¿Quién paga la fiesta (2)?
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 29 enero, 2009
¿Quién paga la fiesta (2)?
Tomás Nassar
Si no hubiera sido por las cajas de cervezas que exhibían orgullosamente, habría pensado que esa muchedumbre variopinta compuesta en su mayoría por jovencitos (¿menores de edad?), pero también por más de un viejo que debería haber estado trabajando, se dirigía afanosa a apoyar las labores de rescate y reconstrucción de sus hermanos abatidos por el terremoto de Poás.
Pues no. Muy orondos se apostaban a la vera de Plaza del Sol, en Curridabat, esperando transporte para el imperdible acontecimiento, el tope de Palmares. Eran las 8 de la mañana de un jueves. Día y hora en que en un país sumido en el preludio de una crisis económica sin precedentes, todos deberían estar produciendo, estudiando, buscando la manera de enfrentar el trance que se nos avecina.
Lamentable exhibición de lo que somos como sociedad y poco estimulante preámbulo de lo que será este país, que comienza a debatirse en los avatares de una crisis global que presagia desempleo y miseria, pero que nuestros jovencitos de hoy, y sus indolentes papás, ignoran risueños embelesados en la promesa de dos semanas de loca diversión y absoluta irresponsabilidad, obnubilados por bandadas de millones de “águilas” y otros menjurjes espirituosos.
En una columna de hace un año, alrededor de esta triste vitrina que es ese evento, formulé preguntas que nadie me contestó. Claro, quién se va a tomar el tiempo para responder a un amargado, antisocial, que no comparte el éxtasis de la diversión irrefrenable que ofrece Palmares cada enero.
¿Quién paga las “fiestas” ? ¿Quién asume el costo y, por supuesto, la responsabilidad, de delegar 280 inspectores de tránsito para cuidar a los cándidos borrachitos de Palmarin, mientras el resto del país queda a las buenas de Dios? ¿Quién paga el sueldo de las decenas de policías, y quién reconoce los perjuicios de los delitos que cometen los delincuentes mientras aquellos están protegiendo a nuestra festiva ciudadanía que solo ejerce su derecho humano a emborracharse sin límite ni control? ¿Quién se hace responsable por el absurdo gasto de millones de colones en combustibles que se queman sin conciencia? ¿Y quién repone los millones de horas de total improductividad de los miles de irresponsables que dejan botadas sus empresas y sus puestos de trabajo para ir a marearse como un chompipe, en un día de trabajo?
¿Quién, por Dios, les hace ver a los organizadores y a las autoridades que este país está en crisis, que necesitamos mucho más trabajo, más seriedad, más responsabilidad y mucho, pero mucho menos guaro y menos fiesta?
¿Cómo abrimos los ojos a los irresponsables que gastan lo que no tienen, a pesar de que se las ven a palitos para pagar la luz cada mes y que, muy posiblemente, en muy pocas semanas van a estar sin trabajo porque la crisis no perdona?
No tengo ningún reparo en que la gente se divierta sanamente, en Palmares o donde quieran, ni en que la comunidad palmareña haga su agosto en enero; pero sí objeto contundentemente el divorcio total que parece haber entre esas fiestas, la realidad de un país pobre y la conciencia de que el jolgorio permanente en que vivimos los ticos nos está llevando irremediablemente al despeñadero.
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