisina.
"Entré a la Universidad Nacional y fue ahí que me enamoré de Colombia", dice, mientras una nube gris tapa el cerro bogotano al tiempo que un rayo de luz entra a la sala de su casa. "Las mujeres líderes sociales, que en este país son las que mandan, me mostraron facetas distintas del feminismo y fue eso lo que me ató a Colombia".
En la Nacional, Thomas creó Mujer y Sociedad, uno de los primeros grupos feministas de Colombia. Luego recorrió el país ayudando mujeres. Hace 25 años, El Tiempo, un periódico conservador, le dio una columna sobre la que, dice, "nunca me pidieron cambiar una sola coma, y eso me terminó de convencer de que acá mi pensamiento vale".
Al ser la capital del Virreinato de Nueva Granada, en Bogotá pronto se fundaron conventos, colegios y universidades. Muchas de esas entidades hoy existen. Bogotá fue, además, la capital de la Expedición Botánica que quiso estudiar la flora y fauna del Nuevo Reino. En 1802 se construyó el primer observatorio astronómico de las Américas. Y con la independencia se fundaron museos y bibliotecas.
Mucho antes de ser señalada como "la Atenas sudamericana", Bogotá era "la ciudad de los poetas".
Esta es, pues, una ciudad pensante. Por acá pasan corrientes culturales que luego conquistan el mundo: piensen en la cumbia, en el realismo mágico, movimientos del Caribe cuya plataforma fue esta gélida urbe.
Acá también nacieron los dos movimientos sociales más relevantes de la historia nacional: la Séptima Papeleta, una convergencia estudiantil que logró cambiar una anticuada Constitución en 1991; y el Paro Nacional, un estallido social en 2019 que terminó siendo el germen de la elección del primer presidente de izquierda, Gustavo Petro.
La actual alcaldesa de Bogotá es la primera política homosexual en llegar a un cargo de esa envergadura en el país. Claudia López está por terminar su periodo, y la feminista Thomas trae su caso a la conversación.
"No importa si la quieres o no, ella, que viene de un complejo suburbio de Bogotá, representa muy bien lo que es esta ciudad: es avanzada, es audaz".
La feminista menciona las Manzanas del Cuidado, un proyecto de López que busca darle atención a las personas que dedican su vida a cuidar otros. Mujeres en decenas de puntos de la ciudad van a lavar ropa, poner a sus hijos en clases e intercambiar experiencias y bienes con otras mujeres.
Acaldes de "avanzada" es lo que ha habido en Bogotá: uno fue Luis Prieto Ocampo, que en 1976 acogió una petición ciudadana para entregar las calles a los ciclistas los domingos; otro fue Antanas Mockus, que puso mimos en las calles para reducir el crimen (y sirvió); y otro más fue Enrique Peñalosa, que inició una red de ciclovías que hoy está entre las más grandes del mundo.
La movilidad de Bogotá es un caos, pero expertos en todo el mundo usan esta como "ciudad modelo"; como un "laboratorio de ideas" para un problema que, acá y en cualquier gran ciudad desarrollada, por mucho metro y avenidas que se construyan, tiene poco remedio.
Quizá tampoco tenga remedio la supuesta hipocresía de los bogotanos, que más bien puede ser considerada una cortesía bienintencionada.
"Sin Remedio", la novela del fallecido Antonio Caballero, trata de un joven bogotano de clase alta que intenta escribir un poema sobre la ciudad. Es considerada una obra de culto capitalina.
"¿Qué puede ser más prosaico y grotesco que la ciudad de Bogotá?", se pregunta el presunto poeta, Ignacio Escobar.
"Una ciudad renegrida, reblandecida, informe, pululante de gente, como una gruesa morcilla purpúrea cubierta de insectos, bruñida de grasa, goteante, rellena de sabe Dios qué porquerías —sí: de sangre putrefacta".
Pocos bogotanos podrían decir que está equivocado: es, sí, una "ciudad hedionda a manteca recocinada de fritangas de esquina".
Por eso, porque es un amor trabajado, la queremos. Por eso la defendemos.
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