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Suspender el programa de trasplante hepático del Hospital México: por la igualdad de oportunidades de sobrevivir

Mary Munive Angermüller redaccion@larepublica.net | Martes 23 mayo, 2023


MM


Mary Munive Angermüller

Vicepresidenta de la República

Ministra de Salud

La donación de tejidos y órganos constituye un acto de amor desinteresado. Quien dona sus tejidos y órganos muestra una convicción de que, independiente de que nuestro tránsito por el mundo material sea pasajero, perduramos, trascendemos. Pero donar tejidos y órganos no solo es una práctica altruista, sino que es, también, un voto de confianza en la capacidad de la ciencia médica y en los sistemas de salud.

Cabe decir que se trata, con todo, de un procedimiento relativamente reciente: si bien es cierto desde inicios de siglo XX se desarrollaron trasplantes de tejidos (córneas), el primer trasplante de un órgano (un riñón) se llevó a cabo a mediados de los años 50 y no fue sino hasta los años 80 que los avances en la prevención y el tratamiento del rechazo de órganos permitieron desarrollar más procedimientos exitosos. En Costa Rica, el primer trasplante que se llevó a cabo fue un riñón a fines de la década del 60 y ya para los años 90 en nuestro país se desarrollaban procedimientos para trasplantar médulas óseas, corazones e hígados.

Es importante recordar que estas intervenciones no solo implican una altísima complejidad durante la propia cirugía, sino que, además, suponen desafíos enormes de carácter posoperatorio: para evitar el rechazo del nuevo órgano, al paciente se le suprimen sus “defensas” y se convierte, así, en un individuo altamente vulnerable, altamente frágil.

Salvan vidas, sí. Pero es, repito, un procedimiento de altísima complejidad.

Ahora bien, gracias a los avances maravillosos en la ciencia y al desarrollo de herramientas tecnológicas, hemos logrado que la supervivencia de pacientes trasplantados sea progresivamente más alta. Para el caso de los trasplantes de hígado, según la Sociedad Española de Trasplante Hepático, los parámetros aceptables de calidad suponen que un 80% de los pacientes sobreviva el primer año. Asimismo, esta organización plantea que, al menos, un 75% debería sobrevivir los primeros tres años, 70% cinco años y, por último, que un 60% sobreviva diez años o más.

Días atrás, tal y como se informó a la prensa y a la ciudadanía, tomamos la decisión de suspender el programa de trasplante hepático del Hospital México. No fue, desde luego, una decisión sencilla: en nuestro país únicamente dos hospitales públicos cuentan con autorización para realizar ese tipo de procedimientos en pacientes adultos (los trasplantes en menores los realiza el Hospital de Niños). Uno de ellos, hasta el viernes pasado, el Hospital México. En el ámbito de la medicina privada existen dos centros hospitalarios autorizados para realizar este procedimiento, el Hospital Metropolitano y el Hospital Clínica Bíblica. Sin embargo, solo en este último se ha realizado un trasplante hepático con donante vino.

La decisión la tomamos luego de analizar de la forma más rigurosa posible la información que suministró la Secretaría Ejecutiva Técnica de Donación y Trasplante. En el informe que revisamos exhaustivamente pudimos comprobar que el programa de trasplante hepático del Hospital México tenía indicadores de calidad que no se acercaban ni remotamente a los estándares internacionales. Y cuando digo “indicadores de calidad”, en definitiva, estoy hablando de algo tan sobrecogedoramente contundente como la vida de un paciente. Dicho de otro modo: los pacientes que recibían un trasplante de hígado en el Hospital México tenían mucho menos posibilidades de sobrevivir que los pacientes que lo recibían en el Hospital Calderón, la otra unidad autorizada para realizar esos procedimientos.

Nada tiene tanto poder ilustrativo como las cifras duras y las evidencias científicas. Y justo por eso me permito compartir una cifra para complementar lo ya referido: únicamente la mitad de pacientes trasplantados en el Hospital México sobrevivía al primer año.

A propósito de las consideraciones de la doctora María Amalia Matamoros en el programa Nuestra Voz del 16 de mayo, quisiera mencionar que el cierre del programa no debería considerarse sorpresivo dado que, incluso, existe un informe de auditoria interna de la CCSS del 2019 donde se señala que el Hospital México es un centro de bajo volumen en la realización de trasplantes hepáticos y esto, eventualmente, podría tener implicaciones en la supervivencia de los pacientes trasplantados. La doctora Matamoros, también, mencionó que no pueden compararse las tasas de sobrevida porque debe valorarse cada paciente en su complejidad. Sin embargo, la doctora Matamoros olvida que el informe de la Secretaría Técnica de Donación y Trasplante del Ministerio de Salud expresa claramente que la diferencia en los resultados obtenidos entre los dos programas llama la atención, justamente, porque ambos atienden pacientes con la misma severidad de patología hepática. Es decir, la decisión de suspender el programa y definir un único centro de trasplante hepático para adultos con niveles altos de calidad en el servicio, sin más, busca garantizarles a los pacientes las mismas oportunidades de sobrevivir. Hablamos de justicia y equidad en su más riguroso significado: hay una sola lista de espera y, según las estadísticas, como ya mencionamos, si a un paciente le correspondía ser intervenido en el Hospital México tenía mucho menos probabilidades de sobrevivir que en el otro centro.

Nuestro mandato, como ministerio rector de la salud pública, naturalmente, es velar por el bienestar de nuestros habitantes. Y quiero decirles que durante mi gestión vamos a tomarnos muy en serio ese mandato. Y vamos a tomarnos muy en serio, también, nuestro compromiso de mejorar los servicios públicos y la calidad de vida de las personas. Sucede que, a menudo, los jerarcas y los funcionarios públicos olvidamos que las instituciones existen para servir a las personas, no existen como fines en sí mismas.

Cabe decir, por último, que nuestra decisión, lejos de comprometer la situación de los pacientes en lista de espera, implica una garantía de que recibirán un servicio público de calidad. El procedimiento al que serán sometidos se realizará en un centro que cumple con los estándares de calidad que se exigen a nivel mundial. Pero hay algo más importante: nuestra decisión supone que la institucionalidad de salud pública corresponderá y honrará ese maravilloso acto de amor que es la donación de órganos.







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