Somos lo que comemos
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Lunes 06 noviembre, 2023
Liliana Mejia Botero
Directora
Fundación Salomón
Ludwig Feuerbach, filósofo alemán, quien vivió en el siglo XVII, materialista y uno de los principales representantes de la izquierda hegeliana; desde su óptica atea presenta al espíritu en una dimensión por debajo de la realidad de la naturaleza sensible y material, además, pronuncia una frase que aún es vigente tres siglos después: “el hombre es lo que come, la naturaleza no solo construyó el vulgar laboratorio del estómago: también construyó el templo del cerebro”. Feuerbach también fue antropólogo e incita a la discusión de un asunto que considero muy valioso para la actual validación de la problemática de la alimentación que, además, no por fuerte deja de ser importante analizar y es: “el que no tiene nada en el cuerpo, porque se muere de hambre y de miseria, no puede tener tampoco nada en la cabeza, en el espíritu (que concebía como parte material del cuerpo) y en el corazón”.
Dicho planteamiento ha hecho a su memoria acreedora de múltiples críticas e interpretaciones sobre la relatividad de este. Sin embargo, yo propondría valorar su concepción no desde la relatividad circunstancial de su época, sino desde la relatividad histórica y más aún saltaría a calificarla de visionaria; ya que fue planteada en una época en la que no habían aflorado descubrimientos científicos sobre alimentación, utilización biológica de los alimentos y salud. Hoy día contamos con el conocimiento científico sobre la importancia de la buena alimentación en los primeros 1000 días de vida. En un artículo colgado en la página de la organización francesa Acción contra el Hambre, hacen un interesante despliegue del círculo vicioso entre la pobreza y el hambre e informan que una de cada nueve personas padece de hambre; lo que significa más de 800 millones de personas en el mundo, principalmente, mujeres y niños.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO): “el hambre es una sensación incómoda y algunas veces dolorosa. Su causa principal es la ingesta insuficiente de alimentos que no proporcionan la energía suficiente para el buen funcionamiento del organismo, también denominado como subalimentación”. En la actualidad, sabemos que, efectivamente, existe un círculo vicioso simbiótico entre la pobreza y el hambre, porque se ha constatado que una persona que padece de hambre crónica presenta menor productividad física y mental, y lo que es peor, los hijos de la pobreza son niños que serán discriminados en la sociedad debido a su bajo coeficiente intelectual, empujándolos por gravedad, nuevamente, al centro de la pobreza.
“La pobreza crea miseria y tristeza, las personas sufren. No puedes estar feliz cuando se está viendo a su hijo llorar con dolor”; palabras de la filántropa Ann Ferrer de la fundación Vicente Ferrer, quien trabaja en la India por la justicia social.
“El que no tiene nada en el cuerpo, porque se muere de hambre y de miseria, no puede tener tampoco nada en la cabeza, en el espíritu (que concebía como parte material del cuerpo) y en el corazón”. ¡Qué visión la de Feuerbach! Vale resaltar, entonces, que el hambre y sus efectos en el cuerpo y la sociedad son asuntos materialistas y concretos, por lo que, de esa misma forma, deben ser concebidos para darle solución aquí mismo en esta dimensión llamada Tierra.