Ultrarricos en finanzas son más tacaños que los demás
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Jueves 09 septiembre, 2010
Ultrarricos en finanzas son más tacaños que los demás
Que un banquero privado alerte a sus colegas sobre los ricos tiene algo de sorprendente. La semana pasada, en una conferencia en Zúrich, el director de la unidad de banca privada de Barclays Wealth Management, Gerard Aquilina, pareció emitir un alerta rojo sobre los clientes más ricos.
“Cuidado con las complejidades que implica lidiar con quienes tienen patrimonios ultraelevados”, dijo Aquilina a su público. Los pedidos “difíciles y muchas veces insensatos” de esas personas pueden llegar a generar “exigencias imposibles para la organización”.
¿De qué tipo? Ayudarlos a poner a los hijos en la escuela que corresponde, conseguir crédito para comprar propiedades, u obtener entradas para conciertos a último momento, por ejemplo. Los ricos más ricos resultan ser bastante mezquinos. Fue duro. Pero también fue una reflexión acerca de cómo han cambiado los ricos en la última década. Resulta que constituyen un grupo desagradable de gente que cada vez es más desagradable. Y el único culpable es el propio sector bancario.
Hasta cierto punto, la advertencia de Aquilina puede considerarse una suerte de observación de las que se ven en todos los sectores. Los ejecutivos en cualquier actividad tienden a pensar que el verdadero problema siempre viene del cliente, que suele ser estúpido, insensato y molesto, y a veces todo lo dicho anteriormente. No hay razón para eximir de ello ni siquiera a los banqueros privados superserenos. Pero Aquilina plantea una cuestión interesante.
Cada vez hay más pruebas de que los ricos son una tribu agresiva. Eso no tiene nada de asombroso. No se llega a ser rico sin ser difícil y exigente. Hacen falta unos codos bien afilados para llegar hasta la cima del árbol, y no tiene sentido ser sensible a la hora de pisar algunos dedos en el camino. Y los ricos tienen mucho más que proteger que los demás: deben ser feroces para aferrarse a toda esa riqueza.
Los ejecutivos de la banca de inversiones y los gerentes de fondos de inversión que constituyen la mayor parte de la nueva elite rica no tienen demasiado contacto con la gente común. Suponen que su riqueza es enteramente resultado de su propia brillantez. Y se apartan de la vida normal.
Es un sector que acuña multimillonarios y también engendra arrogancia, egoísmo y esnobismo. Aquilina ha enfocado un sector que no puede culpar a nadie más que a sí mismo. Quizá justamente por eso está advirtiendo a otros.
(Matthew Lynn es columnista de Bloomberg News y autor de “Bust”, libro de próxima aparición sobre la crisis de la deuda griega. Las opiniones expresadas son personales.)
Nueva York
Que un banquero privado alerte a sus colegas sobre los ricos tiene algo de sorprendente. La semana pasada, en una conferencia en Zúrich, el director de la unidad de banca privada de Barclays Wealth Management, Gerard Aquilina, pareció emitir un alerta rojo sobre los clientes más ricos.
“Cuidado con las complejidades que implica lidiar con quienes tienen patrimonios ultraelevados”, dijo Aquilina a su público. Los pedidos “difíciles y muchas veces insensatos” de esas personas pueden llegar a generar “exigencias imposibles para la organización”.
¿De qué tipo? Ayudarlos a poner a los hijos en la escuela que corresponde, conseguir crédito para comprar propiedades, u obtener entradas para conciertos a último momento, por ejemplo. Los ricos más ricos resultan ser bastante mezquinos. Fue duro. Pero también fue una reflexión acerca de cómo han cambiado los ricos en la última década. Resulta que constituyen un grupo desagradable de gente que cada vez es más desagradable. Y el único culpable es el propio sector bancario.
Hasta cierto punto, la advertencia de Aquilina puede considerarse una suerte de observación de las que se ven en todos los sectores. Los ejecutivos en cualquier actividad tienden a pensar que el verdadero problema siempre viene del cliente, que suele ser estúpido, insensato y molesto, y a veces todo lo dicho anteriormente. No hay razón para eximir de ello ni siquiera a los banqueros privados superserenos. Pero Aquilina plantea una cuestión interesante.
Cada vez hay más pruebas de que los ricos son una tribu agresiva. Eso no tiene nada de asombroso. No se llega a ser rico sin ser difícil y exigente. Hacen falta unos codos bien afilados para llegar hasta la cima del árbol, y no tiene sentido ser sensible a la hora de pisar algunos dedos en el camino. Y los ricos tienen mucho más que proteger que los demás: deben ser feroces para aferrarse a toda esa riqueza.
Los ejecutivos de la banca de inversiones y los gerentes de fondos de inversión que constituyen la mayor parte de la nueva elite rica no tienen demasiado contacto con la gente común. Suponen que su riqueza es enteramente resultado de su propia brillantez. Y se apartan de la vida normal.
Es un sector que acuña multimillonarios y también engendra arrogancia, egoísmo y esnobismo. Aquilina ha enfocado un sector que no puede culpar a nadie más que a sí mismo. Quizá justamente por eso está advirtiendo a otros.
(Matthew Lynn es columnista de Bloomberg News y autor de “Bust”, libro de próxima aparición sobre la crisis de la deuda griega. Las opiniones expresadas son personales.)
Nueva York