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Tío Conejo por el banco Central

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 28 febrero, 2014


Di por sí esa plata sale de la gente a pata —explicó tío Conejo


Entre cielo y tierra

Tío Conejo por el banco Central

Un día a tío Conejo como le había ido muy bien de comerciante, vendiendo y revendiendo una misma fanega de maíz y otra de frijoles a sus vecinos, decidió que era tiempo para meterse de banquero central.
Pues bueno, muy de mañana se puso un sombrero de copa, un chaquetón azul y cogió el camino. Llegó al banco Central, y se encontró a tía Cucaracha por allí.
—¡Ay Diosito!, si es tío Conejo. ¿Qué anda haciendo usted por acá? Pase pa’ dentro, acuérdese que la última vez no me fue nada bien con tía Gallina por usted.
—Pues ai vamos —contestó tío Conejo—, no se preocupe que ahora vengo a la ciudá a arreglar las cosas, después del tremendo lío en que los metí.
—A ver, ¡báileme ese trompo en la uña! —dijo tía Cucaracha— porque tía Gallina tampoco quedó muy jiji con tía Zorra y a tío Coyote no le fue bien con tío Tirador.
—Pa’ eso es que invité a todos a este lugar, pues llegó la hora de saldar cuentas y quedar todos como amigos, ya que después uno ni sabe con quién se topa en la vida y la necesidá tiene cara de caballo —respondió tío Conejo.
Luego pasó a tía Cucaracha a una gran sala de reuniones, donde estaban el resto de los invitados.
Tío Conejo con un buen jarro de café acabadito de chorrear, se levantó y empezó a hablar —Buenos días, señoras tías y señores tíos, vine aquí de primero para explicarles cómo enmendar la última bronca que tuvimos y donde por una pinche fanega de frijoles y otra de maíz que les vendí en una onza y media se pelió todo el mundo.
—A ver, tío Conejo explíquese —dijeron, con los ojos bien abiertos.
—Aquí el asunto para que todos ganen y todos pierdan, pero al final algunos ganen es vender colones. Hay que dejar que el colón se mueva a sus anchas, ponerle un piso y un techo pa’ disimular, y como este paisito es tan pequeñito, con cualquier compra grande de dólares que haga un pez gordo, esto se empieza a mover pa’ todos laos.
—Ahora sí que no entendemos ni papa —dijo tía Zorra.
—Esa es la idea, que no entiendan mucho —dijo tío Conejo—, la gente va a estrilar cuando se empiece a meniar, entonces ahí es cuando tenemos que meter la mano. Para que el colón se quede quedito el banco Central tiene que comprar colones cuando estén carísimos y venderlos cuando estén baratísimos.
—¡Y diay y quién va pagar esa torta!— gritó tío Coyote.
—Tranquilo que pa’ eso están las reservas de dólares y por eso se llenan y se bajan, ¡pa’ eso están! Di por sí esa plata sale de la gente a pata —explicó tío Conejo.
—¿Y nosotros qué tenemos que hacer? —preguntaron en coro.
—Por ahora échense en la hamaca, descansen y fúmense el purito habano que les regalé. Cuando sea el momento yo les aviso... —Así concluyó la gran junta y la visita de tío Conejo un buen día por el banco Central.

Cuando terminaba este cuento la tía Panchita solía añadir con tristeza: —¡Lástima que tío Conejo fuera a salir con acción tan fea! Yo más bien creo que fue otra gente la que hizo esa movida... porque tío Conejo era amigo de dar qué hacer, pero amigo de la plata y sin temor de Dios, eso sí que no.

Luis Alberto Muñoz Madriz

@luisalberto_cr

 

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