Ser judío, árabe…
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 19 septiembre, 2013
En Costa Rica ser judío, turco, hindú o musulmán nunca ha sido motivo de división ni causa que nos haya impedido convivir en paz
VERICUETOS
Ser judío, árabe…
Don Luis Liberman es judío, entiendo que morado y, asumo, liberacionista. Ninguna de esas características lo hacen igual o diferente a mí que soy descendiente de libaneses y manudo, al diputado Manrique Oviedo, que no sé qué es, o a cualquier otro costarricense, piense lo que piense, venga de donde venga o profese la fe que quiera.
A ambos nos endilgan, por las condiciones en que migraron nuestros antepasados y como se registró su ingreso al país, nacionalidades putativas que, como tales, por supuesto no ostentamos: uno es polaco y otro turco de la gran Turquía, a pesar de ser tan ticos como el mismísimo Lencho Salazar
Por supuesto don Luis no necesita representantes o abogados defensores y, claro, muchísimo menos cuando se trata de los atributos de su dignísima condición religiosa.
Tampoco necesita de columnas como esta para aclarar quién es y qué ha hecho en su vida porque su trayectoria habla por sí misma. Claro está, tampoco soy su acólito, ni su empleado, ni le debo plata, ni mucho menos. No tenemos negocios, ni somos familia. Yo vivo de mi propio trabajo, él del suyo y Dios con los dos.
Tengo muchísimos amigos judíos cuya amistad y afecto me distinguen. Tengo un socio judío que me enorgullece, un hombre de familia, trabajador y honesto. A todos ellos les admiro como personas por lo que son, por como son y por su afán por el trabajo. Jamás me he detenido a mirar sus creencias religiosas, como tampoco ellos han reparado en las mías para entregarme cariño y amistad.
Mi padre tuvo también grandes amigos judíos a quienes aprendí a estimar y respetar. De él aprendí que la raza, la religión o el origen no nos hacen diferentes, sino nuestras propias ejecutorias.
Los que somos hijos y nietos de emigrantes, de aquellos que vinieron a buscar un mejor futuro o huyendo de la persecución y la guerra, sabemos de primera mano cómo tuvieron que luchar nuestros ancestros, hombro con hombro, para subsistir. Por eso en Costa Rica ser judío, turco, hindú o musulmán nunca ha sido motivo de división ni causa que nos haya impedido convivir en paz y cultivar valiosas amistades.
Fue muy triste el deleznable uso de términos peyorativos al referirse el diputado del PAC Manrique Oviedo a don Luis y, en general, a los “judíos”; pero lo es más porque tan ilustre Padre de la Patria de seguro no puede referir, a ciencia cierta, qué significa ser judío o árabe y si esa condición deriva de profesar una religión específica, de nacer en una línea de descendencia o si es un tema de nacionalidad y territorialidad. Mucho menos entenderá, claro está, lo que significa esa vivencia en la interioridad de cada ser humano y en la convivencia en su comunidad.
En ese marco de carencias culturales le recomiendo, con toda consideración al Diputado Oviedo la lectura de Paul Johnson (Historia de los Judíos), que dicho sea de paso me lo obsequio mi buen amigo judío Yoav, y a Albert Hourani (Historia de los Pueblos Árabes), que sin duda le serán enriquecedores.
Pero lo que causa profunda desazón es constatar como un día sí y otro también, los izquierdistas criollos, algunos de los cuales pertenecen a los más destacados cuadros del PAC, siguen, al pie de la letra el guion de odio y divisionismo que constituye la espina dorsal de la exaltación del bolivarianismo y de sus libretos marxistoides. El odio promovido contra quienes pertenecen a otras clases sociales, la intolerancia religiosa y la intransigencia ideológica, son consustanciales a quienes profesan esas ideas políticas que nos alarman y angustian y que en esta Costa Rica, a pesar de cualquier pesar, nunca han tenido cabida.
Vano intento, don Manrique.
Tomás Nassar
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