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Seamos abejas

Ana Helena Chacón redaccion@larepublica.net | Lunes 09 marzo, 2020

Ana Helena Chacón

La historia de la humanidad ha sido construida entre todos y todas a lo largo de milenios. Siempre ha sido -y sigue siendo- una lucha por lograr el reconocimiento de la Dignidad Humana… y esto ha significado una perseverante lid por obtener el derecho a la libertad, a la justicia y a la igualdad de todas las personas.

Sin embargo, en esa historia se entendió que la persona era el hombre y desde entonces, las mujeres tenemos dificultades, vivimos reclamándoles incansablemente que también somos personas; que son nuestros los vientres que les han parido, que estos cuerpos nos pertenecen; y que merecemos la restitución de todos nuestros derechos, porque nacemos con ellos pero nos los arrebatan.

En la Grecia antigua, por ejemplo, entre el intelecto, las artes y la -tan magnánima como excluyente- filosofía, eran solo los hombres ciudadanos quienes se encargaban de ejercer el poder. Las mujeres estaban confinadas al espacio privado, a no ser vistas, a no pensar, a no participar de la “cosa pública” y a quedarse en el restringido espacio que el patriarcado les asignó.

Ni qué decir de la Edad Media, del Renacimiento o de la Modernidad, en donde el estatus empeoró, para considerarlas máquinas de procrear, brujas o prostitutas que debían morir en la hoguera, ángeles de la maldad que incitaban al pecado, mano de obra barata o esclava; o bien, simples cuerpos dispuestos para satisfacer los impulsos sexuales de sus dueños, los hombres.

En Costa Rica, por herencia colonial, el papel de la mujer era de sumisión y con poca o nula voz en las decisiones del país. Su espacio estuvo reducido al hogar y a la inferioridad respecto del hombre, de modo que pensar en la participación política era absurdo, improbable y hasta ofensivo.

Por ello en 1913, cuando en nuestro país se discutía sobre el voto femenino, el diario La Información publicó argumentos en contra de aquella idea, señalando que era inmoral que la mujer descuidara sus labores del hogar y la familia para participar en la política.

En 1920, ante la solicitud del presidente Julio Acosta García, para que se diera el derecho de votar a las mujeres, la mayoría de los diputados rechazó el proyecto argumentando que la política era corrupta y que la mujer se podía distraer de su labor en el hogar,

Logramos este derecho hasta en 1949 y paulatinamente hemos abandonando el oscurantismo y el nicho de lo privado, para poder ubicarnos en lo público y como ahora, en la vida política de Costa Rica.

Somos responsables de tener la entereza y la perseverancia necesarias para hacer valer las voces y las vidas de todas las mujeres que las perdieron, porque aspirando a más, exigieron el respeto de sus derechos.

Aunque nos falte, aunque todavía el horizonte de la igualdad se vislumbre lejos; seguimos teniendo el presente en nuestras manos y un enorme futuro para seguir construyendo la historia de nuestra vida, esa que leerán otras generaciones, en donde sí estaremos inscritas con nombres, con voces, con rostros y con derechos.

Quiero inspirarme en las abejas, en sus características maravillosas; en lo que podemos hacer nosotras con la oportunidad que tenemos si nos reconocemos un poco en ellas.

Las abejas no tienen voz, pero si pudieran hablar, se expresarían más allá de su extraordinaria posibilidad de producir miel. De hecho, sirven para mucho más que hacer miel. Ellas, con constancia, construyen su colmena, crean una organización con roles valiosos y claves para la subsistencia de su panal.

Las abejas son pequeñas, parecen insignificantes y solas posiblemente lo serían; pero trabajan juntas y eso las hace fuertes, enormes e indispensables. Su papel como polinizadoras es único en la naturaleza y en la economía, porque de las 100 especies de cultivos que proporcionan el 90% de la comida mundial, más del 70% se poliniza gracias a las abejas.

Las abejas saben de su capacidad cuando se dedican a aportar al bienestar de todas, porque trabajan unas con otras en equipo para alcanzar sus objetivos.

Son perseverantes a pesar de todos los obstáculos: el viento, la lluvia, los depredadores, etc. Son ganadoras porque se enfrentan a las tempestades y las vencen para seguir haciendo su trabajo, para seguir tras su consigna de vida. Las abejas parecen pequeñas, pero son asombrosamente grandes. Y si las acercamos como un símil a lo que ha sido nuestra historia de lucha por los derechos de las mujeres, hay mucho de ellas en nuestros empeños y victorias. Nos parecemos a ellas. Porque las abejas en realidad son enormes, extraordinarias, atrevidas, no tienen miedo y juntas hacen lo que parece imposible para alcanzar lo impensable.

Las mujeres que participamos en la vida pública –aunque no somos tantas como las que deberíamos ser- somos ese futuro y tenemos una responsabilidad enorme con aquel horizonte por el que apostaron tantas otras mujeres en estas décadas. Ahora es nuestro para construir juntas, para avanzar y para seguir polinizando esos derechos humanos que tanto nos ha costado rescatar.

Sugiero unir esfuerzos y trabajar como las abejas para ser inspiradoras, creadoras de igualdad, llevadoras del polen de la justicia y del bienestar para tantas otras mujeres.

Porque el destino no hace visitas a domicilio, hay que ir por él, hay que salir a buscarlo; y nuestra historia demuestra que sí podemos tocar los sueños y alcanzar ese mundo en el que hace poco más de dos siglos, una mujer fuerte y enorme como una abeja; Olimpia De Gouges, quiso soñarse humana…








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