¿Qué produce un aeropuerto?
Francisco Villalobos fvillalobos@icstax.com | Jueves 13 marzo, 2008
¿Qué produce un aeropuerto?
Francisco Villalobos
El editorial de LA REPUBLICA del pasado miércoles hace una crítica certera y ácida a todo el concepto de la concesión de obra pública, que no parece ser tan eficiente para resolver el tema de la infraestructura que requerimos como todos pensábamos. Y es que el aeropuerto comienza a parecerse cada vez más a la costanera. Un país necesita invertir en sus puertos, en sus vías, en sus telecomunicaciones, en su transporte público. El Estado no debe por qué tener siempre en negro sus cuentas. Se vale endeudarse, se vale que mi hijo y los hijos suyos paguen por los puentes que hoy yo utilizo para llegar más rápido a sus clases de música y a su kínder por las mañanas. No tiene sentido que toda la inversión deba financiarse con recursos tributarios y con presupuestos de cinco años. El crédito adelanta el consumo y el consumo de bienes de inversión es fundamental para que el sector privado de un país avance. Nuestro desarrollo es “raro”: en Jacó, un edificio de condominios más alto que nuestro más alto edificio pero la comunidad tiene que organizarse para comprar un equipo de menos de $20 mil para barrer la playa. Hay una disparidad entre el desarrollo privado de a 100 por hora y los diez años que lleva el Aeropuerto remodelándose y comparado con aeropuertos como el de La Aurora en Guatemala, no sabe uno ya a quién pedirle explicaciones. Por eso el editorial de primera plana aconseja que el Estado asuma el aeropuerto, no sin antes claro, darle un último chance a la cuestión. A lo otro que habría que echar mano, es a la iniciativa privada para el desarrollo de infraestructura bajo la figura del reconocimiento de inversión, forma más creativa, interesante y apostaría yo, más rápida que la concesión. Por ejemplo, un privado gesta un proyecto que es requerido y está dentro de la planificación estratégica de un ministerio. El ministerio va a hacer el puente, digamos dentro de cinco años. El privado lo hace en seis meses, el ministerio recibe la obra, y paga por el mismo a costo, incluido claro el costo por gestión del proyecto, costo que en todo caso debió haber sido cubierto por el ministerio y que seguro el privado puede lograr a menor precio. Los fondos de pensiones financian la obra mediante la compra de emisión y yo no tengo que pasar soplado a un lado del Hipermás solo para esperar en la presa de la siguiente rotonda colapsada. Es que el trabajo de los gobernantes es hacer que la única preocupación de los ciudadanos sea el partido del domingo, la llamada de la novia, la merienda de los güilas y cómo bajarse la llanta que produce el pollo frito. Todo lo demás es trabajo de los políticos. Un Aeropuerto no solo produce divisas, más importante, produce la felicidad de la llegada del ser querido y la ilusión del joven que parte a estudiar, por ejemplo. Y cómo garantizar las condiciones para que eso pase es un asunto público.
Francisco Villalobos
El editorial de LA REPUBLICA del pasado miércoles hace una crítica certera y ácida a todo el concepto de la concesión de obra pública, que no parece ser tan eficiente para resolver el tema de la infraestructura que requerimos como todos pensábamos. Y es que el aeropuerto comienza a parecerse cada vez más a la costanera. Un país necesita invertir en sus puertos, en sus vías, en sus telecomunicaciones, en su transporte público. El Estado no debe por qué tener siempre en negro sus cuentas. Se vale endeudarse, se vale que mi hijo y los hijos suyos paguen por los puentes que hoy yo utilizo para llegar más rápido a sus clases de música y a su kínder por las mañanas. No tiene sentido que toda la inversión deba financiarse con recursos tributarios y con presupuestos de cinco años. El crédito adelanta el consumo y el consumo de bienes de inversión es fundamental para que el sector privado de un país avance. Nuestro desarrollo es “raro”: en Jacó, un edificio de condominios más alto que nuestro más alto edificio pero la comunidad tiene que organizarse para comprar un equipo de menos de $20 mil para barrer la playa. Hay una disparidad entre el desarrollo privado de a 100 por hora y los diez años que lleva el Aeropuerto remodelándose y comparado con aeropuertos como el de La Aurora en Guatemala, no sabe uno ya a quién pedirle explicaciones. Por eso el editorial de primera plana aconseja que el Estado asuma el aeropuerto, no sin antes claro, darle un último chance a la cuestión. A lo otro que habría que echar mano, es a la iniciativa privada para el desarrollo de infraestructura bajo la figura del reconocimiento de inversión, forma más creativa, interesante y apostaría yo, más rápida que la concesión. Por ejemplo, un privado gesta un proyecto que es requerido y está dentro de la planificación estratégica de un ministerio. El ministerio va a hacer el puente, digamos dentro de cinco años. El privado lo hace en seis meses, el ministerio recibe la obra, y paga por el mismo a costo, incluido claro el costo por gestión del proyecto, costo que en todo caso debió haber sido cubierto por el ministerio y que seguro el privado puede lograr a menor precio. Los fondos de pensiones financian la obra mediante la compra de emisión y yo no tengo que pasar soplado a un lado del Hipermás solo para esperar en la presa de la siguiente rotonda colapsada. Es que el trabajo de los gobernantes es hacer que la única preocupación de los ciudadanos sea el partido del domingo, la llamada de la novia, la merienda de los güilas y cómo bajarse la llanta que produce el pollo frito. Todo lo demás es trabajo de los políticos. Un Aeropuerto no solo produce divisas, más importante, produce la felicidad de la llegada del ser querido y la ilusión del joven que parte a estudiar, por ejemplo. Y cómo garantizar las condiciones para que eso pase es un asunto público.